Entre el gobierno, los grupos económicos, los políticos y "técnicos", estos dos últimos voceros de los dos primeros, tienen una discusión y enfrentamiento por un asunto escatológico y lo llamo así, porque parece una disputa de ultratumba, del más allá que, siendo así, nada tiene que ver con lo que sucede en la realidad.
Nunca me cansaré de decir que, sobre todo en circunstancias como las que atravesamos, lo que quiere decir que debería ser siempre, los ministros, especialmente los de la economía y hasta el presidente y gobernadores, diputados, empezando por el presidente de la AN, deberían hacer el mercado de su casa y en base al salario del común. Una cosa es citar cifras y otra sentir como el menguado ingreso de un trabajador, un maestro, se me ocurre este último ahora porque acaban de aprobarle un nuevo contrato de trabajo, se le va en cuatro miserables cosas. El salario mínimo es insuficiente para comprar lo que este servidor suele llamar "aliños" o vegetales de una quincena para cuatro personas.
Como soy experto en eso, hago el mercado de mi casa, puedo decirle a los teóricos y técnicos el simplismo que, cebolla, cebollín, ají dulce, pimentón y dele, cuestan un promedio de seiscientos cincuenta bolívares por kilo y creo que me quedo corto. Los huevos, no el cartón pelado, sino este con 24 posturas, rebasaron los dos mil doscientos bolívares.
Los grupos económicos se quejan que esa inflación y toda la distorsión que hay en la economía venezolana, según la cual los parásitos, de arriba abajo, viven mejor que quienes trabajan, es el resultado de los controles que, según ellos, pone el gobierno y este se defiende diciendo que si no controla aquellos se desbordarían especulando.
Lo cierto es que tal como estamos, aquí nadie se siente tentado a trabajar, crear, producir por las buenas, cuando parasitando, especulando, en las muy variadas formas de hacerlo, en los distintos niveles, "la vida es más sabrosa". Hemos llegado a un estado de deformación de la economía y vida ciudadana, que ya los trabajadores, obreros, maestros, artesanos, enfermeros, empleados de bajo y alto nivel, etc., y hasta gran parte de los llamados "empleados de confianza" de PDVSA, no solo son víctimas de la explotación del gran capital, sino también de buena parte de la población que se volvió bachaquera y come o corroe como lima nueva a costa de aquellos. Hasta los médicos, como toda la larga lista de trabajadores que antes mencionamos, han llegado a la conclusión que seguir haciendo lo que venían haciendo es una bolsería, cuando bachaquear es más lucrativo y si eso es así, como en verdad lo es, tomando en cuenta los internalizados valores de esta sociedad capitalista decadente, tendrían razón de cambiar de ramo o hacer las dos cosas, poniendo énfasis en el bachaqueo y descuido en la otra actividad, que pasaría a ser como un segundo frente; cualquier trabajador podría definir su ocupación profesional como "una cosa de la que me ocuparé cuando tenga tiempo; después de bachaquear".
Ese dantesco, escatológico estado de cosas que, hasta aunque luzca contradictorio, parece una excelente novela picaresca, los grupos económicos y políticos opuestos al gobierno, con sus sesudos técnicos de cifras y libros mohosos en las manos, justifican en el "rígido control de precios por parte del Estado", excesivo intervencionismo. El viejo discurso del liberalismo y del neoliberalismo o liberalismo de hoy. Y otra vez, los del gobierno, también con sus "técnicos", cifras, alegorías y citas de viejos manuales, alegarán que esos controles son indispensables para que la gente, hasta la de salario mínimo, la parte más pendeja de la población, a quien ya no le quedan ganas para salir a trabajar y razones le sobran, pueda acceder a servicios, disfrute del ocio y hasta los alimentos. Lo más triste es que se creen su discurso e imaginan a sus controles como drones oteando cada espacio y dioses que todo lo regulan. Es ni más ni menos que el mismo discurso del opuesto cuando elogia las virtudes del mercado.
Uno, que va al mercado, "tiene hundidos los pies en la tierra" - ¡cómo me acuerdo de Francisco Goya, cuando uso esa expresión! – no acaba de entender cuáles son los controles, quien controla a quién y qué.
Definitivamente, aunque me duela decirlo y atraiga sobre mí más disgusto de quienes creen uno debe decir otra cosa, el gobierno puede disponer lo que le dé la gana, sobre todo en materia de precios, y nadie le para o para mejor decirlo, como para suavizar el asunto, nadie le hace caso. ¿Quiere usted, quien lea esto y lo dude, le ponga ejemplos? Empecemos por el precio que a los huevos les puso Arreaza. El asunto fue tan grave que de aquí de Barcelona se llevaron con premura a Aristóbulo para que intentase por lo menos evitar que la tortilla rebozase la sartén. No hace mucho, pocos días atrás, el organismo ese de nombre complicado supuestamente encargado que a uno las mercancías le lleguen a "precio justo", se le ocurrió anunciar que el kilo café molido, a partir de ese momento, tendría un precio de Bs. 694.oo y al día siguiente salto del precio que en verdad se le conseguía en el mercado, muy superior "al justo", a la astronómica cifra de más de Bs. 2.500.oo. Y todo eso sucede, no en los sueños del Profesor Lupa, quien soñó que soñaba con unos policías que atracaban a unas "trabajadoras sexuales", sino en la pura realidad. No es un "Mito de las Cavernas", sino algo que acontece allá fuera, en la calle y ante las caras policiales.
Si acaso es verdad que el gobierno anuncia controles, no se dedica a cuidar que eso se respete y no lo hace porque, sus controles, si son un sueño derivado del rentismo petrolero; una vaina que quedó prendida en los genes y la teoría.
Los grupos económicos, productivos y parásitos, se la gozan completa con los controles que nada controlan y nadie se ocupa que controlen, porque así como está la cosa ganan más, invierten menos, acumulan más, compran más divisas, más de estas depositan en bancos extranjeros. A lo largo de la fila de distribución, cada quien se resarce a costa del consumidor final quien, si no es bachaquero, como todavía la mayoría de los trabajadores, pero que hacia allá se le empuja, termina siendo la única víctima de esta tragedia que, como dije arriba, tiene algo de la picaresca.
Esa quejadera de Fedecámaras, grupos económicos y técnicos que se favorecen de manera desmedida de la "miseria galopante" – creo que nunca antes había usado la expresión de manera más ajustada- que atosiga a los venezolanos, porque el gobierno supuestamente tiene "controlados los precios", según y que por todos lados uno encuentra "precios justos", no es más que una pantomima, una mala actuación en un teatro vacío. Es tan mala como la del gobierno quien "jura y perjura", como solemos decir los orientales, que controla la economía y tiene a raya a especuladores, parásitos, corruptos de toda pinta y procedencia.
De hecho, aquí no hay controles, quién controle y nadie está dispuesto a controlar ni dejarse controlar. Aquí lo que hay es un pueblo indefenso y contra la pared. Lo que es peor, la guerra de cuarta generación y "convencional", que incluye el bachaqueo, este que impide podamos acceder a los productos básicos que deberían estar para todos en los anaqueles, pareciera una tan particular que unos soldados, en la dinámica de la misma, una vez están de un lado y otra de otro y en veces en los dos bandos. Por ejemplo, la policía y hasta altos funcionarios de gobierno, parecieran estar del lado de especuladores y bachaqueros. Para decirlo un poco por un poema de Paul Valéry, que cité en otro artículo, esta parece una guerra en la cual los empresarios, capitalistas, masacran al pueblo y el Estado, quien quiere evitar que a este masacren, sin percatarse, termina de aliado de quien al primero masacra.
No entiendo cuáles son los controles que controlan. ¿Quién se ocupa que los controles operen? ¿Dónde están los honrados ciudadanos que los controles respetan? ¿Dónde el Cid Campeador, el legendario Don Quijote que cuida, lanza en alto, que los controles se cumplan?
Lo que percibo es una disputa donde unos acumulan insaciablemente, ayudados por medradores que recogen lo que cae de las vasijas repletas y otros hacen lo mismo que los primeros aprovechándose de sus poderes oficiales y por último, unos ilusos quienes no se aprovechan siguiendo el ejemplo dado por los primeros, pero inflan el pecho, se ponen sus medallas y, para decirlo un poco como Quevedo y Eduardo Rothe, sueñan que sueñan.