El secuestro de la verdad

Así se titula un muy interesante artículo de Joan García del Muro en el que describe la postverdad como una forma de totalitarismo, de apariencia casi banal, vacía de grandes ideales e incluso de ideología, y en consecuencia, muy peligroso.

Postverdad es lo que viene después de la verdad. Por eso, no es igual a la mentira, aunque con frecuencia las utilizamos como sinónimos. Incluso la postverdad es más perversa que la mentira porque nos desarma. Si yo creo aún en la verdad, puedo revelarme contra la mentira y puedo exigir que no me engañen; pero si no creo en la verdad, si vivo en la era de "después de la verdad", no estoy en condiciones de reclamar nada: todo acaba convirtiéndose en interpretaciones y no hay forma de jerarquizarlas, pues todas valen por igual. Si yo, por ejemplo, estoy sufriendo una injusticia, y quiero reclamar, el opresor me dirá: "Esa es tu versión de la justicia, la mía es otra y todas valen por igual".

En el mundo de la postverdad, donde no existe ya la objetividad y no se toma en cuenta la coherencia entre palabras y hechos, terminamos aceptando lo que nos conviene. Por eso, lo propio de la actual situación es que nos tragamos sin problema todas las opiniones y mentiras, y sólo aceptamos la verdad de los míos.

Como no hay realidad objetiva, es el sujeto el que define los hechos. Todo depende de él, porque la verdad solo es la propia versión del mundo y todo se define en función de ella. De este modo terminamos identificando la verdad con aquello que quiero que sea verdad, con aquello que me interesa que sea verdad, con lo que me beneficia o me confirma en mis principios.

Los hechos reales no desempeñan ningún papel en determinar si un discurso es o no verdadero; sólo lo será si las consecuencias satisfacen mis propios intereses o mis deseos de que sea verdad. Por ello, los políticos en la era de la de la postverdad pueden afirmar hoy una cosa y mañana negarla o decir otra completamente distinta, sin problema. Lo que ayer era verdad, ya no lo es, o no lo es para mí. De este modo la afirmación de que algo existe puede ser verdadera incluso cuando ese algo no existe. Pensemos, por ejemplo en la afirmación de Reverol de que los apagones se deben a atentados terroristas, o la repetida aseveración del gobierno de que la escasez y los problemas se deben a las sanciones del Imperio, o la afirmación de Padrino López, repetida una y otra vez, de que los militares están continuando la gesta libertadora de Bolívar. Al intentar crear la verdad, sin importar los hechos reales, sólo pretenden que sus seguidores, crean que esa es la verdad y se bloquee su capacidad de análisis. De este modo, la política, tanto de derecha como de izquierda, no se orienta a provocar la reflexión, la objetividad, la coherencia, sino que apela a los sentimientos y pasiones más viscerales. El caso de Donald Trump es bien elocuente.

Ahora bien, si sólo escucho a los que están de acuerdo conmigo, si los otros me importan cada vez menos, estaré cada vez más dispuesto a combatirlos y negarlos.

De ahí la necesidad de una educación crítica, que promueva la reflexión y el discernimiento, nos enseñe a analizar la coherencia entre vida y palabra, entre discursos y hechos; que desnude las falacias de la postverdad y cultive los valores humanos esenciales; que reivindique el testimonio de vida y la sinceridad, que promueva un mundo equitativo y justo en el que todos nos respetemos en la diversidad, y podamos vivir con dignidad.



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Antonio Pérez Esclarín

Educador. Doctor en Filosofía.

 pesclarin@gmail.com      @pesclarin

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