El nivel de pugnacidad y polarización que se vive en Venezuela no es nada nuevo. Lo nuevo es la visibilización, a través de los aparatos comunicacionales, de lo que antes estaba soterrado. Se discute amplia y abiertamente sobre el conjunto de problemas y situaciones que nos afectan. Se confrontan distintas percepciones y narrativas cuyos objetivos son disimiles. Se enfrentan el mundo del texto, de la palabra y el mundo de la praxis real. El discurso como narración intenta, por un lado, reproducir una ilusión de coherencia, de normalidad, por el otro, de confrontación, de resistencia a las" injusticias" y a la "falta de libertad". A la par, el insulto, la descalificación, los improperios y el desprecio por las más elementales normas de educación forman parte del discurso cotidiano de la dirigencia política. Lamentablemente son pocas las excepciones.
La defensa de las ideas no está reñida con el cuido de las formas. El debate y la confrontación, necesarios, en una sociedad democrática, deben constituir un marco de referencia para el ejercicio de la pedagogía como estrategia para elevar el nivel de conciencia social y política de amplios sectores de la sociedad venezolana.
El ejemplo, como elemento emulador. La palabra como elemento sustantivo. El discurso como referente axiológico. Los gestos e imágenes con toda su carga simbólica deben dar cuenta del marco sociocultural en el que se desenvuelven los actores políticos y lo qué se propone comunicar, transmitir e informar. Una nueva sociedad, un nuevo hombre, una nueva mujer, no emanan de un discurso cargado de violencia, de ofensas e intolerancia.
Desde la oposición, la irracionalidad, el desprecio por lo diferente, la manipulación de la realidad e intransigencia son elementos constitutivos de una discursividad que no contribuye a generar espacios para el desarrollo democrático que encauce las contradicciones y divergencias, que tiene un sector de la sociedad venezolana con el proceso revolucionario. Se insiste en el desconocimiento del chavismo como fuerza social y como referencia cultural. Por otro lado, desde el gobierno, también se insiste en desconocer a "esos" que no se identifican con el proceso revolucionario. A quienes lo adversan. A quienes ideológicamente están en las antípodas de lo que pensamos los revolucionarios. Posiblemente no todos los opositores, compartan las ideas fascistoides de quienes dirigen la MUD, no obstante, una parte importante de los adversarios, los une el odio, el antichavismo. La sin razón, como elemento aglutinador del desencanto y la desilusión.
En consecuencia, las divergencias, las contradicciones, no se superan con discursos destemplados. Es imprescindible cuidar las formas y la esencia de las palabras. La descalificación como estrategia argumentativa, es contrario a la dialéctica discursiva que busca develar los fenómenos y procesos sociales en sus distintas y múltiples formas. El discurso, como instrumento educativo, constituye una poderosa herramienta para la reconstrucción y resignificación del proceso histórico social, a los fines de una adecuada comprensión, de la trascendencia de la revolución bolivariana en el contexto del sistema mundo moderno global del capitalismo.
En este sentido, la forma y contenido son elementos claves en el proceso de comunicación de los conceptos, ideas, categorías, nociones, que necesitamos difundir y transmitir. El debate de las ideas y del proyecto político que encarna la revolución bolivariana, amerita que todo discurso se convierta en una oportunidad para la formación ideológica y política de los diversos sectores sociales, independientemente de su apoyo al proceso revolucionario. La trascendencia del tema impone una revisión de la praxis político-comunicacional de los dirigentes de la revolución y de las instituciones responsables de esta materia. Los errores, carencias y omisiones al respecto son evidentes. En definitiva, el discurso y las palabras, en todo momento deben ser un ejercicio de pedagogía política.
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