El poder mediático destruye cerebros

Debemos insistir sobre la aplastante y criminal "guerra de cuarta generación", la cual se traduce en su definición técnica en "guerra psicológica", o "guerra sin fusiles", que es el empleo planificado de la propaganda y de la acción psicológica orientada a direccionar conductas, en la búsqueda de objetivos de control social, político o militar, sin recurrir al uso de las armas.

No es una guerra convencional, (a la cual puede llegarse y es una posibilidad que no puede descartarse), sino de otro tipo de guerra, esto es, lo que los teóricos militares de los Estados Unidos han denominado "guerra de cuarta generación" o guerra sin fusiles. Este tipo de guerra, no convencional, se viene implementando en Venezuela al menos desde 2002 con el gobierno del eterno Hugo Chávez, si se toma como punto de partida el fallido golpe de Estado de abril de ese año, donde el poder mediático actuó blindando las informaciones o los hechos noticiosos que generó esta estampida fascista en lo interno y externo del país.

Luego, hay que considerar todo el despliegue propio de este tipo de guerra, en la que se recurre a las acciones de baja intensidad, al saboteo permanente, a la guerra mediática, al desprestigio sistemático como es el caso del Gobierno Bolivariano, entre otras estrategias desplegadas.

El término guerra de cuarta generación se empezó a usar en 1989, cuando William Lind, junto con cuatro oficiales del Ejército y del Cuerpo de Infantería de Marina de EEUU, con la publicación de un documento con el título: "El rostro cambiante de la guerra: hacia la cuarta generación". La esencia de esta doctrina militar consiste en desarrollar una confrontación irregular nunca declarada de manera oficial por un Estado en la que se combina la acción de grupos operativos descentralizados, expertos en contrainsurgencia, entrelazados con la acción de grupos irregulares de tipo paramilitar en acciones de sabotaje y de desgaste. Ahí está de manera ilustrativa el saboteo eléctrico, el petrolero y cuatro hojas más de etcétera.

Estas acciones se complementan con la guerra mediática y sicológica, impulsada por grandes grupos de propaganda, esto es, medios de comunicación social privados. La manipulación informativa y la malicia, las mentiras programadas y la desinformación son parte fundamental de los dispositivos de la guerra de cuarta generación. Del mismo modo, como parte de esta guerra se libra una ofensiva diplomática, en la que también se acude a la mentira y a la desinformación, como lo hace hoy el gobierno de los Estados Unidos contra Venezuela, propalando calumnias como aquella de que el principal peligro para la seguridad del continente era el gobierno de Chávez, que habría convertido al país en un santuario del narcotráfico y del terrorismo, una dictadura que cierra los medios de comunicación y limita la libertad de expresión. Allí está en tiempo real el amañado informe del mal llamado grupo de Lima o de los gobiernos satélites de Estados Unidos contra Venezuela en materia de derechos humanos que es un facsímil de la realidad de Colombia.

Por supuesto, el elemento esencial que explica la guerra contra Venezuela, agenciada por la ultraderecha fascista apátrida venezolana, está referido al odio y miedo que le suscita la Revolución Bolivariana al igual que al imperialismo estadounidense y a sus corifeos. Una revolución participativa y protagónica del pueblo venezolano que está en ejecución desde hace 21 años en la construcción de un modelo diferente de organización social, en la cual se reivindica la redistribución de la riqueza, el mejoramiento de las condiciones de vida de la amplia mayoría de la población y esboza otro tipo de relaciones internacionales y un manejo soberano de sus recursos naturales cuyo norte esencial es el fomento de la paz en el ámbito mundial.

Luego, no es difícil concluir que el objetivo prioritario de Estados Unidos es Venezuela porque reúne dos condiciones que le restan a su señorío: posee una de las mayores reservas de petróleo del mundo y, lo más angustiante sobre todo para el Pentágono y Washington, que es un Gobierno díscolo, que ha demostrado tener una política revolucionaria y fuertemente antiimperialista, como se demuestra, entre otros hechos, con su papel en la OPEP, su postura crítica ante los crímenes del Estado de Israel (como aconteció con la criminal acción de "plomo fundido", a fines de 2008 y comienzos de 2009), su impulso al ALBA-TCP, su protagonismo en la configuración de UNASUR, su política de solidaridad petrolera con diversos países y sus relaciones hermanas con Cuba, Nicaragua, y tantos otros pueblos revolucionarios como Rusia, Irak, China y cuatro hojas más de etcétera. Tras una política cuyo propósito fundamental resulta unir las capacidades y fortalezas de las naciones que están en la senda del humanismo, con la perspectiva de producir transformaciones estructurales en el sistema de relaciones para alcanzar el desarrollo integral requerido para continuar como naciones soberanas y justas. Esta es la razón de la pena capital que ha decretado Estados Unidos contra el pueblo venezolano, asimismo, el móvil de llo que envuelve las acciones y los objetivos criminales de la guerra de cuarta generación, lo cual incluye, desde luego, el blindaje de la prensa nacional e internacional, para favorecer a Washington.

Razón de sobra le asiste a José Martí cuando afirmó que nuestro Continente Hemisférico necesitaba una segunda independencia y el Libertador Simón Bolívar tenía todavía mucho que hacer en estas tierras: la Patria Grande. ¡¡¡Nosotros Venceremos!!!.



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Alberto Vargas

Abogado y periodista, egresado de la UCV, con posgrado en Derecho Tributario y Derecho Penal. Profesor universitario en la cátedra de Derechos Humanos

 albertovargas30@gmail.com

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