Algunas veces pienso que Diosdado no es, ni Maduro tampoco

"La madurez comienza a manifestarse cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos"

Albert Einstein

 

"Hermanos, no seáis niños en la manera de pensar; más bien, sed niños en la malicia, pero en la manera de pensar sed maduros"

1 Corintios 14:20

 

"¡Dejaos ya de infantilismo y vivid y andad por la senda de la madurez!"

Proverbios IX,6

Me parece muy ingeniosa y profunda esta intuición de Einstein. La madurez psicológica se hace palpable sobre todo en la preocupación que sentimos por los otros. Una persona todavía no madura es la que solamente está preocupada por ella misma. Adulto, humanamente maduro, es el que supera el egoísmo infantil y se da cuenta de que no puede vivir pendiente de sí mismo, sino que debe vivir preocupado de los demás.

Al salir de nosotros mismos para acercarnos a los demás y preocuparnos por ellos comienza la madurez psicológica.Unos padres maduros y responsables, por ejemplo, sienten mayor preocupación por sus hijos que por ellos mismos.

Quien está solo concentrado sobre sí mismo no madura nunca. Es un eterno niño. La madurez psicológica crece en proporción directa a la entrega a los otros. A más entrega, más madurez, y a más madurez, más agudo sentido de la responsabilidad.

La madurez no es una cosa de frutas. Uno puede ser maduro (lo cual implica ser coherente, con las ideas claras, libre de prejuicios) y ser un niño del alma. La madurez no va asociada a la edad, Existen adolescentes absolutamente maduros y responsables y personas de edad avanzada terriblemente irresponsables e inmaduros. La persona madura se caracteriza porque conoce y asume los límites, insuficiencias y miseria de la existencia. La madurez es una suerte de perspectiva de los propios actos y la capacidad de evaluarlos en sus consecuencia respecto a los demás. En este sentido, y esto es importante, la madurez personal (psicológica-social-política) viene también definida por una mayor capacidad para no producir mal, sobre todo consciente, pero también inconscientemente. La madurez es pues una suerte de perspectiva de los propios actos y la capacidad de evaluarlos en sus consecuencias respecto a los demás.

Tener una personalidad madura implica un alto nivel de coherencia que se traduce en un sinfín de actitudes vitales. Es, básicamente, una forma equilibrada de afrontar la vida, de dar a las cosas la importancia que de verdad tienen y no la que aparentan tener. Adulto humanamente maduro, es el que supera el egoísmo infantil y se da cuenta de que no puede vivir pendiente de si mismo, sino que debe vivir preocupado de las demás.

La madurez lleva consigo una dosis de conocimiento propio y de dominio de uno mismo que se convierte, en el día a día, en algo importante para vivir manteniendo la brújula orientada hacia una verdad basada en la autocrítica y el autocontrol. En teoría todos los hombres y mujeres con un mínimo de sensatez y experiencia podrían alcanzarla con mayor o menor facilidad. Es cuestión de poner manos a la obra utilizando los medios a nuestro alcance.

Sin embargo, la realidad es muy otra y son demasiadas las personas que, con el paso de los años, entran en una penosa minoría de edad adulta. Es un triste espectáculo que llega a ser molesto, aparte de ridículo si se tiene en cuenta su término opuesto. Porque hablar de madurez supone un cúmulo de logros importantes con los que sueña cualquier ser humano .La madurez se manifiesta, sobre todo, en cierta estabilidad de ánimo, en la capacidad de tomar decisiones ponderadas y en el modo recto de juzgar los acontecimientos y a los individuos. Una persona sin la debida madurez no encuentra el equilibrio: o bien cae en la condescendencia débil, que llega a ser imprudente, o aplica en su entorno un rigor excesivo que suele resultar estéril.

Si las personas maduras son virtuosas, las inmaduras andan des-virtuadas. La tozudez, la pedantería, el no querer escuchar a los demás ni rectificar claramente los propios errores o no aceptar las imposiciones justas que acarrea la convivencia social son también con frecuencia manifestaciones de puerilidad e inmadurez. Quien es inmaduro vive en la inseguridad .Es incapaz de aceptar su propia misión en el mundo con sentido del deber y rehúye los compromisos y el trato abierto. Si se investiga a fondo el tema nos encontramos con una realidad pobre y triste, a quien más teme el hombre inmaduro es a si mismo.

¡Cuántas veces ese tipo de hombre o mujer trata de engañarse a sí mismo ocultando su pusilanimidad bajo un comportamiento altanero, arrogante o, lo que es peor, con una falsa apariencia de humildad!

CODA

Amargos son los efectos del odio, pues la justicia sin amor te hace duro. La inteligencia sin amor, cruel. La amabilidad sin amor, hipócrita. La fe sin amor, fanático. El deber sin amor te hace malhumorado. La cultura sin amor, distante. El orden sin amor, complicado. La agudeza sin amor, agresivo. El honor sin amor, arrogante. La amistad sin amor, interesado. El poseer sin amor, extraño. La responsabilidad sin amor, implacable. El trabajo sin amor, esclavo. La ambición sin amor, injusto. Los enemigos del amor no muestran auténtico cariño. Conocen la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, pero no les importa. Hieren a los demás sin razón. Aunque sean superficialmente encantadores, sólo atienden a sus propias necesidades. Actúan cruelmente con los más débiles. No sienten culpa ni remordimiento. Piensan que es mejor ser malo. Creen que lo único incorrecto es ser atrapados. Fomentan la discordia.



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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