De la vida real (II)


El joven profesional, maletín en mano, salió de prisa del
edificio de oficinas en el que acababa de presentar su
propuesta. Recordó la mirada bovina del funcionario de alto
nivel que lo recibió.

(Ese huevón no entendió un coño. ¿Cómo carajo lo pusieron en
ese puesto?) Pensó.

El bullicio de la avenida alivió su frustración. Se colocó al
borde de la calzada y le hizo señas a un taxi que justo en
ese momento pasaba.

"¿Por cuanto me lleva a PDVSA en la Campiña?"

"Cuatro mil bolívares, señor."

"Está bien..."

El joven profesional recordó la arrogancia del funcionario de
alto nivel, que todo el tiempo le miró con aires de Emperador
de la Galaxia. Vió hacia la calle. Por todas partes estaban
los "patas blancas", vacíos.

(Este taxista debe estar pelando.) Pensó.

"¿Cómo va el negocio maestro?" Preguntó.

El taxista, un anciano delgado y curtido por el sol del campo
en que algún día vivió, le miró por el retrovisor. Esbozó una
sonrisa serena.

"Ahí vamos. Mientras pueda pagar las cuotas del carro
aguanto. Ya mejorarán las cosas..."

"Esta vaina es más de lo mismo." Respondió el joven
profesional.

El taxista lo miró de nuevo por el retrovisor. Esta vez tenía
la expresión severa de un maestro de escuela.

"No diga eso mijo. Por todas partes hay retoñitos... Tenemos
que cuidarlos, echarles agüita para que no se nos mueran."

"Sí, pero en el gobierno abundan los politiqueros,
oportunistas y ladrones."

"Es verdad. Pero es que esto va para largo mijo. Ya se lo
dije, ahorita apenas empiezan a retoñar las maticas."

El joven ejecutivo, más tranquilo, recordó la imbecilidad del
funcionario de alto nivel.

(La inteligencia de este país está en la calle.) Pensó.

El taxista continuó.

"¿Usted no ha visto como los bosques se incendian solos?...
¿Usted sabe por qué?"

Continuó.

"Así se van quemando los árboles viejos, poco a poco. Y le
dejan espacio a los árboles nuevos."


El taxi dió una vuelta en "U" en la avenida Libertador. El
edificio de PDVSA ya estaba al lado. El taxista se estacionó
en la entrada. Mientras pagaba, el joven profesional dijo:

"Sí pero es que estos desgraciados quieren seguir
controlándolo todo."

El taxista lo miró de frente. Esta vez había un leve brillo
siniestro en sus ojos.

"Pues entonces el bosque se va a tener que incendiar. De
verdad verdad."


N.A. Este episodio le ocurrió an un amigo, que prefiere
permanecer anónimo.




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Gustavo J. Mata


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