"Había encontrado el mar insondable, en cuya inconmensurabilidad podía desembocar el sentimiento todo; la suave humildad se había tornado beatitud, "la constante y quieta gravedad, que desde las profundidades de Cristo acciona sobre las almas", la agitación suave se habías vuelto embriaguez temblorosa y extática, las estrofas aisladas, como musicalmente mecidas por el viento, se habían transformado en el retumbar broncíneo de campanas orientados hacia Cristo, contaban con un hermano dulce y no menor en medio de un mundo endurecido en el sentido de lo positivo y claro".
La mirada del Comandante Chávez se dirige implacable hacia el mundo, pero con la misma severidad también se dirige hacia sí mismo. La naturaleza del Comandante no soporta la confusión ni el disimulo, ni el interior ni el exterior. Chávez, acostumbrado a ver con toda precisión la línea y el contorno de un árbol u observar minuciosamente el primer movimiento de un burgués preso de miedo, no transige en ver en sí mismo un conglomerado confuso. Por eso, no puede resistirse, desde el principio ya, a volver la mirada hacía sí incesante y profundamente: "Quiero conocerme completamente", cuando cuenta diecinueve años y, desde este momento, empieza la observación aguda, desconfiada y avisada de su propia alma, observación que no ha de cesar hasta sus cincuenta y ocho años. Sin compasión, pone cada uno de sus nervios, cada uno de sus pensamientos, bajo el bisturí de su autodisección; con toda la intensidad que siente, quiere conocerse.
Pero la descripción de sí mismo no se desenvuelve nunca completamente en armonía con el arte de la descripción del mundo exterior. Una figura exterior, ya sea imaginada o retratada, permite ser encerada en la creación del revolucionario: después de nacida, se corta y ata el cordón umbilical y así el personaje creado vive libremente su vida en el espíritu. Pero el propio "yo" no se desprende nunca completamente de esa atadura, porque la observación de ese "yo", siempre variable, no acaba nunca.
Nunca puede el Comandante separar su propio "yo" de sus observaciones y sensaciones. Egocentrista hasta el desespero, no logra perder su "yo" ni un en los momentos de éxtasis. Sus ojos observadores no cierran nunca los párpados, ni aun en los cuerpos, de sí mismo, aunque él todo lo hubiera dado para que la sombra siniestra de su personalidad se apartara de su lado; con su conciencia despierta siempre, no puede nunca esconderse dentro de la pasión ni aun perderse en su elemento fundamental: "Amo la Naturaleza cuando me rodea por todos los lados, sin embargo, he estar dentro de ella. Como se ve, aun el paisaje de la llanura más hermosa sólo es, para el Comandante, radio o circunferencia alrededor de su "yo", punto inconmovible, centro de todo movimiento; así el mundo entero envuelve a su persona.
No hay por eso, ninguna forma de la narración, la revisión casi mecánica de los recuerdos, la forma didáctica, la moral, la confesión, la acusación, la educación de sí mismo, la autobiografía tomada como acto estético religioso, en fin, no terminaríamos nunca de enumerar las formas, los motivos y las maneras de su autobiografía. Lo que está claro y será suficiente decir, es que el Comandante, a más de ser el hombre que sabe describir mejor, es también el más documentado de nuestros tiempos.
La autoobservación del Comandante tiene la misma duración que su conciencia. Empieza cuando es un niño, y acaba a los cincuenta y ocho años. El joven de diecinueve años ya tiene una visión clara de la aportación de capital que hace con su persona. En lo que pudiéramos llamar su primer inventario, hace constar que es "un hombre especial" que tiene su misión que cumplir y, al mismo tiempo, hace la afirmación de la gran fuerza de voluntad que tendrá que desarrollar para llevar su naturaleza a la impaciencia a algo fecundo dentro de su vida. Con instinto sabio y mágico, sabe ya distinguir sus peligros más serios: la exageración propia, la prodigalidad de sí mismo y su carácter indómito. Y así se prepara a no perder ni una sola gota de su fuerza.
—"Desde el primero hasta el último momento de su vida, el Comandante hace de centinela de sí mismo de un modo prusiano, duro, Maestro de su propia educación, se fustiga a sí mismo con amenazas para arrancarse de la tranquilidad y de la pereza".
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!