Somos una nación atípica

La radicalización al interior de las naciones en la que se hayan empeñado los grandes poderes planetarios en su propósito de mantener el dominio mundial, se puede palpar sin mayor esfuerzo tanto en Asia, como en África, Europa y obviamente Suramérica.

Una buena muestra de lo anterior, han sido los bochornosos sucesos que en estos días se han dado en la OEA, en donde en la práctica, se ha dado una especie de golpe de Estado contra la presidencia de Bolivia en aquella organización, con el único propósito de justificar, de la manera más vergonzosa, una agresión a Venezuela.

Como bien lo expresara en su momento el saliente presidente ecuatoriano Rafael Correa, desde hace tiempo, sectores interesados han querido vendernos la idea de que la economía es un problema eminentemente técnico y no político, concepción que ha permitido hacernos creer que a la resolución de los problemas económicos sólo podían acceder los técnicos en la materia.

Esta teoría ha actuado como una talanquera para detener el avance de nuevas teorías que han surgido, y que han comenzado a cuestionar las relaciones de producción existentes en Occidente. Estamos en una situación muy similar a la presentada en los siglos XVII y XVIII, cuando se producen las revoluciones liberales (Burguesas) en América y Europa.

No obstante, en nuestro país las cosas se han dado de manera un tanto asimétricas, en tanto que, si bien es cierto, nuestra dirigencia política ha logrado que los colombianos hayamos caído en una intransigencia política irracional, al punto que a nuestros dirigentes de los grupos políticos bien se les puede señalar como culpables de delitos de lesa humanidad. Dividir a una nación para beneficio propio, no tiene nombre. ¡No hay derecho a tanta maldad!

La asimetría, por otra parte, radica en que a diferencia de lo que sucede en otras latitudes, en donde la lucha se da en torno a una nueva forma de concebir la administración del Estado, aquí la lucha se da en torno a qué grupo debe seguir detentando el poder y por tanto la administración y repartición de la cosa pública.

Mejor dicho, en nuestro país la lucha es entre castas influidas por el más aberrante instinto de dominación; en todo lo demás están perfectamente de acuerdo. Para ellas, en este país no hay que tocar nada, todo funciona perfectamente.

Aquí no hay miseria, lo de Mocoa fue mala leche, el hambre en amplios sectores poblacionales no existe, la asistencia social para la población más deprimida es óptima. Todo lo anterior, les da la autoridad suficiente a tales grupos, para señalar la paja en el ojo a todos los otros países, vecinos y no vecinos, porque la viga que tienen en el suyo la tapan con un parche pirata del más puro corte inglés.

Esto no lo entiende nadie.

 










 



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Armando Brugés Dávila


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