Propuesta a la Reforma Constitucional

El poder territorial

Introducción.-

La doctrina tradicional distingue tres elementos del Estado: el territorio, la población y el poder. En nuestro país el territorio es la unidad geográfica formada por el mar territorial con su plataforma submarina, islas, islotes, cayos, arrecifes, bancos; y el área terrestre con sus montañas, cuencas hidrográficas, llanuras, ríos, lagos, bosques, sabanas, zonas desérticas, niveles altitudinales y el espacio aéreo, tanto en el mar territorial como en el área terrestre. Sobre ese territorio se distribuye la población y se establece el poder del Estado.

Territorio y población están sometidos al poder del Estado.

A pesar de la esencial unidad del Estado, se admiten tres diferentes poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. La Constitución venezolana introduce la innovación del poder electoral para recuperar la legitimidad perdida en los procesos electorales. Y el poder ciudadano para mejorar la defensa de los derechos humanos.

Vemos como el constituyente organiza los poderes tradicionales y los refuerza con el poder electoral y el ciudadano, pero, no pone el mismo interés en el primer elemento del Estado: el territorio, sin el cual no pueden existir los otros dos elementos: población y poder.

Toda actividad está montada sobre el territorio –“espacio geográfico”- no sólo el poder del Estado, sino la vida y actividad de lo que existe sobre ese “espacio geográfico”. Si el constituyente, para darle legitimidad a los procesos electorales, creó el poder electoral; y para la defensa de los derechos humanos, creó el poder ciudadano ¿por qué no tuvo el mismo interés en proteger y defender “el espacio geográfico”, que es fuente de vida y sobre el cual se realizan las actividades y planes del Estado? Si el territorio es el primer elemento del Estado ¿por qué no constituirlo en poder del Estado, para la defensa y conservación de los recursos naturales renovables y no renovables?



Argumentación.

Hace 130 años ni siquiera se conocía la palabra “ecología”, vocablo acuñado por Ernest Haeckel; pero, con el paso del tiempo ha llegado a englobar todo lo relacionado con los recursos naturales, así como el ambiente, conservación y defensa del equilibrio natural.

El equivocado criterio de la inagotabilidad de los recursos naturales, argumento de la sociedad industrial y de la modernidad, condujo, no al uso moderado, sino, al abuso de su explotación y utilización. El ser humano convertido en fuerza de trabajo, cayó envilecido por el “fetichismo de la mercancía” (Marx). La voracidad de la sociedad industrial, al deshumanizar al ser humano, lo transforma en agente que, en su desquiciamiento, atenta contra la naturaleza, que es igual a atentar contra si mismo.

En el principio de las civilizaciones, la relación hombre-naturaleza-sociedad, era armónica, pero a medida que el ser humano desarrolla los instrumentos de producción, crece la población y se amplían las relaciones e intercambio de todo tipo, esa armonía se fue quebrando. La revolución industrial ocurrida en los últimos dos siglos, le ha causado más daño a la naturaleza, que todo el causado desde la aparición del Homo Fáber.

Habitamos un planeta en donde cada día se rompen los equilibrios naturales, lo cual se evidencia, cada vez más, en los cambios climáticos, en el calentamiento de la tierra, en el creciente deterioro de la flora y la fauna, en los desastres naturales, hambrunas y epidemias. Miles de hectáreas de bosques desforestadas, se van convirtiendo paulatinamente en pavesas humeantes y luego en desierto. Es tal la avalancha de destrucción, que el equilibrio protector de la capa de ozono, situada a cientos de kilómetros de altura de la corteza terrestre, se ha roto.

Como no hay forma de contener la actividad destructora y depredadora del ser humano, la propia naturaleza en su inmensa sabiduría, comienza a sacudirse, defenderse y quitarse de encima la epidemia mortal que le causa el ser humano. Lo hace, por medio de fenómenos naturales: inundaciones, terremotos, maremotos, tsunamis, cambios climáticos inesperados, nevadas, huracanes, tornados, largas sequías o prolongadas lluvias.

Si hace 130 años todavía no se había acuñado el vocablo “ecología” y luego, durante muchos años constituyó inquietud de grupos selectos; hoy, es la gran preocupación intelectual, filosófica, científica, educativa y religiosa, presente en todas partes. Trasciende todos los ámbitos, hasta convertirse en problema planetario, que busca canalizar la cooperación a escala internacional, nacional, regional y local.



Propuesta.

El problema de la defensa y conservación de los Recursos Naturales Difícilmente Renovables, está a la vista de todos. Nadie escapa al “democrático” desenfreno de los fenómenos naturales. En el mundo contemporáneo, el problema ecológico figura en la agenda de toda sociedad, sea cual fuere su nivel de desarrollo.

Si el problema tiene tal magnitud y ocurre exactamente sobre uno de los elementos del Estado: el territorio, ¿Por qué continuar ignorándolo o pretender tratarlo con “paños calientes”, si en ello nos va la vida misma? ¿Por qué no darle la atención que merece, el puesto que le corresponde en razón a su importancia?

En el siglo XXI, el problema ecológico adquiere dimensiones de trascendencia inconmensurable. Su importancia le da jerarquía, para ingresar en la normativa de la Constitución Nacional, no como simple referencia ni como simple vocería para complacer la angustia de ecologistas, sino, con la jerarquía de ser un elemento del Estado que pasa a constituir un nuevo poder del Estado: legislativo, ejecutivo, judicial, electoral, ciudadano y el poder territorial.

Todo proyecto del Estado se desarrolla sobre el “espacio geográfico” formado por: el mar, la tierra, el aire, las montañas, las sabanas, los ríos, los lagos, los bosques, los suelos cultivables, las zonas urbanizables. Además de los servicios: acueductos, hidroeléctricas, vías férreas, oleoductos, puertos, aeropuertos, carreteras, autopistas, puentes, represas, canales, explotaciones mineras, hidrocarburos. Todo, absolutamente todo - planes de cualquier índole - se realizan sobre el territorio (primer elemento del Estado). En consecuencia, merece la máxima atención para garantizar la vida de la población (segundo elemento del Estado), y así el poder (tercer elemento del Estado), cumpla a cabalidad las atribuciones que le asigna la sociedad.

El transformar el elemento territorio, en un nuevo poder del Estado, es una novedad del siglo XXI que se ajusta al apremio en se encuentra la naturaleza, por el acoso en que la ha colocado el desarrollismo: fetiche de la revolución industrial y tecnológica.

leonmoraria@cantv.net




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León Moraria

Nativo de Bailadores, Mérida, Venezuela (1936). Ha participado en la lucha social en sus diversas formas: Pionero en la transformación agrícola del Valle de Bailadores y en el rechazo a la explotación minera. Participó en la Guerrilla de La Azulita. Fundó y mantuvo durante trece años el periódico gremialista Rescate. Como secretario ejecutivo de FECCAVEN, organizó la movilización nacional de caficultores que coincidió con el estallido social conocido como "el caracazo". Periodista de opinión en la prensa regional y nacional. Autor entre otros libros: Estatuas de la Infamia, El Fantasma del Valle, Camonina, Creencia y Barbarie, EL TRIANGULO NEGRO, La Revolución Villorra, los poemarios Chao Tierra y Golongías. Librepensador y materialista de formación marxista.

 leonmoraria@gmail.com

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