No escribo para defender ni atacar el desastre en que hoy estamos inmersos, durante el cual vivo mi edad dorada. Estos son años llenos de penurias, hasta para comer un huevo frito, debí esperar tres meses, cuando los encontré a un precio por las nubes. Ayer fue el día de San José, hasta el pocillo de café tuve que tomarlo cerrero, pues no había azúcar, ni blanca, ni morena, o siquiera panela de papelón.
Fue ayer 19 el Día de Mi santo, y de todos mis tocayos Pepes, no pude preparar una torta, un quesillo, o gelatina de fresa. No se consigue leche, líquida o en polvo, ni azúcar, ni mantequilla o harina.
Amigos estas penurias, pase el día de San José, solitario y triste, viendo como suceden cosas que hasta ayer eran impensables.
Ayer fue también el día del padre, que celebramos en honor a San José, fue triste a mis 74 años, siendo abuelo de dos preciosos nietos, ni una felicitación por parte de ellos, ni un recuerdo, o una postal por computadora, ni una llamada telefónica.
Nosotros los dorados “no de Francisco Villa”, a muy pocos les preocupamos, menos a nuestra propias familias. Si como yo, no tienen dólares en los bancos de Andorra, o simones devaluados por bojote en un guacal, y en sus bolsillos. Hasta el gobierno nos ha olvidado, pues ni pensión me ha otorgado, a pesar de haberla solicitado tantas veces, hasta por Chávez Candanga cuando vivía el Comandante. Entonces los corruptos de la mafia del Seguro Social, me pedían 35.000 simones para salir en las listas de beneficiados. “Simones que nunca tuve”, ni pensé entregarles a esos corruptos “fiscales” del Seguro Social para NO colaborar con eso que se llama corrupción.
Todo lo viejo va desapareciendo, yo también me voy borrando poco a poco. Sin que nadie se de cuenta.
Puedo decirles pituquitos “como en los viejos cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo” que en 1.945 escribiera Antonio Arraíz, que olvidado por todos, me han ido borrando de su memoria. Miento, no por todos, pues mis mejores amigos y compañeros, han sido siempre mis perros, pero hasta en esto, tuve que sufrir este año 2016, el pesar de mis pesares, la partida, de mis dos compañeros durante 12 y 13 años: Catire mi querido callejero, “adoptado de las calles” y Wayu, un Husky Siberiano nacido en la ciudad de Valencia. A mis buenos compañeros, les contaba mis penas y mis pocas alegrías, ¿qué si me comprendían?, claro que me comprendían, y mucho mejor que los humanos. Wayu y Catire, se fueron de viejos y cansados, no me daba cuenta, que pasaba el tiempo, que igual que yo eran ancianos, hasta que un buen día, se marcharon a las estrellas uno y luego el otro. Sí, al cielo, pues nuestros amigos los perros, también tienen alma, son hijos de Dios, y nos comprenden mejor que los humanos.
Pienso que muy pronto les hare compañía a mis amigos perros, que hoy me esperan en las puertas del Cielo.
Aunque muchos digan “a mi que me importa, lo que le pase a este viejo”, quizá tengan razón, ya soy un coroto, un chunche viejo, ustedes hoy jóvenes, tienen sus problemas del vivir diario. Existen sin duda, personas de la tercera edad que están en peores condiciones. Otros los menos, los afortunados de la vida, ayer, día de su santo San José, fueron muy felices lo tuvieron todo amor, salud y éxito en sus vidas, dinero y algunos pocos dólares en Andorra, y hasta Hummer.
Pero me queda aún hoy, esta interrogante, en el tintero, ¿pocos son, los que se acuerdan de nosotros?
La voz la voy perdiendo poco a poco, a veces cuando hablo a mis hijos y nietos, no me contestan, a veces ni me miran, no me responden. Me retiro entonces a mi rincón de siempre, frente a esta computadora. Donde les escribo a ustedes mis historias, amigos lectores de Aporrea.
Si, esperen, me olvidaba, ciertamente recibí una llamada de una amiga periodista, que me felicitó por mi santo, que se acordó que existía y que no era invisible como persona, en este 19 de marzo, día del Padre y mi patrón San José. Gracias Carmen. Tu llamada apagó mi tristeza y mis achaques, fue algo mágica, encendió en mí de nuevo, la llama de los recuerdos. Vale la pena vivir, si aún hay amigos que nos recuerdan. Dicen que la esperanza fue lo último en salir de la caja de Pandora, y lo último en llegar. Yo hoy no quiero matar la esperanza.