I
Ya es cuestión de días para que culmine la campaña electoral más taciturna que hayamos visto en estas tierras. Hemos visto muchas con pocas nueces, pero ninguna con tan poco ruido.
Nada de estridentes marchas, ni apretadas caravanas ni tonadas pegajosas y repetitivas. Ni siquiera los titulares de los periódicos se han dejado monopolizar por la campaña.
Muchos factores alimentan este sorprendente silencio pre-electoral en medio de una crisis económica profunda y cotidiana.
Los políticos tradicionales de ambos bandos no perciben o valoran uno de los factores más fuertes. Los venezolanos tienen sus opciones, lo que no tienen es tiempo para dejarse enganchar. El venezolano de a pie dedica buena parte de sus días a localizar y comprar productos de primera necesidad. Hacer cola y buscar artículos consume, al menos, dos días de la semana.
Además es una elección parlamentaria, y no presidencial. Y por tradición no es lo mismo. Hay más abstención, y más desatención.
No desconozco el carácter "nacional" de la elección. La polarización existente es el piso sobre el cual hay que asentar cualquier análisis serio. Porque, a diferencia de las polarizaciones de otras épocas, la actual es una polarización social, no meramente política. Son visiones distintas y contrapuestas las que dividen al país. Los votantes irán a respaldar sus opciones más que a sus candidatos. Lo cual es absolutamente válido.
La lógica diría que la Oposición, con esta crisis, debería ser tremendamente ruidosa. Pero no. La Oposición teme dejar escapar sus propuestas para enfrentar la crisis. La Oposición no quiere confesar su plan. Recetas del FMI, resolver el déficits con la eliminación de los programas sociales, entregar la economía y los dólares a los empresarios que sólo saben empaquetar lo que importan.
Más caradura y decidido, CAP tenía en la campaña de 1988 dos comisiones para dos programas de gobierno distintos: con uno pregonaba aquello de que "con los adecos se vive mejor" y con el otro, el verdadero y secreto plan, preparaba sin saberlo el Caracazo.
Otra causa no desdeñable de esta tibieza comicial es la falta de esperanza, ese producto de primera necesidad.
La Oposición no puede fomentarla, porque arrastra más odio que esperanza. Ni siquiera cree que su propia victoria sirva para algo más que realizar su obstinado deseo de derrotar al chavismo.
Un sector del chavismo está descontento con la inefectividad del gobierno para enfrentar la crisis, y, sin esperanza, tiende a la abstención. No es que quiera que vuelvan los de la Cuarta. Ni que considere a Fedecámaras como un agrupación de angelicales fabricantes y comerciantes a quienes el gobierno maluco no les permite producir (lo mismo decían los empresarios de Caldera, de Carlos Andrés II, de Lusinchi).
II
He votado desde que tengo mayoría de edad. Solo me abstuve en el 93. No podía votar ni por Caldera ni por Velásquez, los dos candidatos del "cambio" de ese entonces, que llevaban plumas anti-neoliberales en sus vestidos. No podía votar por un ambicioso líder de derecha ni por un político pragmático con un discurso nebuloso. No era mi culpa que no se presentaran verdaderas opciones de cambio en esas elecciones, y que los candidatos fueran de malo a peor.
En la Cuarta el voto era un deber y ante el crecimiento de la abstención se amenazaba con que a los que no cumplieran con su deber constitucional no se les darían pasaporte ni se le tramitarían documentos en notarías y registros.
La Constitución de 1999 puso el asunto en su lugar: el voto es un derecho, no un deber.
La gente empezó a votar masivamente y sin necesidad de que la amenazaran. La gente votó por una razón sencilla. Tenía esperanza, porque Chávez traía esperanza. Al menos a la inmensa mayoría de la población.
Voy a votar, claro. No porque no esté descontento. Pero hay que sacar cuentas. Con los señores del FMI no quiero ir ni a la esquina. Con los empresarios que no producen nada sin dólares (y muchos tampoco producen cuando le dan los dólares) tampoco. Voy a votar en contra de las transnacionales gringas que quieren ponerle la mano al petróleo, y no precisamente para pagárnoslo más caro, ni para dejar más dinero en el país. En la acera de enfrente hay sectores fascistas que queman bibliotecas y que dejan decenas de muertos si no tienen votos suficientes. Y luego salen con su "yo no fui". Con esa gente no se sale de la crisis, se adentra en ella, más bien.
Luego del 6D al gobierno hay que exigirle que asuma un plan coherente, donde no debe faltar la transparencia y la lucha con resultados contra la corrupción y la ineficacia. Pero el justo descontento no nos puede llevar a entregar la Patria por inacción. Queremos cambio real, no regresión.