El
derecho, en Estados Unidos, es ridículo por la ley que lo identifica,
por el juez que lo aplica, por el Estado que lo sostiene y por la
sentencia que se dicta. Pero además es súper ridículo por todo su
contenido de celestina moralista que vomita hacia el exterior. Naide se
parece tanto al derecho burgués imperialista estadounidense que la
democracia capitalista imperialista decidiendo un jurado electoral el
resultado final desplazando de un lado a otro la intención de los votos
de la población.
El
mundo entero conoce el carácter horriblemente salvaje y atroz de la
metodología de interrogatorio político-militar-policial que aplica la
gendarmería estadounidense que cuida los intereses económicos de los
supermonopolios que dominan y deciden el destino del mundo en el
mercado internacional y en las bolsas de valores. Disfruta y eyacula,
la gendarmería, torturando presos, poniéndolos hacer promiscuidad
sexual y, luego, rematándolos hasta la muerte aprovechándose que ya
están completamente indefensos. Mientras eso hacen en muchas partes del
mundo muchos soldados estadounidenses, otros se suicidan como
testimonio de su completa inconformidad con la metodología de guerra
imperialista. Pero no es de esto que deseo escribir en esta
oportunidad, porque lo que ven los ojos del mundo no puede taparlo el
Estado imperialista gringo como esos inocentes que tratan de tapar el
sol con un solo dedo. El célebre y neófito Tribunal de La Haya,
parapeto jurídico cretino del derecho burgués internacional, guarda su
silencio y miedo que le caracteriza para no juzgar a los grandes y
poderosos terroristas de Estado en la historia.
Vamos a citar o reseñar como ejemplo de la “justicia divina”
estadounidense el caso de cinco revolucionarios cubanos que purgan
condena en Estados Unidos por alertar al propio gobierno estadounidense
de grupos terroristas. Lo hicieron no sólo para tratar de evitar ese
terrorismo contra Cuba y su pueblo, sino también para contribuir a
limpiarle un poco la mugrosa y macabra conciencia del Estado gringo en
la aplicación de tanto terrorismo de Estado contra naciones y hombres
que no congenian con la política imperialista, para que diera una
demostración que quería luchar contra ese flagelo que recorre el mundo
ensangrentado regiones enteras. La “justicia divina” estadounidense los “premió y condecoró” convirtiendo a las víctimas (los cinco cubanos) en victimarios y a los victimarios (los terroristas gringos o progringos) en víctimas. Esa es la parte profunda y celestial de “democracia” jurídica de Estados Unidos.
Para el derecho burgués-imperialista-jurídico-penal la “justicia divina”
tiene que partir de la creencia en que el pobre resucita y, por tanto,
hereda la sentencia en varias de sus vidas hasta que un día, cansado de
tanto morir, se vaya a una dimensión desconocida y superior a la vida
de la muerte en la Tierra. Por eso la “justicia divina” estadounidense, para sentenciar a un reo, aplica el principio que si lo
pela el chingo lo agarre el sin nariz. Y todos los pobres sabemos que
entre los pocos ricos que dominan y deciden el destino del mundo no
existe ni el chingo ni el sin nariz. Eso son defectos de pobres.
La “justicia divina”
estadounidense (en política esencialmente) se sustenta en el
alargamiento del sufrimiento humano. Sabe que la muerte acaba con el
dolor del difunto, y lo exonera de una libertad que ya no necesita
conquistar. La vida, como debe ser y para lo que hizo la naturaleza al
hombre, está vedada para el pobre. El rico cree que el mundo se hizo
para que sólo el rico lo disfrute con sobrados privilegios sociales. El
derecho no tiene más función que asegurarle jurídicamente su status
económico y darle impunidad para cometer sus atrocidades de gente mala
contra la gente buena. Eso es todo. Buscarle cinco patas al gato es
como el ignorante perderse para siempre en las cavernas de Platón
buscando una luz que le está negada, porque no se le reconoce
inteligencia de ninguna naturaleza.
Si
algo debería caracterizar a la justicia no es que pague castigo quien
cometa un delito contra la sociedad, sino en crear un régimen de
justicia donde ninguno tenga necesidad de cometer un delito contra la
sociedad. Y cuando esto último se haga realidad global en el mundo,
entonces ya no habría necesidad del derecho, porque éste no mide con el
mismo rasero a los hombres y mujeres para determinar y juzgar un
delito, sino que legaliza las diferencias para favorecer a los pocos
que de todo tienen y deciden el destino de la humanidad. Eso es todo.
¿Cuál
es la parte esencial de la ridiculez de la “justicia divina”
estadounidense, sustentada en la resurrección del pobre, que aunque lo
juzgue no deja de producir en la víctima una risa de indignación contra
las tropelías del derecho-imperialista-penal?
Hay que buscarla, y se aprecia hasta por un sentido común fuera de su ordenamiento original, en la sentencia. El imperialismo está tan acostumbrado al método de crear terror en los pobres que no hace más que generar un miedo satánico en la propia elite de pocos ricos que mal gobiernan el mundo.
La “justicia divina”
imperialista estadounidense tiene, en su metodología de sentencias,
entre otras: la pena de muerte y la cadena perpetua, pero igualmente la
que testimonia su creencia en la resurrección del pobre: la de varias cadenas perpetuas, más unos cuantos años de prisión y hasta una multa para que se la viva algún gringo mafioso en nombre de la “justicia”.
¿Qué
sentido de justicia jurídica verdadera, que respete no sólo a la
sociedad sino también al juez, al fiscal y al propio condenado, tiene
el dictar una sentencia de varias cadenas perpetuas más unos 15 años de
cárcel? ¿Cuántas vidas cree el juez que tiene el condenado? ¿Será que
el juez confunde al reo con una liebre y piensa que para engañarla le
mete esa sentencia haciéndolo creer que es un gato? ¿Acaso no es
risible e indignante esa burla cretina de un juez a la sociedad y a la
misma justicia jurídica-penal? ¿Será que el religioso juez que dicta
esa sentencia considera que religiosamente el condenado pagará la
segunda cadena perpetua en el cielo con su segunda vida y los quince
años en el infierno durante la tercera antes de volver a la Tierra? ¿A
quiénes pueden enseñar administrar justicia los jueces gringos que
cometen esa vulgar bazofia del derecho de condenar a varias cadenas
perpetuas a un ser humano cuando las ciencias han demostrado que la
vida es una y acá en la Tierra y no fuera de ella?
Lo
más doloroso, lo más risible, lo más hipócrita, lo más demagogo, lo más
sofista y lo más oportunista es que en el resto del mundo existe gente
buena que cree ciegamente que en Estados Unidos es donde con mayor
idoneidad se aplica la justicia-penal. Y no faltan quienes aplauden o
se hacen eco de las perogrulladas políticas del gobierno estadounidense
de criticar y condenar a
gobiernos de otros países cuando se condena a terroristas o
conspiradores contra la justicia social a unos cuantos años de cárcel y
que no llegan ni a una sola cadena perpetua.