El próximo 22 de junio se cumplirán 180 años de la instalación del Congreso Anfictiónico de Panamá. Bolívar, mágico adelantado, quiso formar una confederación de naciones iberoamericanas desde el sur del río Grande hasta la Patagonia. En la cumbre de los movimientos independentistas, Bolívar quiere adelantarse a lo que sería –de no hacerlo-, la mera sustitución del imperio español por un nuevo imperio. Era el momento de consolidar las bases de las repúblicas nacientes. Era llegado el momento de la unión que se opusiera con posibilidades de éxito a las graves amenazas que sobre las nacientes repúblicas se cernía. De un lado los posibles intentos de reconquista de la corona española apoyada por la Santa Alianza y del otro la voracidad del ya temible imperio en ciernes de los Estados Unidos.
El Congreso Anfictiónico de Panamá fue evidentemente el más grande sueño de Bolívar. Allí debían echarse las bases de una gran nación formada por una asociación de repúblicas que, tanto por su extensión, población y riquezas como por su fuerza moral, representaría un verdadero polo de poder en el concierto de las naciones del mundo. Lamentablemente, ayer, como hoy y siempre, a las miras superiores en grandeza y generosidad se oponen los intereses mezquinos, las mentes liliputienses, la ambición miserable y la supremacía de los privilegios. Bolívar se encontraría en su camino con el insuperable obstáculo de las oligarquías regionales de latifundistas y comerciantes sin corazón ni amor por la patria ni el ser humano
¡Cuanta pequeñez y miseria! Hoy, cuando el gran sueño bolivariano viene a nuestro recuerdo con fuerza, de nuevo nos encontramos ante la misma batalla. De nuevo los mismos intereses apátridas se oponen con todas sus fuerzas al proyecto integrador encarnado en la Revolución Bolívariana y el presidente Hugo Chávez. ¡Cuan gritan esos malditos! ¡Cómo les duele la unión de nuestros pueblos!. Supeditados a los intereses extranjeros, estos descendientes en esencia de Santander, Páez y el Dr. Miguel Peña, se revuelven enloquecidos al percibir el despertar de los pueblos y su vocación de unidad.
En Venezuela, especialmente ciertos sectores vacilantes y reformistas dentro del bolivarianismo tienen que saber que el éxito del proceso venezolano pasa inexorablemente por la unión de nuestros pueblos. Solos y divididos más temprano que tarde seremos barridos de la faz de la tierra. Los titánicos esfuerzos del Comandante Chávez por la unidad latinoamericana tiene que ser respaldada, asumida y comunicada sin vacilaciones, con reciedumbre y fidelidad absoluta. Así como no hay revolución en Venezuela sin Chávez, no la habrá sin la unidad de nuestros pueblos. Proyectos como el ALBA son la clave. Eso lo sabe la oligarquía criolla y sus amos imperialistas y de allí la tenaz campaña contra los convenios de cooperación y solidaridad que lleva adelante el presidente Chávez.
Chávez sólo está interpretando con fidelidad absoluta lo que estaba claro en el pensamiento de nuestros libertadores. Esa fiel interpretación explica la ferocidad del ataque de las hienas de todas las horas. No se propone una especie de nación única sino una confederación de naciones que conserven sus rasgos particulares. Un concierto de naciones unidas en propósitos comunes. Una unión de los pueblos donde lo político prevalezca por sobre cualquier otro interés subalterno. En la carta de Jamaica, el Libertador presenta la idea con claridad meridiana. Apela a lo que es más sustantivo: la comunidad de origen, lengua y costumbres de sus pueblos. Por eso elige el centro del nuevo mundo, el istmo de Panamá para que fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos.
Todos debemos estar convencidos de la grandiosidad de mirada del comandante Chávez. Estoy persuadido de que, si no fuese así –si Chávez no estuviese profundamente convencido de lo imprescindible de la unión-, le sería mucho menos gravoso dedicarse a obtener la aceptación política de la gente en Venezuela aplicando todos los recursos a la solución de nuestros propios problemas, que llevar adelante el gigantesco esfuerzo de unidad que está haciendo y que tantas críticas le obtiene de la mano de propagandistas al servicio del aparato mediático. El esfuerzo exige la unión espiritual de todos los que defendemos el proceso de revolucionario. No puede haber fisuras. Hemos de saber, con total certidumbre, que lo que está en juego es la existencia misma del proceso revolucionario. Solos no podremos. Unidos o hundidos, ese es el dilema.
Los países de Latinoamérica no podremos librarnos del atraso, la explotación y el sometimiento si no es uniéndonos en una federación capaz de hacerse respetar ante el imperio. Esta grandiosa tarea jamás podrá ser emprendida por las burguesías nacionales de nuestras naciones completamente entregadas y prostituidas al imperialismo. Esa es una tarea de pueblos. Pueblo unidos, conscientes y bien despiertos. Pueblos capaces de constituir una sociedad de Estados Socialistas en nuestra América. Ese es el desafío y no la pérdida de tiempo y esfuerzo en cosas pequeñas.