Poco más de dos décadas han significado para los venezolanos la total destrucción del Estado. Sin embargo, lo peor de ello está referido a las mayores catástrofes: la migración, éxodo y exilio de una significativa parte de su población (entre 5-6 millones), gran parte de ella calificada profesionalmente y que representa el cerebro de su desarrollo científico, humanístico y tecnológico. Otra tragedia lo representa la pérdida de parte de su territorio, por desidia, por acción u omisión, de poco más de 150 mil kilómetros al este del país. Esto es lo que ocurre cuando los regímenes populistas de tendencia socialista, progresista o comunista asumen el poder del Estado, como ocurre en Venezuela.
Lo demás es lo que queda de una población, calculada en poco más de 25 millones de habitantes, de los cuales el 96% se encuentra en situación de pobreza, mientras cerca del 80% está en pobreza crítica. Su principal industria, petrolera, en total ruina y próxima a ser seccionada para venderla como chatarra, al igual que las restantes industrias básicas: acero, hierro, aluminio, oro, que sobreviven al sur del Orinoco como restos de un glorioso pasado industrial.
Mucho se comenta sobre la necesidad de lograr acuerdos donde los partidos y grupos de oposición puedan alcanzar, unidos, una solución política con el poder oficialista. En lo personal no creo que ello ocurra. La realidad, de hace varios años, ha demostrado nuestra afirmación: la estrategia de la mentira y el engaño para perpetuarse en el poder, son parte de una Política de Estado del régimen radical de izquierda venezolano. Además, la existencia, demostrado una y otra vez, de pandillas del crimen organizado alrededor del régimen, junto con grupos guerrilleros y del terrorismo internacional, impiden todo proceso político de negociación.
Es que la ‘sociedad parasitaria’ muy bien enquistada en el poder, con militares de alto rango a la cabeza, impiden que se puedan lograr acuerdos políticos reales para superar la cada vez más terrorífica realidad que padecen millones de venezolanos, sometidos a la barbarie de una vida impuesta de calamidades de todo tipo.
Sin lugar a dudas, y sin que me considere de ninguna manera defensor del militarismo, tristemente pareciera que la ‘piedra de tranca’, sea porque actualmente son un impedimento, sea porque necesariamente habrá que servirse de ellos para salir del estancamiento político, son las fuerzas militares venezolanas las que tendrán la última palabra para acceder a un transitorio gobierno, previo a la reinstitucionalización del Estado.
Son los militares quienes, con armas en mano, podrán desplazar a los miles de grupos y subgrupos, tanto de paramilitares como del crimen organizado para implantar un orden institucional que permita organizar las instituciones fundamentales del Estado.
Lo otro es crear la llamada ‘amenaza creíble’ de una fuerza militar internacional combinada que acceda a intervenir, por razones humanitarias, para proteger a la población civil de la evidente, notoria, pública y comunicacional tragedia de subalimentación, desnutrición y demás violaciones a los derechos humanos fundamentales de los ciudadanos venezolanos.
No encuentro otra clara y real salida a esta hecatombe humanitaria que desde hace tiempo comienza a sentirse en otros países del subcontinente, como Colombia, Ecuador, Perú, Chile, que han credo más restricciones para impedir la entrada de la masiva migración venezolana. Lo que ocurre, en este aspecto, con Trinidad-Tobago es resultado de la tragedia que se vive en Venezuela.
Es cuestión de meses para que el mundo observe otra nueva tragedia venezolana. Esta vez, creo estará en la persecución de los dirigentes políticos de oposición, y muy probablemente, en el cierre de los centros educativos, y la mortandad de niños y ancianos por la alta tasa de desnutrición infantil y de adultos mayores.
Todavía hay tiempo, liderazgo de hombres probos y ciudadanos dispuestos a apoyar un movimiento cívico-militar, de profesionales e institucional, que impulse un gobierno provisional donde prive lo esencial: salvar de la muerte evidente a millones de connacionales, y reorganizarinstitucionalmente el Estado. Creo y tengo fe que esto terminará imponiéndose.