El problema mayor que confrontamos con nuestro estancamiento en la ruta al socialismo -que, más bien, parece un desvío- es que no la discutamos. Que la imaginemos como un asunto táctico. Que supongamos que seguimos en la ruta chavista.
Al no haber discusión, lo que estamos recibiendo son discursos. Asumimos que nuestros conductores saben lo que hacen, por eso nos reiteran que estamos avanzando. Ellos parecen decirnos que nos apoyemos en la fe chavista, no en el materialismo histórico y la razón dialéctica. Esas son cosas del siglo XIX. Que asumamos plenamente la ilusión.
¿Por qué así? A finales del siglo XIX también se discutía, y con mucha fuerza que, para avanzar al socialismo, había que establecer una alianza con la burguesía liberal, cosa obligada, pues ella tenía la sabiduría de la industrialización. Por eso era necesario trabajar en un plan ecléctico que ligara los intereses del capital con la revolución, una especie de social reformismo burgués. Hacerlo, aunque pareciera un retroceso. El Estado se convirtió en empresario
Lo vimos en aquella frase de Lenin, de 1904, convertida en libro: "Un paso adelante, dos atrás". Nunca la entendí, pues significa un continuo atrás. Pero, ya no importa, en 1921 Lenin, a raíz de la NEP, corrigió: A veces hay que dar un paso atrás para dar dos adelante... Sin embargo, en el seno del Politburó, ya se hablaba de cosas más gruesas: la adopción de medidas controladoras de los soviets cuyos miembros pasaron a ser sólo asalariados. Y así se llegó al estalinismo.
En Venezuela, Chávez nos mostró una nueva manera de escalar el cielo socialista, pero con su muerte esa escalera parece haber quedado de adorno. Se instituciona el economismo y promociona el desarrollo espontáneo. De ahí que, hoy, escuchemos hablar del reconocimiento que hace el FMI a nuestro crecimiento económico, junto a cosas como el emprendimiento, el renacer de la antigua PDVSA y el suponer que fortalecer la economía productiva popular es impulsar los conucos. Si sólo fuera la vieja tesis de retroceder para avanzar, no habría razón para silenciar la crítica revolucionaria, al contrario.