Año viejo, tiempo para perdonar

Finaliza 2019, un año muy difícil, lleno de incertidumbre, crisis generalizada y mucho sufrimiento inútil. Año donde hemos ido acumulando rabias muy justificadas y hasta posiblemente rencor y odio. Por ello, debemos terminarlo liberándonos de esa carga agobiante y cultivar el perdón. El perdón significa que el que perdona ha superado su odio y su rencor. El corazón se distiende y se libera. El odio y el rencor provocan y justifican la violencia y, a su vez, la violencia engendra más violencia. Es un círculo vicioso que sólo lo rompe el perdón. Por ello, es tan necesario que todos aprendamos a perdonar para empezar el año nuevo con más alegría y más fuerza.

Perdonar no es olvidar ni borrar. Perdonar significa deshacerse de esa rabia y ese rencor a los que uno tiene derecho. Si alimento el rencor, arruino mi vida y destruyo mi felicidad. Perdonar es recuperar la libertad pues el perdón destruye las cadenas de la rabia, el enojo y el ansia de venganza que envilecen y consumen. Perdonar es sanar la herida y recuperar la paz interior. Si no perdonamos, seguimos encadenados al odio, a la tristeza, No somos ni libres ni sanos. Mientras no perdones, tendrás atormentado el corazón con un dolor o un rencor que te seguirá devorando las entrañas del alma y no te permitirá la paz. Guardar rencor es como si uno tomara veneno y esperara que otro se muriera. Mientras no perdones, seguirás viendo a las personas y a la vida desde tus heridas. Al perdonar, en cierto modo, dejas de sufrir. Te libras del dolor y libras al otro de la capacidad de seguirte haciendo daño.

Perdonar significa optar por la vida, y no perdonar significa optar por la muerte. Perdonar puede significar la renovación para un ser humano, para una comunidad e incluso para un país. Perdonar es un acto de valentía de la persona que quiere deshacer la fascinación del mal e incluso liberar al enemigo de la esterilidad y el aislamiento. Así el perdón abre las puertas de un nuevo futuro para mí y para el otro. No perdonar conduce a la incomunicación, la rivalidad y el enfrentamiento.

Perdonar es un acto de libertad que no acepta la lógica de la rivalidad. Puede ser duro; pero no perdonar es igualmente duro, tal vez más aún. Un refrán chino dice: "El que busca venganza debe cavar dos fosas". Perdonar no es olvidar y abandonar todo interés por las ofensas e incluso crímenes, sino todo lo contrario: es recordar de una manera nueva. Perdonar no es disculpar pues el perdón implica un juicio moral sobre lo hecho mal y sobre lo injusto. Perdonar no es minimizar los hechos diciendo que no importan. Perdonar no es tampoco renunciar a que se haga justicia. El perdón y la justicia pueden y deben andar juntos. Si los ladrones son perdonados sin más, si los corruptos son perdonados sin más, si los que ofenden son perdonados sin más…, la sociedad canoniza a sus mismos destructores y se destruye a sí misma. El perdón no es un salvoconducto para obrar mal, ni significa que lo mal hecho no tenga importancia. Perdonar es inventarse una nueva relación con las personas que han causado daño, es salir de la cadena de la violencia. Sólo el perdón puede abrir un futuro auténtico y generar nuevas relaciones. Ni la venganza ni la violencia pueden hacerlo. No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón, decía Juan Pablo II. La venganza es el final catastrófico de la política, así como la justicia encuadrada en el perdón es su comienzo fructífero.



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Antonio Pérez Esclarín

Educador. Doctor en Filosofía.

 pesclarin@gmail.com      @pesclarin

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