Los sonados costes marginales no explican la ganancia.
Los valores de cambio son abstracciones. Sólo los
valores de uso tienen una realidad concreta.
El trueque se da entre valores de uso,
el comercio, entre v. de cambio.
El valor de uso pertenece a
la producción; el v. de
cambio, al mercado.
Los 2 primeros tipos de capitales del título de esta entrega fueron detalladamente explicados y definidos por Carlos Marx (El Capital, Libro Primero).
Para la contabilidad burguesa, el capital variable alude a materias primas, a los energéticos y a la mano de obra a la que atribuye baja importancia productiva al punto de que suele remplazarla por capital constante maquinizado, y en consecuencia a este tipo de capital constante le tribuye productividad de ganancias en un plano de igualdad o superior al de la mano de obra, por especializada y experta que esta fuere[1].
La Economía Burguesa no habla de instrumentos de trabajo, de herramientas usadas por el trabajador para aplicar mejor su creatividad laboral, de su fuerza de trabajo, sino que los considera colaboradores o "ayudantes" del trabajador en lugar de verlos como extensiones de sus propias fuerzas naturales.
La idea burguesa sobre este tipo de capital constante es como si, por ejemplo, la polea activada por un trabajador fuera la que levantara tal o cual peso, en lugar de hacerlo la mano de obra del trabajador que manipula la polea[2]. Es como pensar que son los guantes del ordeñador los que ayudan a la vaca a expeler su preciosa expulsión láctea, o, modernamente, los extractores mecánicos diseñados para ese mismo fin.
El capital variable va de la mano con el constante en todo proceso de trabajo. En el comercio capitalista, donde no se crea valor alguno sino que se distribuye la mercancía ya fabricada a medias o terminada, por fuerza, el capital variable se halla minimizado; la composición orgánica del capital comercial es muy alta y la tasa de ganancia[3], aunque tasa media, suele ser muy baja en comparación con la del capital fabril.
La abundancia en el número de comerciantes, en las cadenas de distribución de las mercancías, tiene su explicación parcial en esa alta composición marcada por los inventarios adquiridos.
Como, individualmente considerados, la mayoría de los intermediarios emplean poco capital en comparación con el de las fábricas, sobre todo a nivel de intermediarios medios y detallistas, el comerciante termina creyendo que su ganancia es poca porque poco es su capital, lo cual le daría el privilegio de vender a precios especulativos o a p. altos en general, o a compensar su bajo capital con elevadas tasas de rotación.
Ambos capitales, tanto el constante como el variable son capital orgánico. Para comprender mejor este tipo capital debemos precisar que toda mercancía es una dualidad de valores, el de uso y el de cambio. Con el primero satisfacemos necesidades de la producción misma de otras mercancías de orden superior, y de la familia, vestido, comida, medicinas, calzado, divertimentos y afines. Con el segundo o valor de cambio intercambiamos esos valores de uso, uno de los cuales es el dinero, las monedas.
En los intercambios comerciales se trueca dinero por cualquier otro tipo de bienes de uso; hasta se trueca dinero por dinero que, por ejemplo, lo hace con frecuencia un banco: Este cambia sus pasivos por billetes o por cheques diversos.
Léase bien: el comprador de una mercancía, aunque esté pagando su costo, adquiere valores de uso y no valores de cambio. Es que ya todo valor de uso se produjo porque es resultado del valor trabajo aplicado durante su elaboración.
No anda por un lado el valor de uso y su v. de cambio por otro, pero, mientras el primero se mantiene constante si no se consume, perezca o se agote, el otro, como abstracción, se convierte en una variable en constante movimiento ya que los poseedores de las mercancías pueden no hallar compradores oportunos o, por el contrario, hallar más de lo producido. Los tiempos de circulación se entrecruzan con los de fabricación. En estos casos, los más frecuentes en el mercado, se lleva a cabo la competencia y la formación definitiva de los precios del mercado. Estos suelen, pues, apartarse del valor trabajo que haya costado producir las correspondientes mercancías traficadas.
Se desprende de allí que el costo de producción no determina los precios del mercado[4], sino que estos determinan la ganancia, según los costes de producción deducidos de aquellos. Estos, por supuesto, si son minimizados garantizan máximas ganancias, pero si resultan altos o se falsean hacia arriba también mejoran la ganancia neta por evasión de impuestos. La ganancia aparece, así, como un plusvalor de mercado, más allá del valor intrínseco de las mercancías.
Es que el vendedor de una mercancía entrega valores de cambio en forma de valores de uso. El valor de cambio es sólo una guía, una abstracción o una referencia del valor trabajo que haya costado en fuerza de trabajo, es decir, en trabajo humano, producir un valor de uso.
Como ambos, vendedor y comprador hacen abstracción del valor de uso e intercambian valores de cambio, se limitan a la entrega y recepción de valores trabajo: el que está intrínsecamente plasmado en el valor de uso y el que está representado por cierta cantidad monetaria[5].
Desde aquí ya podemos dejar en claro que en cada transacción de compraventa se da dos intercambios paralelos y yuxtapuestos: el de los valores de uso y el de sus correspondientes valores de cambio. De manera que hay una suerte de 2 tipos de trueques: el de los valores de uso como tales, y el trueque de los valores de cambio absorbidos por el valor de uso de la mercancía correspondiente, y el valor de cambio medido en tantas monedas marcadas por el precio del mercado
Marx llama vida orgánica del capital a las relaciones internas del capital constante con el variable. Es en las fábricas donde se escenifica la lucha de clases obrero-patronal; fuera de ellas está el mercado. En este, la lucha es entre vendedores y compradores, y también fuera de las fábricas se da la lucha entre las clases sociales con sus odios y animadversiones entre ricos y pobres, entre burguesía y proletarios, luchas que se cristalizan en la formación de partidos políticos en aquellos Estados republicanos o democráticos.
Cuando la vida orgánica del capital es representada como relación entre medios de producción y mano de obra[6], entre el valor de esos medios y los salarios, Marx habla de composición orgánica del capital, [7] en el sentido de que mide la productividad de la mano de obra según que esta ponga en funcionamiento una mayor o menor cantidad de capital constante.
Así las cosas, es en el comercio donde nace la idea de este tipo de capital, el capital inorgánico que de seguida pasamos a definir y explicar: Se trata de un capital dinero que no se realiza en un mayor volumen de mercancías ni en un mejoramiento técnico del capital constante, sino que se emplea para cubrir subas de precio; es un capital lanzado y sacado a/de la circulación sin contraparte, que es meramente especulativo para quien vende con sobreprecio y también para quien compra con este último para revender el mismo volumen y calidad de la mercancía que hubiere comprado a precios inferiores, con lo cual se incrementa inorgánicamente la composición orgánica del capital de este revendedor. De allí en adelante debemos hablar de composición inorgánica del capital , misma que por supuesto eleva la composición orgánica de quien la practica con cargo a una baja en su tasa de ganancia, y provoca merma en los ingresos tributarios del Estado, esta vez no escatimados por este tipo de capitalistas.
[1] El valor productivo de la mano de obra operativa en equipos de trabajo, como suele ocurrir en las fábricas, es un valor medio a fin de que entre en el valor de las mercancías procesadas como si se tratara de una mano de obra uniforme y técnicamente homogénea. En este sentido, poco importa que unos trabajadores sean más expertos o teóricamente mejor preparados que otros. Este tratamiento responde a que son trabajadores rigurosamente complementarios y por consiguiente sus fuerzas de trabajo, si bien son individual y potencialmente más productivas-en abstracto-, sólo se concretan con el concurso de las restantes. Es más, contradictoriamente, mientras más experto y preparada sea una determinada mano de obra, ella más requiere de ayudantes que le permitan explotar al máximo su enorme productividad, misma que desbordaría su exclusiva participación individual.
[2] Curiosa e inadvertidamente, la mano de obra de los inventores de algún mecanismo o dispositivo que podría ser manipulado por el trabajador para mejorar su productividad sigue presente cada vez que su invento sea utilizado ya que ese inventor es el verdadero colaborador de aquellos trabajadores que aplican las invenciones durante los procesos de trabajo donde se hallen involucrados todos los valores de uso productivos que registra la Historia de la Economía. Se trata de una mano de obra cuyo valor de cambio permitió su intercambio y viaje en el tiempo y el espacio. Esta ubicuidad para un valor de uso sólo se explica porque los valores de cambio son abstracciones.
[3] Tasa de ganancia, decimos, porque en los mercados no se produce plusvalía, sino que esta, proveniente de las fábricas, se realiza o concreta en forma de ganancia. Esta tasa de ganancia comercial deriva de la tasa media obtenida como relación entre toda la plusvalía hecha en fábrica y todo el capital fabril y mercantil (comercial y bancario o financista).
Es resultado de una lucha entre capitalistas, y entre vendedores y compradores.
[4] De allí que los afamados costes marginales de producción son una falacia contable para hacer ver que la ganancia viene de habilidades técnicas de la producción y no de la plusvalía.
Estas habilidades empresariales sólo funcionan en la competencia entre capitalistas: mejores estudios de factibilidad, escogencia de ramos más rentables, pronósticos económicos...
[5] Queda bajo incertidumbre económica saber si el precio de mercado se aparta del valor intrínseco de la mercancía comprada o es el dinero el que haya perdido valor real. Desde luego, interesadamente los capitalistas pueden inflar costos de compraventa de insumos y mercancías en general a fin de ajustar la paridad cambiaria a valores diferentes a los impuestos por el Estado, a fin de causar crisis económicas y malestar social ya con miras abiertamente políticas. En estos casos, el Estado debe actuar con celeridad y atacar la fuente de tales distorsiones del mercado, pero no mediante incrementos en la oferta de mercancías ni limitarse a mejorar los canales de distribución (esas medidas son necesarias, pero no llegan al fondo del problema), sino a declarar subversivos a este tipo de capitalistas que ya dejaron de actuar como tales y se han reducido a simples enemigos de la sociedad, del gobierno de turno, para lo cual se llevan por delante todas las leyes de la nación.
[6] Según el grado de desarrollo de las fuerzas productivas.
[7] Véase Manuel C. Martínez M., Praxis de El Capital.