Ser leal implica en primer lugar ser consecuente con lo que uno ha dicho, con lo que uno ha sido, con lo que uno ha hecho, con lo que uno se ha comprometido con sus camaradas y más allá con un pueblo que sueña y que lucha por una Revolución de la cual sigue enamorado.
Para ser leal hay que ser valiente, hay que ser honesto, hay que ser humilde, es decir, hay que ser un hombre o una mujer de honor.
Los cobardes se amilanan frente a las dificultades y se les quiebran "las paticas" y buscan el perdón de los verdugos; los corruptos se desmoronan ante las amenazas de sus corruptores y tienen que pagar la factura con su honor; las "nulidades engreídas y las reputaciones consagradas", frase del escritor Manuel Vicente Romero García, se dejan acariciar el ego y terminan traicionándose a sí mismos, a sí mismas, y a quienes fueron sus hermanos y hermanas de lucha.
En mi vida política, los he visto a todos y a todas desfilar antes mis ojos, he visto a hombres y mujeres de honor que me reivindican con el Ser Humano y he visto a los otros y otras que con el puñal de la felonía acuchillan la Fe en el Ser Humano, a los y las cuales, solo agradezco que me hayan mostrado que es lo que no debo que hacer en la vida.
Vivimos tiempos de ignominia, de afrenta al honor, vivimos tiempos de felonías, traición de cobardes, corruptos, corruptas y "nulidades engreídas". En estas circunstancias y como siempre, cierro filas en el lado de los valientes, de los honestos, de los humildes.
En esa fila por cierto, la mayoría es el pueblo de las catacumbas, el pueblo sufriente, que nos reclama, que nos regaña, que nos interpela, pero no se traiciona así mismo.
Con ellos y ellas, por ellos y ellas; como cantaba Alí Primera, seguimos empujando el sol maravilloso de la Revolución, para que amanezca de nuevo y no nos quedemos en la oscuridad. Dios mediante, pueblo mediante así será.