El apellido Shapiro siempre me pareció inapropiado para un embajador, con esa terminación –piro, piro- tan chocante al mundo diplomático. Me recordaba a Chespiro o Chespirito y tipos así. Alguien con semejante nombre en cualquier momento podía salir con una cosa rara, era cuestión de tiempo. Mi incomoda sospecha quedó incontestablemente confirmada con la opera bufa montada en la residencia del antes citado.
Shapiro es, de hecho, un miembro de lujo de la Coordinadora, organización empeñada en llevarle la contraria a lo que su nombre dice. Nunca se ha visto una alianza más descocada y descoordinada. El embajador llegó al país con fama y, sobre todo, con pinta de serio. Pero empezó a reunirse con nuestra sui generis oposición. Que terminara dirigiendo un talk-show no debería sorprender a nadie. Iba derechito hacia allá desde que le dio por llamar democráticos a militares golpistas, saboteadores petroleros y a la obscena dictadura mediática. Shapiro, en lugar de pirarse, se metió en la pira.
Nada más alarmante y peligroso que un hombre con poder metido a cómico (que no humorista, ojo). Carmona lo hizo y, mientras montaba “La Carmonada”, sus esbirros en pocas horas desataban una feroz represión. No quiero imaginar lo que pudiera hacer un cómico con el poder de Shapiro. El imperialismo no es una comedia, sino una descomunal tragedia. Por más cómico que se pretenda Shapiro, siempre resultará trágico.
Las hienas suelen reír antes de triturar a sus presas hasta los huesos y succionar sus tuétanos. Hay shows que hielan la sangre porque, detrás de la risa y la celebración, entre bufones e imbéciles, están los colmillos y el rictus de la muerte. Sólo Carmona Estanga y Daniel “Considerando” Romero, pueden igualar en burla y choteo el sainete en la casa del embajador. Uno de los tres ha de ser distinguido con el “Guaicaipuro de Oro” al Mejor Actor Cómico del Año. El de payaso que se lo dejen al pobre actor de la pantomima.
Actores de reparto hubo en ambos actos, en La Carmonada y la Shipirada. Repasen las fotos y deténganse en las babosas sonrisas y los vergonzantes aplausos. Dueños de medios, directivos de gremios periodísticos y “extras” como arroz. Venezolanos celebrando la afrenta a Venezuela. La oposición está jodida con sus enajenados líderes criollos y, por lo visto, mucho más con sus importados.
Por supuesto, la Coordinadora salió a defender a Shapiro después de la metida de pata. Si bien con ello refleja su rastracuerismo, también expresa su gratitud hacia el amo, y eso hay que reconocerlo. El embajador sucumbió al síndrome de La Carmonada, lo que evidencia que los hombres del imperio no son inmunes al virus que enloquece a la oposición venezolana. Por eso soy de la tesis de que Shapiro, más que culpable de algo, es una desgraciada víctima de la Coordinadora golpista.
Mr Charles Shapiro fue testigo del auge y caída de Carmona en un dos por tres; asistió a los auto-atentados mediáticos con lloronas por la libertad de expresión; miró a una ex actriz “secuestrada”, “torturada” con un marcador y “rescatada” -¿por quién más?-por la oportuna policía de Chacao. Shapiro constató cómo un miembro de la Mesa de Negociación desaparecía a la primera dama y la hacía aparecer, a los cinco minutos, comprando zapatos. Shapiro no entiende la pelea Mendoza-Salas Römer. Tampoco los escritos de Olavarría y Petkoff en función de loqueros de la oposición, para que ésta recupere la cordura. Imaginen cómo están las cosas allí que Teodoro y Olavarría representan la sensatez.
El pobre Shapiro “not understand”, no entiende un carajo. ¿Y quién podría? El embajador observa a solitarios dirigentes de sí mismos, líderes de ONG unipersonales, hablando como Napoleón frente a las pirámides. Shapiro ve que quienes durante dos meses paralizaron a un país y lanzaban un parte de guerra diario, a las primeras de cambio dejaron el pelero. El diplomático condena la muerte de soldados en Altamira y atentados terrorista contra embajadas para luego enterarse que fueron actos de la misma oposición llorona. Shapiro mira que Fedecámaras quiebra a sus afiliados y la CTV lanza los suyos al desempleo. Shapiro, desconcertado por sus panas opositores (en verdad, él los quiere ayudar) estalló y convocó a un cómico a ver si le contaba algo serio. Pero el cómico también estaba loco, enloquecido por su personaje, la Colomina.
Si yo fuera el gobierno venezolano, no protestaría el show de Shapiro. Más bien le recomendaría al Departamento de Estado que le diera un descanso, un año sabático, con expresa prohibición de reunirse con los tipos de la Coordinadora Democrática hasta que se recupere totalmente. Esto, si realmente tiene intención y deseo de curarse. Si los atiende aunque sea por teléfono, habrá entonces que resignarse a que estamos ante un caso perdido.