No obstante vivir nuevos tiempos y estar, relativamente, acorralado y extinto el caduco sistema representativo puntofijista, notamos que la crisis de la política, del régimen de partido, de las lógicas clientelares corporativas, corren parejas a lo que la gente exige de la nueva dirigencia. Esto es, producir y rotagonizar un cambio realmente radical y definitivo en el modo de conducir y hacer las cosas, específicamente en lo que concierne a las estructuras del Estado.
Esta nueva realidad no es asunto exclusivo de Venezuela. Ha surgido al nivel planetario. En el campo social, para ser más preciso. Hay un espacio político que ya no es prerrogativa del Estado. Esto es importante resaltarlo porque, a pesar de que se insista en la idea, los asuntos de la política están trascendiendo el marco de las organizaciones político-partidistas típicas y han terminado por desplazarse al resto del conjunto social, adquiriendo una nueva dimensión y un nuevo significado. Estamos en presencia de una revolución simultánea, que se está dando en diferentes esferas y latitudes, aunque no podamos definirla con alguna exactitud. Dentro de ella, hay una multiplicidad de torrentes y matices. El proceso bolivariano es uno de ellos.
Nadie -salvo el novel Führer George Walker Bush y sus conmilitones neofascistas- cuestiona el legítimo derecho que les asiste a los pueblos del mundo en desconocer, desplazar y reemplazar a sus malos gobernantes, sea ejerciendo el clásico derecho al sufragio universal, libre y secreto, o, al todavía más clásico, derecho a la rebelión. Existe un auge de masas al nivel mundial como nunca se había visto jamás en la historia humana, salvo, quizás, durante la época rebelde por excelencia de la década de los 60, durante el último siglo.
Lo interesante es que, por primera vez, el sistema capitalista imperante en nuestra sociedad globalizada no puede, ni tiene cómo, recurrir a los míticos argumentos de antaño para jusificar su presencia (o dominio) y ocultar exitosamente sus muchas y profundas contradicciones internas.
Es posible que sea una aseveración demasiada audaz o demasiado amplia, si se toma en cuenta que en Venezuela y, por extensión, en la América nuestra, se sigue enfrascando una lucha de clases tenaz bajo los esquemas superados de la Guerra Fría.
Sin embargo, no puede dejarse a un lado esta realidad, sencillamente porque no sepamos, a ciencia cierta, cómo orientarnos en este laberinto, aparentemente, intrincado y desideologizado. Muchas de las luchas y muchos de los nuevos actores sociales se presentan simultáneamente, en escenarios diferentes y, a veces, coincidiendo en otros.
Lo que pudiera estar pendiente sería cómo anticipar qué tipo de sociedad, qué tipo de relaciones económicas y qué tipo de Estado (si es que aún haría falta) tendrían que contruirse. Aún más: tendríamos que ver hasta qué punto estaríamos, realmente, dispuestos a hacerlo. Con todos los riesgos y todos los retos que ello implica.-