El panteón es para mí, un espacio muy serio. Pero mi panteón no es sólo mío. Es de muchos, más de cuantos uno se imagina. El héroe que allí llegue, debe hacerlo sobre los hombros, si es posible, de todos y cuando el juicio de la historia, esa demasiada exigente y rigurosa señora, sea la primera en abrir las puertas.
Desde muy pequeño me interesó sobre manera la literatura deportiva. Quizás por mi sobrada incapacidad para ser atleta y destacar en deporte alguno, por amor a todo eso, la tomé por leer intensamente la crónica correspondiente. Todavía soy de los tantos venezolanos que procura no perderse las columnas de Juan Vené y, en mi biblioteca, tengo libros suyos y de Eleazar Díaz Rangel, quien también fue un excelente cronista deportivo. Fui a los estadios tantas veces que no sabría contarlo, a ver beisbol como futbol. Ya viejo, prefiero verlos por la televisión; eso sí, cualquier contienda en una de esas dos especialidades del deporte, que trasmita la tele le doy carácter prioritario. En el juego de pelota lo que más me emociona es el drama que envuelve el enfrentamiento entre lanzador, receptor por un lado y el bateador del otro. Para apreciarlo en su intensidad hay que seguir el ritmo y dirección de cada lanzamiento, si no ves la pelota desde las gradas, como sucede a los viejos, el sabor de aquello se derrama.
Por eso, puedo hablar de mis héroes. Empezaré por los del año 1941, aquellos que sorprendieron en Cuba, ganando la serie mundial de beisbol, precisamente derrotando en el tramo final al anfitrión. Entre los héroes de esa época estuvieron el "Chino" Canónico, "Dumbo" Fernández, estos dos lanzadores de lujo, el segundo de ellos también portentoso bateador. Los receptores Guillermo Vento y Enrique "Conejo" Fonseca. En el campo interior, Luis Romero Petit, José Antonio Casanova, "el ovejo" Dalmiro Finol y José Pérez Colmenares. En los jardines, Jesús "Chucho" Ramos, Héctor Benítez Redondo y Tarzán Contreras. Sólo he nombrado algunos. Me faltaría agregar que aquel equipo lo dirigió el "Pollo" Malpica.
Luego vinieron, sin importar el orden y limitándome al beisbol venezolano, Alfonzo "Chico" Carrasquel, Luis "Camaleón" García, Emilio Cueche, Luis Aparicio hijo, David Concepción y para mí, el más espectacular de todos, Víctor José "Vitico" Davalillo. Estoy consciente que he dejado una lista larga sin mencionar, pero el lector comprenderá los motivos. Lo que sí quiero dejar constancia que eso abarca desde 1941 hasta hoy.
Es obvio que no he hecho mención a otros deportes, como el futbol y el boxeo, deporte este donde mis paisanos los cumaneses jugaron en el pasado un rol descollante, sobre todo Hely Montes, ese "hacedor de campeones", como le llamó una gran figura de la misma especialidad. Y nuestra primera medalla de oro olímpica Francisco "Morochito" Rodríguez, que aparte de llegar al podio como triunfador, lo hizo después de la más larga y dura jornada que le ha tocado a combatiente alguno en la historia del boxeo olímpico.
Es decir, mi panteón está lleno y lo más bello es que quien lo revise, no va a objetar ninguno. Lo máximo que podría decirme que pude haber dejado a alguien por fuera a causa de mi descuido o desconocimiento y si lo hace procediendo con mi mismo espíritu, no tendría motivos para no incorporar a quien los dos lo sabremos merecedor de estar allí.
Los del 41, jugaron en medio de todas las dificultades, hasta lo que representa haberse enfrentado en la final con el dueño de la casa y habiendo estado a punto de regresar a Venezuela antes de tiempo por desacuerdos entre dirigentes de la liga y nuestro equipo. Todo salió como debió ser. El lanzador del juego final, quien si mal no recuerdo, fue el "Chino" Canónico, estuvo esa noche "intraficable", como se dice en el argot beisbolístico. El "Pollo" Malpica, el manager, condujo el juego tal como debió hacerse. Pero todos ellos, lo mismo hicieron en toda la serie. Por eso, son mis héroes y porque, casi todos ellos, siguieron jugando y siendo estrellas.
No puede haber héroes cuando se forma un equipo con hombres que uno cree buenos jugadores, con el respaldo emocionado de toda la afición, bajo una dirigencia que uno supone acta para la competencia y los resultados resultan desastrosos. Al final, cuando uno en el descanso, la tranquilidad, analiza los resultados, se encuentra que aquellos hombres todos hicieron justamente lo contrario de lo que debía hacerse en cada juego y jugada. Y terminaron defraudando nuestros sueños y hasta esfuerzos de muchacho.
Ellos no supieron nunca ponerse a tono consigo mismo y menos con cada compañero; tampoco percibir el impulso, deseo, disponibilidad de cada uno de los hombres de las gradas y menos la síntesis que emanaba de ellos. Los dirigentes del equipo que eran muchos de ellos mismos, daban con frecuencia las señas equivocadas o sus dirigidos interpretaban como mejor les parecía. Jugaron siempre el juego y al ritmo que le convenía al contrario y usaron armas y hasta tácticas en lo que eran inferiores. Dieron los combates casi todos y casi siempre, en los terrenos donde el enemigo era sobradamente superior; tenía más capacidad de movilidad y respaldo. Terminaron hasta enfrentándose, de alguna manera, entre ellos mismos.
En el estadio donde empezaron a jugar toda la afición les apoyaba. Sobraban las banderas, los gritos y todas las formas de manifestar la solidaridad. Es decir, ese era su patio, el mejor para ganar la serie. Pero un buen día, por imitación, dicen algunos, por inducción dicen otros, como que unos estrategas lejanos les pasaron una chuleta de otros juegos, decidieron cambiarse de sede, instrumentos y hasta de táctica y estrategia de juego.
En esas condiciones, el enemigo les destrozó y terminaron deambulando sin conexión alguna por todo el terreno de juego. La afición de este nuevo escenario no le prestaba ni un grito y la de aquel se disolvió y hasta optó por prestar sus gritos, aplausos y sus ¡vivas! a jugadores a quienes antes había desechado. Estos aprovecharon al máximo la frustración del público, la impericia e incapacidad de los anteriores ídolos hasta para pegarle a la pelota. Sin negar por supuesto que en aquel juego absurdo pusieron el alma y hasta sus vidas mismas. Pero tampoco pudieron evitar que muchos viesen confiscado su futuro y hasta su derecho a soñar.
Por eso, estos héroes, no estarán nunca en mi panteón. El mío es el mismo de todos. Por eso pienso que hay que "darle tiempo al tiempo" y este se encargue de poner las cosas en su sitio y los héroes lleguen sobre los hombros de todos y en el justo momento que los llame la historia... Si no, hasta sin panteón nos quedaremos.