¡A correr! Cada vez que llega un 4 de febrero a nosotros nos da una vaina bien rara... Cuando uno tuvo miedo las vainas no se olvidan. En aquel momento fueron muchos los que en nos cagamos de verdad verdad, y los compañeros diputados salieron corriendo a quitarle las placas a los carros para que no supieran que habían sido elegidos para esa vaina, porque así era la vaina antes, uno salía a la calle con su carrazo y esa placa de diputado para que no lo pararan en ninguna parte. Era darse una patada. Dicen que todavía el puesto de estacionamiento de Gonzalo Barrios está en la Asamblea, y esa vaina se respeta. Así que en aquel momento por estas calles la compasión ya ni aparecía por ningún lado. Y después supimos que el compañero Pérez salió corriendo a Venevisión y dejaron al compañero Alfaro ahí en Miraflores como quien no quiere la cosa, y la vaina era de abrázame que tengo frío.
Después vino aquel programa de televisión en cadena donde nos presentaron a un militar que se declaró responsable de ese peo, y esa vaina se agradece que jode, porque en este país nadie se declara responsable desde que Simón Bolívar mandó a fusilar a Piar. El hombre se llamaba Hugo Chávez. Nadie sabía quién era. Ni siquiera el compañero Petkoff, a quien Dios tenga en la gloria. Claro, nosotros andábamos en otra vaina, es decir, negociando comisiones por todas partes, a pesar de que todos los días se anunciaba un golpe y viene el golpe, viene el golpe, y los portugueses gozando una bola y parte de otra, porque la gente compraba todo a Bolívar. Una compañera tenía debajo de su cama un montón de enlatados, desde diablitos y mantequilla y sardinas y pepitonas, "y yo no paso hambre si viene un golpe," decía, porque eran compras nerviosas, porque nerviosos estábamos todos esperando una vaina. Y llegó la vaina y por lo visto nos agarró por sorpresa. Y el teniente coronel dijo ahí su frase del por ahora y eso dejó en la gente una alegría más grande que la pelotica del mundo. Tanta alegría que, en ese mes eran los carnavales, y empezaron a salir carajitos vestidos de militares por todas partes, en claro apoyo a aquel movimiento y con unas caras de alegría del carajo, dispuestos a dar un carnavalazo.
Después vino la paja aquella donde el compañero Morales -¡morales! Bello en el Congreso, si, a esa vaina que ahora le dicen Asamblea Nacional antes le decían Congreso Nacional, allí se largó con un discurso y pidió ¡Muerte a los golpistas! Y habló Aristóbulo y agarrando aunque sea fallo, y vino Caldera, ese patriarca del desaparecido partido Copei, y dijo que a un pueblo con hambre no se le puede pedir que se inmole, y listo, directo y en vivo a Miraflores. Y al poco tiempo de estar gobernando indultó a este grupo de militares, ángeles rebeldes, los llamó una periodista, y una vez que terminó su mandato llegó el del por ahora al para siempre y juró sobre la moribunda constitución y se acabó el pan de piquito, y aquí estamos bien jodidos nosotros que fuimos tan sinceros, con un invento de un interino que lo único que ha hecho hasta ahora es robar y robar.
El papá de Margot llegó de la calle y dijo: "23 años del por ahora y mi compadre Pancho sigue robando como siempre". Caminó hasta el cuarto y se detuvo llegando a la puerta y se volvió y dijo: "Y no aprendemos. A pesar de que no estamos en el poder, seguimos robando como si estuviéramos. Allí están Guaidó, Borges, Vecchio, Ledezma, López, y no les dijo más porque me daría mal aliento nombrarlos". Y agarró la puerta y le metió ese coñazo tan duro, que la vecina gritó: "Muerte al golpista, carajo"
-Por eso cuídate de las esquinas.- me canta Margot