Luego de leer el magnífico estudio de Andrés Bianque, “Día Internacional del Consumismo y Navidad” (Aporrea, 24.12.07), me pareció interesante complementar dicho análisis con un trabajo que escribí para mi programa radial “¡Sin Tapujos! que se transmite por una emisora comunitaria (Tovar. Estado Mérida). Al espulgar los diferentes enfoques que Andrés Bianque le hace al tema tan sólo le encontré una pequeña falla o tal vez olvido involuntario: el “amigo secreto”, ingeniosa fórmula creada por el consumismo que en lugar de amistad crea resentimientos, por lo mismo que Andrés señala, “yo le regalé una computadora y él me regaló un cocosette”.
El estudio de Bianque va más allá de la navidad. Es la revisión a fondo de la vacuidad de esta revolución petrolera, camandulera y consumista. ¿Por qué cuál es el verdadero origen de estas festividades decembrinas?. Su origen nada tienen que ver con los motivos o alusiones que hoy se le adjudican. Es necesario comenzar, por decir, que la navidad es una fiesta de origen pagano, que se remonta a la más antigua existencia del hombre en los territorios de clima templado situados al Norte del mar Mediterráneo, la vieja Europa. Las festividades de diciembre que se conocen como Navidad, tiene su origen en el viaje –para llamarlo de alguna manera- que hace el sol, entre el solsticio de junio (21 de junio), al solsticio de diciembre (22 de diciembre).
Debemos comenzar por recordar que la Tierra tiene dos movimientos. El movimiento de rotación sobre su propio eje, en el cual demora 24 horas y que en gran parte de la zona ecuatorial y tropical, proporciona 12 horas de luz y 12 horas de oscuridad. Y el movimiento de traslación alrededor del sol en el cual emplea 365 días (un año). Con relación a su eje orbital, la Tierra tiene una inclinación de 23,5º, y ello es lo que da origen a las estaciones en las zonas templadas o alejadas del Ecuador. En el Ecuador y zonas tropicales no existen estaciones. En las regiones situadas más cerca de los polos (al Norte o al Sur) existen las cuatro estaciones: solsticio de verano (21 de junio); equinoccio de otoño (23 de septiembre); solsticio de invierno (22 de diciembre); y equinoccio de primavera (21 de marzo).
Esta información nos permite o nos facilita entender las festividades que en estos días se celebran y tienen su origen en la más remota prehistoria del hombre que habitaba las regiones templadas del Norte, especialmente de Europa. Es por ello, que las costumbres navideñas en nuestros pueblos, tienen la artificialidad que le impusieron los pueblos europeos, de donde fue trasladada a los Estados Unidos, allí le complementaron el juego de artilugios y nos los impusieron como símbolo de dominio, sumisión y consumismo.!Eso es la navidad! El traslado de costumbres ajenas a la realidad de nuestro trópico y de nuestro ambiente natural, revestidas de religiosidad, de luces y colores, de falsedades y mentiras. ¿Qué tenemos que ver los pueblos de América o del resto del mundo con la historia de Israel, con ese relato de leyendas y tradiciones tomadas de las creencias egipcias (el Libro de los Muertos), fenicias (La Leyenda de Gilgamés), persas, hindúes, etc, ripio de costumbres ajenas a nosotros, colcha de retazos que sirve de manto para cubrir la desnudez y falta de originalidad del cristianismo. La navidad en nuestro medio es despreciable comercio revestido de religiosidad. Festividad que no pasa de ser un mercado persa de baratijas, artilugios y mentiras.
La gran aventura del hombre en su historia de miles de años ha consistido en descubrir, conocer, aprender los fenómenos naturales. Ha sido su largo transitar por la historia, en medio de múltiples vicisitudes por causa de la ignorancia o desconocimiento del mundo que lo rodea. Tener explicación para esos fenómenos. Saber interpretarlos. Salir de la ignorancia. Ha sido su gran empeño. Hoy, para bien o para mal, el hombre tiene un mayor conocimiento del mundo, de los fenómenos de la naturaleza y ese conocimiento le ha permitido poner la naturaleza a su servicio, dominarla, destruirla, hasta poner en peligro su equilibrio natural. Aun cuando, todo ello le ha permitido zafarse de las garras de la ignorancia. Y al liberar la mente de mitos y creencias, ha ido conquistando su libertad. La verdadera libertad que comienza en la mente. Para ser libres hay que liberar la mente como condición prioritaria. La libertad o la esclavitud están en la mente. Buscar la libertad en otra parte, es tiempo perdido.
La ignorancia que el hombre, habitante de Europa, tenía del movimiento de traslación del Sol y la inclinación de la Tierra con respecto a su eje orbital, lo hacía creer que el Sol al comenzar el viaje desde el Polo Norte hacia el Ecuador y el Polo Sur, no volvería jamás. Creía que el Sol se quedaría por siempre y no regresaría. Esa falsa idea le producía profunda angustia. Esa angustia lo motiva a estar pendiente de los movimientos del Sol, de la Luna, de los astros. Por ello en la antigüedad ya era muy afecto a estudiar el movimiento de los astros y su ubicación en el firmamento. Observaciones que dieron origen a la astrología.
Al ver que la tierra y los bosques y los ríos y todo se cubría de nieve, consideraba que aquel fenómeno natural era el fin de su existencia. Si el Sol no regresaba a calentar la Tierra, el hombre estaba condenado a morir por la escasez de medios de subsistencia: la cacería o recolección de frutos, raíces y tallos en el bosque; la pesca en lagos y ríos congelados; o la imposibilidad de realizar los incipientes cultivos por estar los campos cubiertos de nieve. Para aquel hombre de la antigüedad cercana, el viaje del Sol era una catástrofe para su sobrevivencia. El no retorno del Sol, significaba la muerte por hambre y frío.
Esa angustiante observación y seguimiento del Sol llevó al hombre primitivo a construir los menhires o monumentos megalíticos dedicados a la observación del Sol, lo cual le permitía determinar una fecha del año, como punto de partida para contar el tiempo o determinar las estaciones. Esa observación permanente le permitía ver cómo, el 22 de diciembre, el Sol comenzaba su viaje de regreso del hemisferio Sur al hemisferio Norte y ello era motivo de gran júbilo, de gran alegría y cada año se constituía en la gran fiesta para honrar el regreso del Sol. Es por ello que el Sol figura en casi todas las mitologías que el hombre inventó. La creación de Dios, por el hombre, es la pretendida solución a su ignorancia, a su desconocimiento de los fenómenos del mundo que lo rodea. Es el origen de las mitologías en todas las culturas (por ejemplo, el dios Ra de los egipcios, o el dios Inti de los Incas). Atribuirle a un Ser Supremo la solución, la representación de aquello para lo cual el hombre no encuentra explicación ni solución. Es así como el hombre crea a Dios a su imagen y semejanza. Con sus vicios y con sus virtudes. Para cada actividad el hombre creó un Dios: el dios de la guerra (Marte), la diosa de la agricultura (Artemisa), el dios del mar (Neptuno), la diosa del amor (Venus), Júpiter el padre de todos los dioses, Mercurio dios de la elocuencia, el comercio y los ladrones. En fin, para cada actividad, sentimiento, fenómeno de la naturaleza, el hombre creó un Dios. Así funcionaba el politeísmo. Luego, por conveniencias económicas, esos atributos, actividades y sentimientos que el hombre había depositado en cada uno de esos dioses, los reunió en uno sólo y de esa manera inventa el monoteísmo.
Ahora bien ¿En qué sitio del firmamento está el Sol, el 22 de diciembre, antes de comenzar el regreso hacia el hemisferio Norte? En ese momento, 22 de diciembre, el Sol se encuentra exactamente en la constelación de Virgo. Y para los pueblos antiguos, ese Sol lejano, diminuto, les daba la idea de un sol niño que nace en virgo y comienza a crecer a medida que regresa, para dar luz y dar vida y calentar de nuevo los territorios cubiertos por la nieve. Es un Sol niño que al regresar de su largo viaje por el firmamento, les devuelve la vida. La larga noche y los días cortos, terminan. Vuelve la normalidad del día y la noche. Y este es el verdadero origen de la navidad. Gran fiesta de los pueblos paganos de Europa para celebrar el nacimiento del Sol, el 22 de diciembre. Este relato, se puede leer en el libro titulado Las Ruinas de Palmira, cuyo autor es el Conde de Volney (1757-1820).
Es interesante la referencia al Conde de Volney, por cuanto , Las Ruinas de Palmira, figura entre los libros de cabecera del Libertador, Simón Bolívar. La lectura de Volney me hace pensar que tuvo gran influencia en el estilo de escribir del Libertador y en su pensamiento. La terminología que utiliza Bolívar en sus escritos, la podemos encontrar en Las Ruinas de Palmira del Conde Constantino de Volney. Cuando Bolívar en alguna de sus cartas, discursos o documentos hace evocación de la historia, parece que estamos leyendo a Volney.
Al comienzo de Las Ruinas de Palmira, Volney escribe una Invocación. Vamos a leer un pequeño fragmento, que dice así:
“!Oh tumbas! ¡ Cuantas virtudes poseéis! ¡vosotras espantáis a los tiranos; vosotras emponzoñáis con un terror oculto sus placeres impíos... ¡Vosotras castigáis al opresor poderoso; arrebatáis el oro al miserable avaro y vengáis al débil despojado por su rapacidad; vosotras recompensáis las privaciones del pobre.... En otro párrafo dice: ¡oh ruinas! Me colocaré en la paz de vuestras soledades y allí alejado del espectáculo penoso de las pasiones, amaré a los hombres por mis gratas memorias: me ocuparé de su felicidad.....” Podemos ver, o al menos a mi se me parece, un estilo muy parecido al juramento del Monte Sacro (escrito por Simón Rodríguez), a fragmentos del Discurso de Angostura, al Delirio sobre el Chimborazo, o al testamento de San Pedro Alejandrino ...
Valga esta breve referencia al Conde de Volney. Un autor que debemos leer para conocer algunas de las fuentes que nutrieron el pensamiento de Bolívar. El Conde de Volney es uno de los hombres más informados de su tiempo. Viajó por los cinco continentes para estudiar las religiones y cultura de los pueblos que visitó. Fue un escritor muy prolífico. Un erudito.
Veamos ahora a otro famoso escritor que también escribió sobre la Navidad. Se trata del escritor inglés Carlos Dickens, vivió entre 1812 y 1870. Escribió numerosas obras dedicadas a las costumbres de los pueblos. Escribió novelas y cuentos. Entre estos hay una colección que se llama, “Cuentos de Navidad”.
Hay un cuento navideño de Carlos Dickens, cuyo protagonista, Scrooge, se rebela contra la costumbre navideña que distorsiona la concepción de las cosas y hace de la navidad un homenaje al mal gusto, el despilfarro y la tergiversación. Claro, esos cuentos estaban referidos a su nativa Inglaterra. Pero, las críticas que le hacía a la navidad inglesa, muy bien pueden trasladarse a nuestro trópico, donde no existen las estaciones, en consecuencia no hay inviernos ni otoños. Vivimos en eterna primavera. Y resulta muy fuera de lugar, por ejemplo, el pretender crear ficticios inviernos en nuestro trópico: nieve de algodón, escarcha de pote, árboles ajenos a nuestra exuberante y variada flora. Uvas, alcaparras, aceitunas, avellanas, nueces, almendras, en lugar de anones, piñas, chirimoyas, papayas, maní, mereyes, papas y tomates. Vinos en lugar de chicha de maíz, güisqui en lugar de cocuy o aguardiente con dítamo. Renos y trineos en lugar de llamas, vicuñas, una perezosa, un oso hormiguero o un morrocoy. Para el habitante del trópico, que vive en eterna primavera ¿qué preocupación puede causarle el fin de las “noches largas”, “el regreso del Sol”, el nacimiento del Sol niño en Virgo, ansiedad que agobiaba a los primitivos habitantes de las zonas templadas del Norte y diera origen a las paganas celebraciones navideñas? ¿Que sentido tiene para un argentino comprar, fabricar nieve artificial en diciembre, pleno verano, mientras la tiene gratis en agosto, pleno invierno? Los argentinos por sentido de economía, deberían trasladar la celebración de la Navidad para el mes de agosto cuando el Sol está en el polo Norte y para ellos, es el 21 de junio cuando comienza el regreso al Sur. así al menos tendrían nieve natural y no escarcha de pote. El “regreso del Sol” era preocupación de pueblos primitivos, sumidos en la ignorancia de siglos, tradición que nada tiene que ver con nuestro radiante Sol tropical que cada día del año, cruza el cenit y nos proporciona días luminosos de 12 horas y noches pobladas de luna esplendorosa y luceros titilantes.
Con el paso de los años, cada vez más el objetivo de la Navidad es estrictamente comercial. El mayor objetivo está en provocar el antojo, de toda cosa inútil, que después no se sabe donde votarla. Oportunidad para unos pocos privilegiados, porque la mayoría sólo puede ver desde fuera el espectáculo de luces, el despilfarro inútil de electricidad, ruidos pirotécnicos, etílicos desmanes, pantagruélicas comilonas. Frenesí de un consumismo absurdo, opulento y desbocado, en países con el 70% de pobres. Y es bochornoso ver, como, en pleno desarrollo de la Revolución Bolivariana, la campaña mediática para exacerbar las gentes al consumo, es tan igual a la Cuarta República. Es posible, que al elevar el nivel económico de las mayorías nacionales, se las incita mucho más al consumismo desbocado e inútil. Esa inmensa masa de dinero se escapa del país y va a enriquecer, aún más, a los dueños de la riqueza. La Revolución Bolivariana en estos ocho años ha servido para enriquecer mucho más a los ricos. Se han enriquecido como nunca antes. Y el lloriqueo que mantienen demuestra que la riqueza no les basta, necesitan el poder, reclaman el gobierno, para así poseerlo todo.
El análisis de estas costumbres que tienen expresión en las festividades navideñas, me inspiró, hace algunos años, unos versos en los cuales se dicen opiniones, que están en boca de muchas personas, pero no se atreven a expresarlas. La navidad está convertida en vulgar evento comercial que se disfraza de religiosidad y creencias para cumplir su cometido. Es el mismo espectáculo de la fiesta de la madre o del padre o de todas las profesiones. Eventos manipulados por las campañas mediáticas con fines exclusivamente comerciales. Los quince días (entre el 20 de diciembre y el 6 de enero) que tradicionalmente constituían las festividades navideñas, que como hemos visto es una fiesta de origen pagano, que el cristianismo adoptó e inventó colocar en esa fecha el nacimiento del personaje, Jesús de Nazaret, centro de su creencia religiosa. Resulta que los 15 días se han transformado ahora, en dos meses o más de campañas publicitarias alusivas al comercio referido a las festividades navideñas. Un mes de campaña mediática para la venta de chucherías y cosas inútiles. Y otro mes, para la degradación del individuo, manipulado por las expectativas y apariencias, las promesas y propósitos. En definitiva, el resultado es falso y baladí. Del 100% de la población mundial, sólo el 30% participa del jolgorio navideño. El otro 70% de la población mundial tiene otras costumbres y celebra el fin de año y comienzo del nuevo año, en otras fechas y de manera diferente. Pues bien, con estas ideas escribí unos versos, que titulé: Diciembre. Dicen así:
Diciembre está lleno
con expectativas,
quimeras, esperas,
incierto futuro;
probabilidades
vestidas con pompas,
promesas ilusas,
realidades tontas.
Nuestros propios padres
candorosamente
desde muy pequeños
inculcan fantasmas
de la ingenuidad:
correos celestiales,
llevando regalos
que distribuyen, con
prodigalidad;
mensajes repletos
de ensueños y risas,
de música y cantos,
relatos de hadas,
promesas truncadas,
fantasías soñadas
de luces brillantes
que ciegan, fascinan,
la infantilidad.
Transcurren los años,
desde la niñez
a la pubertad,
con la expectativa
que en ese diciembre...
por fin llegarán
las luces brillantes
llenando el ambiente
de ensueños y risas,
de música y cantos,
de bellas promesas,
de cambios rotundos,
de cuentos de hadas
y afectaciones de
religiosidad.
Se marchan los meses,
se anuncia diciembre,
regresan los mitos
y el etéreo cuento
de un niño “bendito”,
que plena de gozo
a la Humanidad.
Mas todo culmina
en cada diciembre,
con la expectativa
de una realidad,
que no llega nunca,
que nada nos trajo
y deja por siempre
la incredulidad.
No hay nada más triste
fabuloso y necio
que la Navidad;
titilantes luces,
artificios fuegos,
vaporosos tules,
que ocultan la farsa
de su vaguedad.
Entre campanitas,
sonoros tilingos
se anuncian ¡hosannas!
a una vida diaria
de perplejidad.
Nada tan fingido
como Navidad,
ella representa
el dingolondango
de la falsedad.
Cansado está el hombre
del discurso estéril,
febril esperanza
que lo ciega y cansa,
sin que halle el anhelo,
el feliz consuelo
del mundo que cambia,
con sinceridad,
sin vanas promesas
como en Navidad.
¡Es fiesta de ricos!
e impuestas creencias;
preguntad a un pobre
por los parabienes
de su ambigüedad.
Costumbre tediosa
es la Navidad.
¡Quitadle! la sarta
de embustes y engaños
y así recupere
su origen pagano,
de un Sol que regresa
alumbra, calienta,
en cada solsticio,
al Norte friolento
oscuro y violento.
No así, en el Trópico
de eterno equinoccio,
que irradia su luz,
de fulgente esplendor
y tórrido ardor;
Aquí, la fiesta es de Sol,
¡no! de frías nieves,
de sombra y penumbras,
que envuelven
el avieso engaño,
de falsos augurios.
Ni la fatuidad
de hadas y luces...
¡Aquí! el esplendor
es del cielo y el Sol
que lo alumbra, es,
nuestra más excelsa
¡Feliz realidad!
Ahora, me voy a permitir leer un artículo que me enviaron por el correo de Internet. Es un artículo que publicó la prensa internacional, donde, más o menos en idéntico lenguaje al que hemos utilizado en este programa ¡sin tapujos!, se analiza las festividades de la navidad. El autor de la nota es el premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez y su nota de prensa la titula: Estas Navidades Siniestras. Dice así Gabriel García Márquez:
“Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tanto estruendo de cornetas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2.000 años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David.
“Novecientos cincuenta y cuatro millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero les gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social.
Lo mas grave de todo es el desastre cultural que estas Navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de imaginación familiar. El niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más grandes que la virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro, y un rayo de seda amarilla que habría de indicar a los Reyes Magos el camino de la salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros, y desde luego era mejor que tantos cuadros primitivos mal copiados del aduanero Rousseau.
“La mistificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeron los Reyes Magos –como sucede en España con toda razón-, sino el niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto, y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión no sólo porque yo creía de veras que era el niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque hubiera querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que también los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños, y me quedé en el limbo. Aquel día –como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria- perdí la inocencia, pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.
“Todo aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural. El niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papá Noel de los franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En realidad, este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen San Nicolás, un santo al que yo quiero mucho porque es el de mi abuelo el coronel, (Buendía), pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de la América Latina. Según la leyenda nórdica, San Nicolás reconstruyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve, y por eso lo proclamaron el patrono de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germánicas del Norte, a fines del siglo XVIII, junto al árbol de los juguetes, y hace poco más de cien años pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego pasó a Estados Unidos, y éstos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar. Con todo, tal vez lo más siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad.
“Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando donde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños –viendo tantas cosas atroces- terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.”
Hasta aquí la nota de prensa que escribió Gabriel García Márquez con motivo de las festividades navideñas y que tituló: “Estas Navidades Siniestras.” A esta Revolución Bolivariana le hace falta unas buenas dosis de jacobinismo. De ese jacobinismo al que apeló, Simón Bolívar, en momentos cruciales de la revolución, como por ejemplo, en el terremoto de Caracas o en el Decreto de Guerra a Muerte. Sería una gran conquista de los pueblos de las regiones equinocciales decretar la muerte de la navidad (nieve) y rescatar el culto al sol, verdadero dios de estas tierras de eterna primavera.
leonmoraria@cantv.net
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