Amor

Esta iniciativa de escribir este artículo nació hace mucho tiempo. En esta oportunidad voy a tratar de hacerlo. El tiempo está pasando y aún la decisión de crearlo sigue en píe. Repito ahora o nunca. Comenzare por conceptualizar los fundamentos de este escrito. La primera pregunta que hago es, qué es el amor. El amor lo es todo, porque si lo particularizamos, podrá ser otra cosa pero menos amor. Qué si el mundo necesita amor, sí y mucho. Estamos faltos de amor. Ella y él necesitan amor, todos necesitamos amor. De momento percibo una barrera que hace que fallemos en el amor: el egoísmo. El egoísmo es miedo y es cobardía, es creer que si amamos existe el riesgo de perderlo todo, por eso somos egoístas y buscamos que nuestros congéneres se sientan mal, infelices. La visión del mundo debe ser integradora, mirar las cosas desde nuestra propia perspectiva es una actitud individualista, egoísta y, por sobre todo, descontextualizada. De allí que esa mirada debe envolvernos a todos, si lo hacemos viendo a alguien en especial estamos siendo egoístas. Esta es la razón por la que el mundo o nosotros estemos marchando bien mal. Lo humano, qué es lo humano: es la vida, su tránsito, y debe ser vivible, amándonos literalmente. Hay que luchar por un mundo humanizado. Siempre teniendo presente que nuestra madre Tierra es un ser viviente con su resplandeciente naturaleza, hermosa y única. Si superamos el egoísmo florecerá el amor. Ese egoísmo que es bipolar por ser tan perverso y maluco, se alimenta del afán de lucro y las ansias de poder, echando a un lado a nuestros semejantes, que se quiten que ahí voy yo, es la letal consigna del egoísmo. Esta es una actitud egoísta e individualista. Lo más cruel, también existen países egoístas. Países que prácticamente deciden quién vive y quien desaparece. O sea, estamos en un meollo de complicaciones que debemos desenredar. La poesía, el arte, la cultura, el deporte, el estudio, la actitud misma, son herramientas que forman parte de la visión transformadora del mundo. El mundo que tenemos está complicado y lo que lo forma desdice de la vida misma, sigue sin repuesta sobre el amor y el tiempo apremia. El dióxido de carbono y otros fenómenos naturales están pasando factura y casi, casi, estamos sin plan b. El egoísmo capitanea nuestras vidas. Debemos vencerlo, es una tarea de grandes proporciones que bien vale la pena desarrollar para derrotar a ese enemigo inefable, pues se trata de todos, los de ahora y los después. Pilas, pues. Y cómo hacerlo, bien, aquí si cabe luchar desde nuestra perspectiva individual en aras del bien común, construir frente con los mismos ideales, principios, objetivos: vencer el egoísmo. El dogma o los dogmas de por sí, son egoístas, te hacen prisioneros y deseamos ser libres de dogmas para vivir y desarrollarnos en habitas humanizados en función de todas las formas de vida. Debemos impulsar nuestras vidas. Las cosas hay que enderezarlas. La vida primero. La economía debe ser un medio para desarrollar armónicamente espacios, sin desafectar el medio ambiente, en función de las mujeres y hombres del mundo, es decir, del género humano y del reino animal, lo cual incluye la naturaleza. Todo lo que huela a vida tiene y posee sus derechos a la vida y estamos aquí para imprimirle vida a la vida misma, como fuerza propulsora cargada de energía biodegradable de nuestra biodiversidad. El mundo en sí ofrece las pautas. ¿Utopía? Sí. Las utopías son necesarias, los ideales y los sueños nos hacen trascender, ver más allá del horizonte y de nuestra propia nariz. La avaricia va en detrimento de otras o de otros, y desde luego, es egoísta. Prácticamente estamos dominados por el egoísmo. Esa mala hierba quién la sembró, el mundo en que vivimos. Y debemos desterrarla y con ella toda su cadena de maldades y perversiones. Por eso, hago referencia a esta propuesta en este papel.

La segunda pregunta que debemos hacernos, cómo ir contra este irracional e inhumano mundo si está dominado, controlado, por pocos, en detrimento de poblaciones numerosísimas que padecen y sufren y viven deshumanizadamente para que una vil canallada viva a sus anchas. Individuos que son una suerte de apocalipsis y han amenazado todos los seres vivientes de nuestra madre Tierra. Ir contra el egoísmo de estos malnacidos significa imponer el imperio de las leyes y por sobre todo un floreciente y eficaz Estado de Derecho que tenga como norte la justicia social. La anarquía y la descomposición social debemos desecharla. Esto sería maravilloso. Pero necesitamos mujeres y hombres formados íntegramente. La tarea es ingente y el tiempo apremia. Dejamos esta interrogante hasta acá. Que sirva de inquietud. Vamos a lo nuestro, al amor.

Veamos al amor como una semilla en unos espacios acrecentados y multiplicadores, una semilla única y especial con efectos de reproducirse en todos los rincones y hasta en los más recónditos de este mundo –dijimos-- es una semilla única y especial –fíjense-- nada más y nada menos que la semilla del amor. El amor debe ser una especie que se reproduce como la vida misma, por eso desde el primer viso de vida allí debe estar ya germinándose la semilla del amor. El amor es el conductor de la paz y es la paz la que debe ser el camino. El siglo XXI está dando muestra de un debilitamiento en el que las mujeres y los hombres están prácticamente sin aliento. Las guerras y las innumerables tragedias que hoy vive la humanidad si en el corto tiempo que le resta al género humano, el empeño por ir contra las aberraciones que están socavando toda forma de vida carece de una fuerza mayúscula, el efecto se desvanecerá y la autodestrucción será total. Es imperativo, debemos salvar al planeta Tierra y a sus seres, esparciendo el amor. La hora que nos toca es menguada y el recuentro con la vida debe ser determinante, y ese renacer debe estar impregnado de amor, un amor vivificador y energizante. El único punto de conexión con que cuenta la humanidad es el amor. El amor visto individualmente, en su esencia, por dentro, posee un contenido que es, sin lugar a dudas, universal, y como si fuera poco fluye en los cincos continentes que conforman la Tierra. Cantarle al amor en todos los idiomas y en todas las lenguas es acrecentar también en el corto tiempo la semilla germinada que se esparcirá en el universo con su fruto, vigoroso y lleno de vida: el Amor. ¡¡¡Salvemos a Nuestra Madre Tierra!!!



 



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Alberto Vargas

Abogado y periodista, egresado de la UCV, con posgrado en Derecho Tributario y Derecho Penal. Profesor universitario en la cátedra de Derechos Humanos

 albertovargas30@gmail.com

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