Cinco de mayo, Carlos Marx otra vez. Sus enemigos se ufanan de haberlo enviado al osario de la historia. Pero ese Fénix se despierta siempre tremolando la sentencia de muerte del capitalismo.
En su honor me permito estos versos:
En los brazos de Jenny, Carlos Marx descansaba: / era un niño el león, ella lo acariciaba. // Venía de los más hondos y oscuros recovecos / y aun dormido el rugir, estremecían sus ecos. // Sabía más que nadie de dinero y riqueza / y junto a Jenny e hijos, de vivir en pobreza. // Su saber florecía de incesante batalla / contra la organizada mentira y la canalla. // Tenía para el combate una exclusiva mente / que deslumbraba al sol y esclarecía a la gente. // Y un escudero egregio, Federico nombrado: / lo secundaba en mente y era un bravo soldado. // Ambos iban llevando fuego y luz, descubiertos / al violar lo estatuido y retar los entuertos. // Fuego y luz que debían llegar al explotado / para encender el alba del futuro anunciado. // Amasó de Aristóteles, Spinoza, el fecundo / Hegel, el buen Feuerbach, el gran pensar del mundo, // toda sabiduría arraizada en el hombre, / y creó un pan de vida mentado con su nombre. // Y aprendió, sobre todo, del esclavo, del siervo / y el proletario atados por un nudo protervo. // Y la ciencia forjada para cambiar la historia / puso en manos de aquellos y anunció su victoria. // Roque Dalton, poeta, lo juzgó responsable / de la felicidad que camina, y culpable // de la esperanza humana y el corregir a Dios: / bienvenido el poeta, biennacida su voz. // Todo eso transcurrió en Germania, la Galia / y la Albión al amparo de Jenny de Westfalia. // Y tocó los andares de cada continente / y sigue por ahí en perpetuo presente. // Junto al chico y el grande –Bolívar, Lenin, Rosa / y todos– Marx trabaja y casi no reposa. // ¡Gloria eterna al maestro que arde en cumbre y abismo / levantando la estrella roja del comunismo!