«Para cualquiera que quiera saber más sobre el mundo en el que vivimos, hay una respuesta sencilla: leer a Noam Chomsky».
Noam Chomsky es uno de los pensadores más respetados y leídos del mundo por razones muy evidentes: sus textos señalan los crímenes de los poderosos, revelan los verdaderos motivos que se esconden tras sus decisiones y denuncian las falacias de los discursos con que justifican sus acciones. En definitiva, cumple con el deber que cabría esperar de un intelectual. Sin embargo, no todos sus pares muestran ese mismo compromiso moral.
A lo largo de su trayectoria política, Chomsky ha abordado de manera directa la cuestión de cuál es la verdadera responsabilidad de los intelectuales en dos ocasiones, dos escritos ya canónicos dentro de su prolífica obra, recogidos en este volumen y acompañados de un nuevo prefacio del autor. A finales de los años sesenta, al calor de la guerra de Vietnam, Chomsky denuncia las vergonzosas políticas del Gobierno estadounidense y el no menos vergonzante papel de ciertos intelectuales al respaldarlas. En 2011, tras el «asesinato planificado» de Osama bin Laden, reflexionaba sobre la pertenencia de los intelectuales a la clase de los privilegiados y su obligación de cuestionar a las autoridades. Más relevante hoy que nunca, este libro nos recuerda que los privilegios «brindan oportunidades, y las oportunidades conllevan responsabilidades». Todos tenemos elección, incluso en tiempos desesperados.
Su llamado a luchar contra el "engaño y la distorsión que rodean la invasión a Vietnam" recordaba la obligación de los intelectuales a "contar la verdad y revelar las mentiras". Igualmente, Albert Einstein entregó a Paul Sweezy su ensayo Por qué el socialismo, que inaugurará en 1949, la publicación de Monthly Review. En él nos advierte: "La competencia ilimitada implica el desperdicio de enormes cantidades de trabajo y la deformación… de la conciencia social de los individuos. Considero que esta mutilación del hombre es la peor de las lacras del capitalismo (…) se inculca una actitud exageradamente competitiva, y se le induce a reverenciar el triunfo en términos adquisitivos y hacer de ello el objetivo profesional… Sólo existe una forma de eliminar estos graves males, a saber, implantando una economía socialista que vaya acompañada de un sistema educativo orientado hacia objetivos sociales". En nuestro continente, las voces que se han levantado contra el colonialismo interno, en contra del bloqueo a Cuba, el rechazo a la violación de los derechos humanos, la condena sin paliativos a los golpes de Estado, en defensa del socialismo y la construcción de una alternativa al capitalismo son muchas. Sólo tres nombres: Darcy Ribeiro, Suzy Castor, Pablo González Casanova.
Abdicar de la responsabilidad ética no es una opción, salvo si se quiere vivir hipócritamente. No somos notarios de la historia que levantamos actas de los hechos. Estamos obligados a tomar partido. No se puede caer en la indiferencia o el conformismo social. Howard Zinn nos recuerda: "El poder político, por formidable que parezca, es más frágil de lo que pensamos… Se puede intimidar a la gente corriente durante un tiempo, se la puede engañar un tiempo, pero esa gente tiene un profundo sentido común y tarde o temprano encontrará la manera de desafiar el poder que la oprime…La esperanza en momentos malos no es romanticismo desatinado. Se basa en el hecho de que la historia de la humanidad no está hecha sólo de crueldad, sino también de valor". Bien nos valdría tomar ejemplo y seguir los pasos de tantos que alzaron su voz y lucharon sin desfallecer.
La otra historia de los Estados Unidos prueba que existe un amplio público interesado en recuperar esa memoria. Esto se vio de un modo particularmente intenso en los años sesenta, con el surgimiento de todos aquellos movimientos sociales. Había un vacío en la educación histórica americana y estos movimientos nos hicieron conscientes de ello y nos empujaron hacia un nuevo tipo de historia capaz de cubrir este hueco.
No hay ningún problema en sentirse americano y no estar en absoluto de acuerdo con el capitalismo y sus guerras ¿Por qué tienen los estadounidenses tanto miedo a ser tachados de antiamericanos?
Porque les han engañado haciéndoles creer que ser americano significa apoyar al gobierno. No han aprendido el principio básico de la Declaración de Independencia de 1776, que dice que los gobiernos son artefactos creados por el pueblo para la consecución de la igualdad de derechos y de la libertad y para la búsqueda de la felicidad. Cuando los gobiernos no protegen estos derechos hay que expulsarlos. El sentimiento patriótico consiste en apoyar este principio democrático, no los edictos de un gobierno concreto. El gobierno y el país -su gente, sus ideales- no son lo mismo.