Soy un incrédulo. Me cuesta imaginar que alguien o algo posean poderes taumatúrgicos. Aunque, lo cierto, es que la humanidad parece haber apostado, desde sus orígenes, por la existencia de seres superpoderosos. De allí que ésta haya pasado toda su existencia inventándose dioses y mesías que le alivian la carga o le siembran ilusiones para otra vida.
Mi criterio aplica, por igual, para la poesía. Aunque a ésta le confiero una fuerza idéntica a la de un pueblo en revolución, es indudable que la palabra por sí sola no es autosuficiente. Me gusta creer que sí, pero no doy para tanto.
Es en esta última afirmación donde converjo con las personas que sostienen que ser poeta es una actitud ante la vida, más que el oficio de una o un generador de escritos presentados en versos, con metáforas, imágenes y otras formas literarias que embellecen o apuntalan a la poesía.
Se es poeta cuando se mira la vida con optimismo y alegría, sin llegar al extremo de convertirse en un iluso, un fanático o alguien que jamás se arrecha y vive aislado de las confrontaciones.
Se es poeta cuando se sueña con el futuro pero, sobre todo, cuando se construye el mismo, en la convicción de que no es un lugar para los demás sino para unos mismo, en primer lugar pero sin egoísmos.
Se es poeta cuando la palabra no genera lo real sino que lo imagina, mientras lo real produce versos y hasta dulces y hermosas fantasías… algunas ellas escritas: relatos, crónicas, novelas, poesía. Nunca es al revés, aunque todos los libros sagrados se empeñen en convencernos de que en principio fue el verbo.
Y esto, que pudiese parecer especulativo o irreverente, no es otra cosa sino la confianza en que la poesía sí puede convertirse en misil y detener los afanes memoricidas que acarrea una guerra simbólica, que dispara por mampuesto contra la iconografía de nuestros héroes, de nuestras libertadoras y libertadores. Que golpea, araña y destruye las portadas de los mausoleos donde están los restos de nuestros inmortales, pretendiendo debilitar nuestras ideas, nuestra historia, nuestra conciencia.
Ahora, cuando Venezuela dedica unos días para celebrar, en revolución y por décimo tercera vez consecutiva, el Festival Mundial de Poesía, desde esta pequeña trinchera queremos invitar a disfrutar y pensar en la creación hecha letra y canción de vida.
Se trata de detener la guerra, de entender que hemos llegado al momento de los pueblos, de la depuración, "cuando roza la tierra" y la paz es sinónimo vivo de revolución y poesía.