Diáspora, olvidar es un riesgo sin compensación

En los decenios de mil novecientos cuarenta y cincuenta, todos huíamos: los italianos, españoles, alemanes de una Europa en guerra; en Venezuela, de la aldea a la ciudad. Todos toditos, a ciudades que se identificaban por sus grandes puertas y ventanas, pero que no pasaban de ser unos puebluchos que apenas empezaban a destazar sus bosques, sus pocas casas guardaban el olor a bosta de vaca, a cocinas de humo o kerosene, aromas de café y polvos de camino; para reconstruir esos recuerdos hay que repasar los tiempos y espacios derramados. Allí en esos escondrijos perdidos de la memoria colectiva, en los cuentos de los abuelos, en los escritos escondidos, periódicos del ayer, encontraremos respuestas cercanas, de porqué fue que cambiamos nuestra aldea de campos floridos por una ciudad reducida en su urbanidad, lo que la hace neurótica y convulsionada; aclarar esto suaviza los caminos que hoy desandamos. Olvidar o descuidar el pasado, es un riesgo sin compensación.

Los primeros europeos que dieron asomos por estos lados, fue setenta años después de la llegada de Colón a América, allí fue cuando un tropel de caballos, perros rabiosos y hombres agotados por un mundo medieval que les reforzaba su miseria y explotación, empiezan a colonizar el Valle de San Cristóbal.

Esta primera llegada se daba porque Europa había desgastado sus bosques, en una quema necesaria para poder fundir el hierro y acero para sus esotéricas guerras; las pocas arboledas que quedaban, fueron reguardados para las elites, los demás, tenían que huir o morir.

En la falta de leña, se podía tal vez sobrevivir, pero ningún progreso posible para las clases más desposeídas. Se daba así en 1498, inicio a una diáspora en España. Cuando las masas populares, los tranzadores de baratijas, los mercaderes sintieron sus ropas desaliñadas, sus zapatos rotos, por culpa de las monarquías y latifundistas, idearon una salida, se agruparon en nombre de los aldeanos, de las villas, de los burgos y campesinos españoles; todos explotados, buscaban revertir el orden establecido, toditos en búsqueda de un posible progreso; más, que el simple comer y sobrevivir. Ante una presión social que en cualquier momento reventaría el corcho, la monarquía les dio una alternativa: huir.

El agotamiento de los bosques europeos y el nacimiento en 1265 y 1273 de la Summa Theologiae, daba tránsito hacia una nueva clase social, la burguesía; en las primeras de cambio buscaba reemplazar los monarcas, latifundistas y a una iglesia confundida o quizás clara en sus pasos, que adornaba sus grandes portales góticos con sus cuatro dimensiones místicas, gárgolas, dragones y sirenas. Pero los pobres miraron bien y vieron que empezaba a nacer otro lado social no distinto al que fenecía. Ante esta disyuntiva, la población hambrienta, "la carne de cañón de las guerras", montarse en un barco y huir, fue su alternativa, huir daba más esperanzas ante un Dios que le había dado poder a muy poquitos. La diáspora de 1500 retrasaría los cambios sustantivos, dando tiempo a la iglesia y monarcas posibilidad de reorganizarse.

Gloriosa salida para la élite monárquica y católica, que buscaba una válvula de escape de una crisis que les ahogaba. El escape hacia América retrasó por más de trescientos años el ascenso de la nueva clase social, hasta que, en 1808, Napoleón invadiera España.

La huida de la clase pobre a América, daba doble alivio, disminuía las presiones sociales y la más importante, transformaba a los escapados en buscadores de riquezas y energías, estos envíos de oro, aliviarían y sostendrían una monarquía católica enferma y decrepita.

En un análisis de la historia de los primeros colonos llegados a la Villa de San Cristóbal, podemos detallar, para 1561, que muy pocos eran originarios o nacidos en España. La mayoría de ellos o casi todos eran hombres nacidos en América. En su totalidad, hijos de soldados originarios de Europa, llegados durante los inicios de la conquista. Hijos de los estratos sociales más pobres o con muy modestos o ningún bien en España, o, a los que no les alcanzaba la papa para darle a sus familias, o a los que ya sus ropas no escondían su miseria, o los que la incertidumbre por falta de leña les volvía locos, esos fueron los escapados hacia América. Por más que pase el tiempo, los escapados siempre tendremos las mismas ropas.

Llegados a América, estos destrapados de España, se propusieron a fundar Villas, Aldeas, Barrios, teniendo como azimut: el oro, la imposición de la fe católica y hacerse de tierra para sus comodidades, comodidades hasta ahora negadas.

En cuanto a la fundación de San Cristóbal, el Fray Pedro Aguado, cita: "En 1561, juntaron entre soldados extravagantes y vezinos de Pamplona hasta treinta y cinco hombres, con los cuales el Capitán Juan de Maldonado salió de Pamplona y atravesando Qúcuta y la loma verde de la guacavara, fue a ver y descubrir el valle de Cania., final de la gran planicie de la cárcava de los Andes, o abra de los andes, llamado así de sus propios naturales, el cual por antigua o gran noticia que del se thenia, creyeron los españoles que fuese alguna gran poblazón y de muchos naturales"

En la página 18 del libro "La Grita" de Castillo Lara se cita. "De Pamplona la generatriz, partió otra vez la expedición fundadora. A su frente el Capitán Don Juan de Maldonado, con once vecinos y ocho soldados".

Fueran veinte o treinta y cinco mujeres y hombres los que vinieron por primera vez al valle, con independencia si fue un día más o un día menos el momento en que ellos y ellas llegaron, se trata de abordar en el presente relato, los nombres de los primeros colonizadores que ocuparon el Valle de Cania, Las Auyamas, De Santiago, La Villa de San Cristóbal, o como bien pudo llamarse y, cuyos apellidos muchos guardamos aún. Al final de cuentas, gracias a la visión de estos hombres y mujeres, España pudo lograr su cometido y nuestro caminar huele a ese pasado.

Antes de 1940, se había establecido una clara diferencia de apellidos locales, que caracteriza a las poblaciones de La Grita, de Lobatera, de San Cristóbal y San Antonio, pero luego lueguito, las carreteras y la diáspora de las aldeas y Europa, sufridas entre 1945 y principios de 1960, modificó radicalmente el paisaje social

Si somos meticulosos y revisamos las referencias de Chiossone, 1983; Ferrero Tamayo, 1983; Castillo 1986-1997, González 1997 y Amado 1999, podremos citar entre los primeros habitantes de la Villa de San Cristóbal o posibles soldados fundadores provenientes desde Pamplona, a: 1) Juan Maldonado de Ordoñez, 2) Rodrigo del Río, 3) Fray Antón Descames, 4) Juan Camacho, 5) Pedro de Anguieta, 6) Alonso Álvarez de Zamora, 7) Manuel Fernández, 8) Juan de la Torres, 9) Cristóbal Vivas ,10) Dionisio Velasco, 11) Aparicio Hernán Martín Peñuela ,12) Alonso Martín Cortés, 13) Pedro de Salazar, 14) Rodrigo de Parada, 15) Pedro Gonzalo de Vega. 16) Juan Francisco 17) Hernando Lorenzo Salomón, 18) Diego Colmenares, 19) Felipe Agüero, 20) Contreras, 24) Pedro Gómez de Orozco, 25) Alonso Carrillo, 26) Luis Sánchez, 27) Gonzalo Rodríguez, 28) Miguel Lorenzo, 29) Juan Martín de Albercón, 30) Nicolás Nieto, 31). Francisco Chacón, 32) Sancho Baracaldo, 33) Alonso del Valle, 34) Camero, 35) Martín Guillen, 36) Nicolás de Palencia, 37) Luis de Salinas. 38) Alonso de los Hoyos, 39) Francisco de Triana.

El número de aborígenes y negros que le acompañaban, de seguro pasaban los cientos. Nunca sabremos si allí hubo algún aborigen con el nombre de Gocere, Rutiqueya, Becuare u otros, el resultado final, eran unos hombres tratados como bestias, sin alma, en donde no cabía Dios, por lo que sus nombres era lo menos que importaba; "seres sin alma", era la metáfora para explotarlos.

En estos treinta nueve apellidos españoles, en estos sustantivos y estos nombres indígenas no citados por la historia, como dijo Horacio Cárdenas ‘‘Personajes olvidados’’, parecen estar los soldados o colonos fundadores de la Ciudad. Fueran estos españoles, indígenas, negros o mestizos, ello no parece importarle hoy a la ciudad de San Cristóbal.

Como era de esperarse, los sectores aristocráticos españoles no participaron en las expediciones indianas, fue a los segundones fijosdalgos, marginados de las ciudades españolas, a quienes les correspondió la misión de la conquista. Por ello, su objeto básico no era construir fincas para la agricultura, ni labrar la tierra, su primacía era buscar minas de oro, mercadear lo que producían nuestros indígenas, ocupar tierras, aumentar sus labranzas, crear villas y ciudades, todo a base de mano de obra esclava indígena, de los seres sin alma.

Al final de cuentas nuestros primeros colonizadores no eran agricultores, ni artesanos, ni cirujanos, ni orfebres, ni pintores, ni campesinos ricos, eran hombres pobres que, por haber estado al servicio de los señores feudales, no habían soñado con hacer cosas distintas, por lo que se les hizo fácil hacerse soldados, espalderos de la miseria humana, para seguir haciendo nada y poder así escapar de la miseria. Ningún `poseedor de saberes se montaba en una Nao o Carabela, ya que lo que hacían les alcanzaba para recomprar leña y tejer sus ropas y. menos en un 1500, en donde España se sentía y era la nación más poderosa de la tierra.

Los conquistadores o invasores solo eran soldados, seres sin identidad, marginados de la sociedad española, nunca habían tenido un mínimo poder, la iglesia los ungió de ello y como ungidos por la providencia se comportaron en los primeros centenios de la conquista, hoy se repiten esos males. Estos entendieron el momento y sus conflictos como parte natural del ser humano, se concibieron como seres provenientes de la voluntad de Dios y esencia de éste y allí tomaron fuerzas para cumplir y repetir en imagen natural, las atrocidades que cuentan las historias sagradas, historias sagradas que me permitía leer mi tía Ernestina, en libros roídos por el tiempo

Con estas características, con esta semilla de gente y de apellidos empezó a poblarse el Táchira. En una dinámica de encomiendas se le fue dando a cada soldado o algunos soldados, tierras y aborígenes, hasta que el valle fue domado, tanto en su naturaleza como en la de sus naturales.

El poblamiento del Táchira debe ser analizado a partir del origen epistémico de carácter mercantil de nuestros conquistadores, pero, también asumiendo la caracterización del paisaje y sus ríos. Los viejos caminos de nuestros indígenas, sobre la fuerte topografía de la Cordillera de los Andes, tuvieron correlación directa con el repartimiento inicial de tierras. Los primeros colonos, los adelantados tomaron lo mejor, quedando para los tardíos y de bajo rango, las llamadas tierras realengas, tierras con mayor pendiente, de peliagudo acceso, difícil conquista por la dura pelea que asumieron nuestros indígenas, porque definitivamente nuestros nativos no fueron ningunos cobardes, ni ningunos pendejos.

Los ríos, como el Rio Uribante y su Puerto Teteo, El Rio Zulia y Escalante, con su Puerto San Faustino como referencia, jugaron un valor fundamental como vías de tránsito y de invasión para los que tomaron la llanura, los valles de Cúcuta y la Villa de San Cristóbal; sólo el tiempo con sus bosques minimizados y caminos borrados, daría cuenta de esas hermosas vías fluviales, siendo para los de ahora, recuerdos perdidos que no forman parte de su dialogo vespertino.

Valor fundamental, Juego y movimientos importantes tomó el descubrimiento en el año 1578 por parte de los españoles, de la unidad hidrográfica que se producía entre el Lago de Maracaibo, Río Catatumbo, el brazo del Río Zulia, y los ríos Pamplonita y Táchira, que creaban una gran autopista fluvial hasta el actual San Faustino, cerca de Cúcuta.

Por el lado llanero, desde 1620 se tiene referencia del uso de Puerto Teteo, situado a la margen derecha del Rio Uribante, al sur de la hoy llamada Isla Betancourt y en la desembocadura del Rio Burgua, en el Rio Uribante. El alto caudal de las aguas, gracias a la presencia de las densas montañas aun existentes hasta mediados de 1850, permitía el tránsito de canoas, menos penoso que el peregrinar de recuas, impedidas muchas de las veces por las grandes inundaciones llaneras y grandes pantanos del sur del Lago.

Por más de trescientos años, estas aguas facilitaron a los colonos sacar y entrar mercancías del viejo mundo. A principios de la colonización el puerto de San Faustino permitió el poblamiento y desarrollo del Táchira, en Venezuela y del Norte de Santander en Colombia. Gran parte de nuestros primeros abuelos, seguramente tuvieron que surcar estas aguas, aguas aun claras, aguas, en donde las toninas creaban fantasías.

El puerto Teteo, fue testigo del contrabando de tabaco y pieles, realizado por ingleses y holandeses, camino de escape para no enfrentarse a las flotas armadas ubicadas por la compañía Guipuzcoana en el Lago de Maracaibo. Ver estas vías, detallar estos espacios, y este espacio en ese tiempo, es vital para poder ver con claridad nuestra historia y el proceso de asentamiento de las grandes familias, que más tarde migrarían al interno del Norte de Santander y el Estado Táchira, y convertirse en los amos del valle y hacer de La Villa una Ciudad.

Para acercarnos al hoy, tenemos que conocer nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestra geografía y nuestra historia; conocer es importante para evitar que algunos errores y atrocidades se repitan en el espíritu a veces calamitoso del ser humano. Olvidar, es un riesgo sin compensación.

Luego de la fundación de San Cristóbal, en 1561, se puede citar una relación cronológica de posibles familias que poblaban para ese entonces La Villa y que más tarde, tendrían influencia directa en el poblamiento de Capacho, Palmira, Lobatera, San Antonio y el mismo Cúcuta.

Difícil encontrar entre tanto apuro histórico a los hombres y mujeres que asumiendo decisiones difíciles tomaron sus riesgos y huyeron, con razón o sin razón. Como bien lo dijo Horacio Cárdenas (1978), buscaremos esos nombres marginados y, entonces podremos escuchar esas voces que a menudo no encontramos en la investigación histórica. Pareciera que desde el corazón del tiempo reclamasen un diálogo, "o reclamasen un reclamo", "o" una mirada a sus empeños, un animado recuerdo en compensación del mucho olvido centenario que ya molió sus huesos y borró su perfil de la luz y de la memoria cotidiana



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Gabriel Omar Tapias

Investigador

 gotapias@gmail.com

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