Faltando apenas una docena de días para que se vaya el 2007 y llegue el 2008 cargado de nuevas promesas, no puedo negar la desilusión y la gran preocupación que me causa el hecho de seguir viendo, tanto en los canales de televisión nuestros, como en la prensa escrita, declaraciones plagadas de una actitud de triunfalismo, que a mi modo de ver es impropia. El triunfalismo es propio de los ganadores, pero por ahora, como dijo el señor Presidente, el triunfo nos fue esquivo.
Mi preocupación por ese triunfalismo se basa en el siguiente razonamiento. Partamos primero de un principio que leí algunas vez, el principio en cuestión daba a entender que no había nada mas inútil que el éxito, y la razón esgrimida para hacer esta aseveración, era que de el éxito nada se aprendía. Quien tiene éxito en su vida personal, en su ámbito laboral, en el académico, y en el político que es el que nos atañe en este instante, no anda buscando las razones de ese éxito. Solo lo disfruta, por lo general lo celebra y se embriaga con el hasta caer. Como lo expuso acertadamente el profesor Vladimir Acosta en el Teresa Carreño el jueves pasado, el éxito no requiere de explicaciones.
El fracaso por su parte obliga a quien lo sufre a buscar la explicación que le permita entender las causas de la debacle, a hacer la sumatoria de los factores que no le permitieron acceder al éxito. Una vez evaluadas todas esas variables, el que fracasa, si no tiene la intención de ser un fracasado profesional, debe tomar las medidas pertinentes que lo impulsaran a la cima. Poniendo en práctica las estrategias y planes diseñados con todos esos datos que recabo. No hacerlo le traerá como recompensa otro trofeo roto, otro segundo lugar.
Todo lo explicado con referencia al fracaso, necesita de una conditio sine qua non, y esta es que el derrotado, en este caso lamentable nosotros (El nosotros es un decir, pues me quiero referir a aquellos camaradas que quieren hacer de este fracaso una victoria, o pretenden que muchos lo vean así), tenemos que entender a cabalidad que estamos ante una derrota, sin importar que esta haya sido por un punto porcentual, por un pelito, de chiripa, por una nariz. El casi ganamos no tiene cabida aquí.
El hecho lamentable de no reconocer esta derrota como lo que es, tiene una doble lectura. Puede significar una terrible miopía por parte de muchos de nuestros dirigentes, cosa que no esta muy lejos de la realidad, el otro significado, que no es menos peor, es que la dirigencia al asumir que esta fue una victoria, y no una derrota, considere que como ganamos, no tenemos ninguna explicación que darnos, pues el éxito, parafraseando al profesor Acosta, no requiere de explicaciones. Si esto es así, si aquí nada se corrige, mientras no aparezcan los padres de la derrota, mientras ningún responsable ponga su cargo a la orden, será borrascoso el horizonte.
El dispersarnos en este momento de fiestas navideñas, entreteniendo la mente en el disfrute, nos va a llevar a hacer algo que en estos momentos no nos podemos permitir, y esto es, el olvidar. En unos de mis escritos pasados hice referencia a una frase dicha por un finado amigo adeco: "La clase política subsiste en Venezuela, por que el pueblo venezolano es un pueblo noble que olvida pronto"…
Necesitan ustedes camaradas algún indicativo de que las fuerzas del mal no se tomaron vacaciones y que no olvidan cual es su objetivo principal, lean la prensa, vean los ataques inmisericordes que lanzan los lacayos del imperio contra su próxima presa, que no es otra que Hugo Chávez. Saben ellos que sin el pastor de la revolución, que sin el líder del proceso, se disgregara el rebaño. Lo que vendrá después, no se los quiero contar, pero les pido hacer remembranza de historia reciente, hagamos un ejercicio mental y evoquemos ese episodio oscuro de abril 2002. Esos recuerdos nos tienen que impulsar a la única estrategia que nos permitirá sobrevivir, y sobrevivir no en un sentido metafórico, sino en un sentido real de vida.
La estrategia es: "Que esta prohibido olvidar"
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