En el principio fue la bola de cristal. Los astrólogos llegaron después, seguidos de las firmas encuestadoras y, finalmente, de la siquiatría. Los golpistas han apelado a todas estas artes, ciencias, trucos y mañas -ocultas o no- para salir del hombre de su obsesión. Leí en un vespertino que los veedores astrales recomendaron a la coordinadora tratar de tumbar a Chávez antes de que cumpliera 48 años, pues a partir de entonces, el objetivo sería “intumbable”. Otra que pierden en el reino de lo esotérico.
Desahuciados por las encuestadoras, contrariados por el zodíaco, optaron por algo insólito: poner la siquiatría al servicio de la casa del partido. Los adecos se buscaron a un equipo de loqueros para que diagnosticaran, científicamente, la locura de Chávez. Sin martillo de reflejos, el mismo día entregaron su informe que se puede resumir en dos palabras: “insania mental”. El Tribunal Supremo, para no exponerse al ridículo universal, rechazó de plano esa cosa y debió exigir más seriedad.
Otro grupo no asimiló la lección y sin mucha originalidad, se llevó a un siquiatra a su sede. No trasladó al galeno al TSJ sino a la televisión, donde los juicios vienen en un envoltorio que contiene acusación, sentencia y condena en un solo paquete (remember: caso golpe fascista, caso Puente Llaguno, etcétera). Allí, frente a las cámaras, pusieron a hablar al facultativo quien, con ceño fruncido de un Freud perdido en el Guaire, enumeró nueve síntomas o tipos de conductas que no dejaban lugar a dudas, o mejor dicho, que pusieron a todo el mundo a dudar acerca de quién era el verdadero “tostao”: si el personaje analizado a distancia, el siquiatra que se prestaba para semejante circo o los “dirigentes” que lo escoltaban con miradas extraviadas en la galaxia de Jung.
Con razón uno de los “líderes”, en su rol de súbito paramédico o ayudante de siquiatría, logró masticar: “o sea, doctor, que Chávez nos está enloqueciendo a todos”. Fue una hipótesis que balbuceó para ayudar al facultativo, quien se hizo el loco para no quitarle seriedad a lo que no la tenía por ningún lado. El recurso de llevar siquiatras a los medios para descalificar al adversario político no se le ocurrió ni al mismo Betancourt, nuestro Maquiavelo vernáculo, según algunos. Pero los días que corren son de una loquera total, con una oposición tan descoordinada que inventó una coordinadora que no logra coordinar ni la ambición presidencial de sus 19 candidatos. Una locura.
No se trataba de un especialista entrevistado por los medios en su consultorio u oficina, sino de un siquiatra presentado en la casa del partido o grupúsculo. La pérdida de credibilidad que hace mella en el periodismo sesgado y en la astrología manipulada, parece que encontrará su próxima víctima en la siquiatría militante, opositora, anti chavista, que cuando atiende a un paciente, le extiende un récipe que invariablemente cierra con la frase: ¡Ni un paso atrás, compañero loco! ¿Quién quiere enloquecer a quién? Cierto, la siquiatría con fines políticos ya la habían empleado los países ubicados detrás de la llamada cortina de hierro. Duros tiempos aquellos de la era soviética. A los disidentes o simples sospechosos los enviaban a un manicomio, que era una forma de enterrarlos en vida. Nunca más salían de allí. No es comparable, por supuesto, con lo que vimos aquí por televisión.
Esto parece una joda pero no lo es. Su fin, con un seudo apoyo que se pretende científico, busca desprestigiar nada menos que al Presidente de la República. Y el siquiatra se presta para ello. Al final, queda ese sabor a bufonada y choteo, a cosa chueca que se revierte contra todos los hijos de Jung. Cualquier analista extranjero pensaría que a esta oposición, con sus astrólogos, brujos y siquiatras, la paga el mismo Gobierno. Pero muérete que no. Actúa así por su propia cuenta.