A nivel internacional, en general, se ha asumido que la llamada «obediencia debida» no exime de responsabilidades penales, civiles ni administrativas a un encausado.
De igual manera, los miembros de organismos de dirección y los militantes de base del Partido Comunista de Venezuela (PCV) no estamos exentos de asumir responsabilidades políticas o morales por el hecho de esgrimir subordinación y acatamiento a decisiones superiores, especialmente cuando éstas se toman violando los más básicos principios del centralismo-democrático y elementales normas del funcionamiento orgánico, y/o en abierta contravención a los objetivos, necesidades e intereses del Partido y de la Revolución Proletaria.
PARA IRNOS ACLARANDO
«En el Partido, la autoridad no emana de la afirmación de quien la tiene, sino de la actitud de quien la reconoce. No es una imposición estatutaria», insistía el referencial dirigente comunista Álvaro Cunhal, explicando que los organismos de dirección tienen la atribución –es decir, la competencia– de tomar determinadas decisiones, pero aclaraba que «la competencia para decidir no significa necesariamente autoridad», y que «la autoridad impuesta como regla jerárquica, como seguidismo inconsciente, como disciplina de carácter administrativo» es «una falsa autoridad, que no resiste el viento de la democracia interna»[1].
Asimismo, advertía sobre el peligro de «la arrogancia de la jefatura» en el Partido, la cual «puede tener como origen la concepción política de que la jefatura y el poder tienen que evidenciarse para imponer respeto y autoridad», pero que «siempre es una expresión de privilegio adquirido o tolerado y de ejercicio abusivo de funciones de responsabilidad.»
Naturalmente, de inmediato prevenía sobre el culto de la personalidad, «un fenómeno negativo que comporta inevitablemente pesadas consecuencias en el partido» ya que significa «la aceptación sistemática, ciega, sin reflexión crítica, de las opiniones y decisiones del dirigente», «la creencia o la imposición de su infalibilidad», «el debilitamiento y el estrangulamiento de la democracia interna» y el camino a «la intolerancia, el dirigismo, la utilización de métodos administrativos y sanciones en relación con los que discrepen del dirigente objeto del culto, lo contradigan o se le opongan».
Por eso, el genial intelectual y activista alertaba acerca de que en el movimiento comunista internacional no ha sido un episodio aislado «la formación de una dirección cuyos miembros tienen como mérito principal es ser "fieles" a ese dirigente, y a partir de esa dirección, la formación de todo un aparato "fiel" y "dedicado", no tanto al partido, sino al dirigente en cuestión.»
De ahí que enfatizara: «la observancia formal de los principios básicos del centralismo-democrático […], no define por sí sola el funcionamiento orgánico del Partido, la verdadera relación entre la Dirección y la base, y mucho menos el estilo de trabajo», puesto que el contenido real de la democracia interna para un partido comunista «es extraordinariamente más rico y profundo que los principios y normas estatutarias», ejemplificando que «puede haber un proceso sistemático de adopción de las decisiones por mayoría y minoría, que sin embargo refleje graves conflictos internos».
Cuando «el sometimiento de la minoría a la mayoría es entendido como una forma simplificada de decisión y de disciplina, acaba por ser […] un proceso burocrático que falsea groseramente la democracia interna», porque «la votación en sí no es lo fundamental» sino «conformar una opinión colectiva, mayoritaria», de lo contrario se constituye en «un acto formal que asegura, es cierto, que decida el mayor número, pero no que el mayor número lo haga a conciencia», sobre todo cuando hay «la tendencia a una posición seguidista, votando con los principales responsables», y aún peor con «la existencia del culto a la personalidad, de un concepto burocrático o militarista de la disciplina y la unidad.»[2]
LECCIÓN DURA Y CIERTA
Todos esos elementos ya los tenía muy presentes al momento de redactar uno de los documentos de discusión que finalmente se aprobó en la 13ª Conferencia Nacional del PCV (agosto de 2014), como en la parte en la que se apuntó: «gloriosos méritos colectivos y rico acervo histórico no son por sí solos garantía de un rumbo sostenido de avance revolucionario», poniendo como ejemplo «los dolorosos desenlaces de los Partidos Comunistas Italiano, Mexicano y Egipcio, que desaparecieron [tras varios años de deriva político-ideológica y abusiva discrecionalidad orgánica de sus máximos dirigentes], o de otros que después de 60 años, a pesar de mantener sus nombres [como el Partido Comunista Francés y el de España], se entregaron a las garras socialdemócratas del eurocomunismo»[3].
Los fatídicos episodios enunciados ocurrieron hace más de tres décadas, especialmente durante los años setenta y ochenta, pero en todos esos países, en mayor o menor medida, continúa la dispersión de los comunistas y la debilidad de un clasista y aglutinador proyecto marxista-leninista.
De hecho, también ocurrió recientemente con el proceso de desmovilización de las FARC-EP. Por eso es fundamental extraer y asimilar una lección tan dura como cierta: «Cuando unos cabecillas inescrupulosos abusan del principio de "confianza en la dirección", pueden lograr que una organización revolucionaria arríe sus banderas históricas y mute al reformismo; a menos que la militancia se rebele a tiempo!»[4]
Es lamentable constatar que la línea oficial de la abrumadora mayoría de los Partidos Comunistas de Latinoamérica (por no mencionar los de otras regiones), aunque sigan hablando de «socialismo» (y algunos de «socialismo-comunismo» para mimetizarse más), realmente ha degenerado hacia la consolidación de la defensa y justificación de los métodos, paradigmas y concepciones socialreformistas del «progresismo».
RESPONSABILIDAD NACIONAL E INTERNACIONAL
Con documentadas y pormenorizadas exposiciones («Es tiempo de "lavar la ropa sucia" dando la cara»[5], «Descubrir la verdad, sin importar a dónde nos lleve»[6]), se ha demostrado la existencia y el actuar, desde hace más de tres lustros y hasta hoy, de una predominante corriente chavista en la dirección del PCV, que sistemáticamente promovió (y lo sigue haciendo) en todos los niveles de la estructura –y a escala nacional e internacional– la equivocada sobrevaloración y el perjudicial posicionamiento de la figura, los enfoques y la gestión de Hugo Chávez, de su reformista «revolución bolivariana» y del diversionista «proyecto político estratégico» que levantó.
A principios del siglo XXI, siendo Venezuela y Chávez los primeros y más sonoros símbolos regionales de esa «ola progresista», para muchos en el mundo constituían un referente las posiciones públicas del PCV. El papel cumplido por la camarilla dirigente –que fue y es negador de los postulados comunistas y de la esencia auténticamente revolucionaria y de vanguardia del Partido–, sirvió internacionalmente como punta de lanza para la legitimación del «progresismo» y contribuyó a la confusión y distracción del proletariado y las masas trabajadoras de nuestro país y Latinoamérica, alejándolos de sus reales intereses de clase y de sus históricos objetivos de lucha.
Esa mancha indeleble, que ha sido y es tan nociva para el PCV y el movimiento comunista internacional, acrecienta aún más la imperiosa necesidad de que los comunistas venezolanos:
1.- Hagamos una profunda y descarnada autocrítica acerca del rol seguidista y cómplice –por ende, indigno y antihistórico– al que arrastramos al PCV, por acción u omisión, durante las últimas más de dos décadas;
2.- Asumamos sin temores el verdadero y efectivo deslinde frente a las concepciones, figuras e influencias perniciosas del desclasado «progresismo», en todas sus expresiones;
3.- Apliquemos los correctivos requeridos en nuestra política y una consecuente depuración de los organismos de dirección;
4.- Impulsemos la paulatina reconstrucción revolucionaria del PCV, sobre la base del genuino cumplimiento de los fundamentos marxistas-leninistas, para que cumpla su misión histórica como combatiente de vanguardia.
En la disyuntiva a la que nos enfrentamos, la otra opción es seguirnos hundiendo en el lodazal de la defensa de los enfoques, las prácticas, la gestión y «el legado» del proyecto socialreformista de Chávez; y continuar sosteniendo a unos entronizados que por más de dos décadas han infectado al PCV con fraseología pseudorevolucionaria y lo han circunscrito a «las bases populares chavistas».
Por eso, no está de más ratificar sin medias tintas: «Frente al silencio cómplice de unos, el seguidismo acomodaticio de algunos, y el diversionismo ideológico de otros… ¡CALLAR ES SUBORDINARSE! ¡NO ACTUAR ES UN DELITO! ¡REBELARSE ES UN DEBER!»[7]
[1] Álvaro Cunhal, O Partido com Paredes de Vidro (1985), Editorial Avante! SA, Lisboa, 6.ª edição, 2002.
[2] Ibidem.
[3] «La organización marxista-leninista», 13ª Conferencia Nacional del PCV, 8 al 10 de agosto de 2014.
[4] @caquino1959, 1 de septiembre de 2021.
[5] 26 de abril de 2021.
[6] 4 de mayo de 2021.
[7] @caquino1959, 30 de abril de 2020.