Son dos grandes nombres de nuestras luchas contemporáneas, que da las circunstancias de que se han ido prácticamente en el mismo mes. Quizás tenga que ver con qué los dos estuvieron juntos en los destacamentos armados, de lucha por la libertad y la esperanza.
Eduardo Sanoja fue maestro de garrote, poeta, prosista, conversador de los buenos, muralista y guerrillero urbano. Sobre todo, un ser humano excepcional.
En el aparato militar del Movimiento de Izquierda Revolucioria (Mir), ocupó las más altas responsabilidades, destacándose siempre por su valentía, destreza y solidaridad. Todos los que lo conocimos estamos muy orgullosos de haber compartido la vida con un militante tan ejemplar, porque Eduardo no fue un hombre de la guerra, fue un hombre de paz, que dedicó su vida a educar, a compartir con los jóvenes enseñándolos a ser seres espirituales.
La mayor parte de su vida estuvo dedicada a la educación, a la conversación pedagógica, a escribir poesía, ensayos y a contar anécdotas llenas de enseñanzas. “En el dar sin recibir está la supervivencia superior: la anónima”. Uno de sus pensamientos. En el Ejército Secreto, dijo, creo yo que en nombre de todos nosotros: “Era el ejército de las madres, esposas, novias que daban protección a parientes ajenos como si fueran los suyos que quién sabe dónde andarían. Eran las mujeres que guardaban la angustia y las lágrimas para los pensamientos nocturnos acerca del hijo, el marido, el hermano o el padre y en el día eran figuras silenciosas que con pocas palabras o con sonrisa generosa curaban incertidumbres y servían, sí, servían porque era una especie de servicio militar clandestino por la Patria.”
Rómulo Niño trabajó siempre desde el secreto, más bien desde el silencio. Cuando se necesitó resguardar la seguridad de alguien, de un grupo, de una organización, de un documento, de unos archivos, de un lote de armas… Ahí siempre estuvo Rómulo Niño, conocedor de “conchas” (escondrijos), pasos en la frontera con Colombia, escondites en cualquier lugar de Venezuela (en el campo, en la ciudad, en las montañas, en cualquier catacumba…).
Si había una misión imposible, un secreto que guardar, un mensaje de destino cargado de peligros, el nombre de Rómulo Niño estaba en el primer lugar. Generalmente asociado al de Eduardo Sanoja, cuando no se llamaba así, sino Jacobo. Cuando andaban juntos en el aparato militar del Mir.
Nació en un hogar muy humilde, donde hasta tener nombre era difícil. Pero se fue educando por su cuenta y se hizo conocedor autodidacta de los mas variados temas y si Ud. quería saber, por ejemplo, de nuestro libertador, Simón Bolívar, pues ahí estaba Rómulo Niño. Precisamente dejó un libro sobre Bolívar. Ojalá se pueda editar de nuevo.
Personalmente, fui recipiendario de la solidaridad de Rómulo Niño. Cuando experimenté una persecución de vida o muerte. Él supo que hacer conmigo y siempre me sentí seguro. Sin sobresaltos. Rómulo Niño estaba preparado para cualquier emergencia y siempre sabía anticiparse. Hermano en las verdes y las maduras. Sobre todo, en las verdes, que él se las chupaba sin que tú lo supieras.
Organizó revistas, grupos de jóvenes, de trabajadores, siempre preservados por una gran seguridad. En eso puso siempre un celo extremo.
Él se hizo famoso con el secuestro del barco mercante, Anzoategui. Operación que comandó conjuntamente con Paúl del Río. Sin violencia alguna y sin solicitar compensación económica. Operación limpia en todos los sentidos.
La biografía de Rómulo Niño está por hacerse. Está rodeada del secreto, de la seguridad, del misterio, tal como él vivió cumpliendo con su tarea de militante de las catacumbas llenas de esperanza, de amor y solidaridad.
Ambos han tenido el premio de morir cerca de familiares y amigos. Digo esto porque hay muchos combatientes de nuestra generación que están prácticamente en la calle: sin vivienda, sin familiares, sin salud…
Esos compañeros lo dieron todo por la patria. Sin esperar nada a cambio, pero no tuvieron la oportunidad de rehacer su vida y poder tener un mínimo de condiciones materiales. Creo, que la patria debería prestarles solidaridad. No ha habido otra generación (quizás la de la independencia o también la de la guerra federal), que lo haya sacrificado todo, incluso la vida y la familia como lo hizo la nuestra. Fuimos y somos una generación de acero. Por eso, sin doblegarse, muchos de sus miembros se encuentran hoy literalmente en la calle. Muchos ya han llegado a los 80 años de existencia y ahí están, firmes ¿No debería la patria hacer algo al respecto? ¿Me escuchan?