Algunos amigos, creo bien intencionados, que leen las notas políticas que envío, me reclaman el pesimismo de ellas. Seguramente tienen razón, sin embargo, yo les reclamaría -y no por impertinente- por su silencio, su"dejar hacer".
En todo caso, ese silencioso "dejar hacer" agudiza mi pesimismo por el futuro de la revolución venezolana. Lo digo porque tal conseja -muy liberal por cierto- va, con intención o sin ella, acompañada de otra igual: "que la naturaleza siga su curso," propia de los fisiócratas de la Ilustración.
La mejor muestra de lo anterior es ver como, luego de 25 años de revolución y, tras la derrota que el Partido le infligió, en el 2007, a la propuesta de Chávez sobre un Estado Comunal, la contradicción clase-partido siga impidiendo que un colectivo con igualdad sustantiva sustituya el tradicional aparato del Estado.
Los que asocian esto último a las conspiraciones de la sicópata Machado y los bloqueos imperiales -cosas ciertas- prefieren hacerse los locos con las señales evidentes de desencanto en el lado chavista. De seguro pertenecen a ese mayoritario sector de la sociedad que asume como natural el tutelaje que los gobernantes aplican sobre sus gobernados. Esos que argumentan "ellos saben lo que hacen."
Ese "saber" es la vieja y simple resignación ante el hecho. Pasó en la URSS luego de la muerte de Lenin y se extendió por todos los socialismos. Sus dirigencias convirtieron al Partido en el sujeto histórico de sus revoluciones, determinando, no sólo su conducción, también el rumbo de esa revolución. Apelaron a ese eufemismo que han llamado "centralismo democrático".
Y en Venezuela lo tenemos. Más allá del poder popular -que es sólo referencial- el peso político recae en esos dirigentes, convertidos en superhéroes irrevocables. Ellos decidieron que el peso económico siga recayendo en el capital financiero -al que se le cede unas áreas especialísimas- también en la bienaventuranza del mercado de acciones y en cualquier otra cosa que sirve para subir el PIB. Un índice que lo único que mide es el desarrollo del capital -algo que, por cierto, sube la proletarización-. Para ese proletariado lo que hay es militancia movilizadora, bonificaciones y emprendimiento. Una bonita manera de llamar al rebusque.