Los votos tienen un discurso que es necesario precisar. Este discurso proviene, por una parte, de lo que sus respectivos candidatos dicen en la campaña electoral y, por otra, de lo que hacen en sus respectivas funciones. El que gobierna y se postula para la reelección, por cómo gobierna; y los que se le oponen, por cómo hacen oposición. El modo como el pueblo de Venezuela se identifique con esos inevitables discursos que los votos tienen, es el asunto que hace de estas nada convencionales elecciones una verdadera prueba, un verdadero examen de conciencia.
El voto por Maduro dice claramente que está de acuerdo y que apoya el llamado Arco Minero del Orinoco. Que apoya la entrega del 12% del territorio nacional, a costa de la vida de más de una docena de pueblos indígenas, a costa de la biodiversidad y el agua del país, para que las transnacionales de la minería que hacen vida en la Bolsa de Toronto, lo dolaricen por entero sin preguntárselo a nadie. El voto por Maduro se hace el loco frente al hecho de que el candidato Maduro no explica, con veinte gobernaciones, más de trescientas alcaldías, el TSJ, el BCV, el CNE, la Fiscalía, la Contraloría, la FANB, y todo el Gobierno, quién le amarra las manos para resolver los problemas que dice que va a resolver después que gane las elecciones. El voto por Maduro manifiesta que se vale robar. Que si unos cuántos bachaqueros de futuro se llevan en cinco años toda la plata que necesita el país para comprar la comida, los medicamentos y las maquinarias y repuestos que se necesitan para los próximos diez años, no pasa nada, no se buscan ni los millones desfalcados ni a los desfalcadores, que a fin de cuentas, todos los gobiernos roban. El voto por Maduro afirma que desde la vacuna que previene la difteria, hasta el apartamento de la Gran Misión Vivienda Venezuela, todo se le agradece al señor presidente como si éste hubiese sacado la plata de su bolsillo para pagar la vacuna y para pagar el apartamento. Que el derecho a la salud y el derecho a la vivienda y a la educación no son derechos, que en su carácter de derechos no se agradecen, sino dádivas, beneficios, bonos, regalos, beneficencia, caridad que hay que agradecer en términos de "dando y dando".
El voto por Bertucci dice tan poco que se hace muy sospechoso. En lo poco que dice da a entender que sabe que apoya la candidatura del "sparring" necesario. La candidatura contratada por el gobierno de Maduro/Cabello/Padrino para garantizar que habría elecciones porque ya, por lo menos, había dos candidatos. Eso no deja mucho para decir, pero en todo caso añade que el problema se resuelve arreglándose con los Estados Unidos para poner en puertos y aeropuertos, eso sí, en forma inmediata, los barcos y los aviones cargados de comida y medicamentos para el hambriento y enfermo pueblo venezolano. Al voto por Bertucci no le da pena canjear votos por platos de sopa.
El voto por Falcón es parco y elocuente. Dice, casi que grita, que quiere volver al pasado, cuando el CNE por lo menos jugaba a parecer imparcial, y no como ahora que ya ni juega. Dice que quiere volver al pasado, cuando ni al Banco Central de Venezuela ni al Ministerio de Salud le era dada la posibilidad de negar la información, el Boletín Epidemiológico, el Índice de Precios al Consumidor, que por imperio de la Constitución están obligados a dar. Dice que quiere volver al pasado, cuando en el TSJ, el número de magistrados era impar, para que el gobierno tuviera uno más que la oposición, no como ahora que el gobierno los tiene a todos. Dice que quiere volver al pasado, cuando había Radio Caracas TV. Dice que quiere volver al pasado, cuando los padres daban por sentado que conocerían a sus nietos. Dice que quiere volver al pasado, cuando la gente hacía mercado y pasaba una semana y hasta quince días sin volver a pensar en la comida. Dice que quiere volver al pasado, cuando se le echaba un litro de aceite al motor del carro como si tal cosa. Dice que quiere volver al pasado, cuando era posible pensar en tomarse una cerveza. El voto por Falcón exhibe las prendas más rutilantes de la derecha internacional, la dolarización y la privatización, porque el voto por Falcón no ignora que el gobierno de Maduro/Cabello/Padrino se la puso facilita, haciendo todo lo posible por demostrar que lo público, por definición, tenía que ser corrupto e ineficiente.
El voto por Falcón susurra, al universo de la gente de la oposición que dice que no va a votar, si le quedó un gran orgullo en el alma en Chacao, Sucre, El Hatillo y Baruta por haber dejado morir a Carlos Ocariz frente a Héctor Rodríguez, si ganó o perdió con su actitud. Si tuvo mucha astucia el entregar el Edo. Aragua a Rodolfo Marco Torres solamente porque Richard Mardo y Primero Justicia se la tenían jurada a Ismael García. El voto por Falcón deja muy claro que en estas elecciones por la presidencia de la República, las circunstancias, de tan similares, parecen exactas.
El voto por Quijada pide que se utilice esa candidatura y esas siglas por todos aquellos que creamos que es importante contarse, como una manera de decir que existimos, los que no aceptemos que a Chávez se lo utilice como escaparate para tapar el mayor de los desfalcos de toda nuestra historia. El voto por Quijada cuenta la historia de un pueblo que en 1998 salió con Chávez a enfrentar la corrupción de esa sociedad de cómplices que constituían AD y Copei. Un pueblo que se organizó aceleradamente en diferentes formas: Círculos Bolivarianos, Mesas Técnicas de Agua, Comités de Tierra Urbana, etc, para impulsar los cambios que implicaba el magnífico logro del proceso constituyente que significaba la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Un pueblo que, con el barril de petróleo a 7 $, enfrentó la adversidad en el Deslave de Vargas a punta de solidaridad y creatividad. Un pueblo que derrotó la desestabilización más brutal que haya lanzado jamás el aparato mediático del capital. Un pueblo que derrotó el golpe de Estado de abril de 2002. Un pueblo que derrotó al paro-sabotaje petrolero de 2002-2003, saliendo más fortalecido que nunca para apoyar a Chávez en el Referéndum Revocatorio del 2004. Un pueblo que en el 2006, ratificando a Chávez en la presidencia, aumentando su votación en términos absolutos y relativos, le reiteró al mundo su libérrima voluntad de ir hacia otro destino distinto al señalado por el capitalismo neoliberal en estado salvaje. Un pueblo que en octubre de 2012, siguió enarbolando a Chávez como estandarte de su voluntad de perseverar en la construcción de un destino diferente y lo reeligió como presidente. Un pueblo que, en diciembre de 2012, atendió el llamado de Chávez a votar por Maduro, en el caso de que la fatalidad se lo llevara a él de este mundo. Un pueblo que, en abril de 2013, cumplió esa tarea que Chávez le pidió, llevando a Nicolás Maduro Moros a la presidencia de la República. Un pueblo que a partir de esa elección de Maduro como presidente, comenzó a confrontarse con hechos graves y confusos como el despido de Edmée Betancourt de la presidencia del Banco Central de Venezuela por denunciar que a unas empresas de maletín se les había entregado 22.500 millones de $. A ella la botaron y lo que ella denunció no se investigó. Un pueblo que, meses más tarde, se confrontó con la denuncia de otro baluarte del gobierno de Chávez, como lo fue Jorge Giordani, cuando denunció la piñata de millones en la asignación de dólares preferenciales, primero en CADIVI y después en CENCOEX, para encontrar la misma y extraña circunstancia: El denunciante es sacado del gobierno, execrado y sometido al escarnio al interior del PSUV y nada de lo denunciado por él fue investigado. Un pueblo obligado a preguntarse qué estaba pasando, cuando otro baluarte del gobierno de Chávez, Héctor Navarro, es expulsado de la dirección del PSUV por denunciar que ésa era la macolla de la que provenía la onda corruptora que ya tenía una fuerte incidencia en la vida del pueblo, que ya empezaba a ver empeorar sus condiciones de vida como resultado directo de una corrupción tan espantosa que hasta el presidente Maduro confesó que abastos Bicentenario (la madre de los bachaqueros) no se podía salvar porque estaba totalmente podrido. Un pueblo que, en diciembre de 2015, al ver en la apabullante victoria de la oposición en las elecciones parlamentarias el primer castigo electoral a la corrupción desbordada del gobierno de Maduro, mira con estupor la opción por la trampa como forma de gobierno. Se desconocen las elecciones en el Edo. Amazonas. A los diputados proclamados por el CNE se los destituye. Se elige anticonstitucionalmente a un TSJ para que le cosa al gobierno el traje jurídico de su conveniencia. Un pueblo que en el 2016 es testigo del secuestro del Referendo Revocatorio que la oposición, constitucionalmente, había conseguido poner en marcha. Un pueblo que en el 2017 ve usurpada su soberanía cuando se le impone una Asamblea Constituyente sin que éste haya decidido que quería cambiar de Constitución. Un pueblo en fin, que confrontado con unas elecciones presidenciales colocadas en el tiempo de modo que le convenga al gobierno, consciente de que en 2018, a casi veinte años del momento en que insurgió con Chávez a enfrentar la corrupción adeco-copeyana, está inmerso en una corrupción infinitamente mayor que la que salió a enfrentar, está forzado a decidir si convalida con su voto el desfalco del futuro y la destrucción del legado de Chávez, empezando por la Constitución Bolivariana de 1999, o si se inscribe en un espacio político que luche para preservar la esperanza, para reivindicar el sueño de sociedad libre, justa, soberana e incluyente, y para reivindicar que ese sueño ni tiene la culpa, ni es responsable de esta pesadilla.
El voto por Quijada puntualiza con humildad que es ése el sentido fundamental de su existencia.