El año terminó y comenzó con la atención colectiva centrada en el frustrado intercambio humanitario de rehenes. Frustrado momentáneamente, porque si bien las circunstancias políticas no permitieron su concreción, sí dejaron claro que avanzar hacia la unión sudamericana implica ir desanudando en todos los pueblos las situaciones que heredamos del pasado, y que cualquier posible acuerdo ha de ser en términos de creciente democracia.
Porque resultaría una broma de mal gusto seguir hablando de unidad entre gobiernos que reprimen y explotan a sus pueblos. Sería como seguir atrapados en la creencia de que la vida es una pesadilla sadomasoquista que los dioses le impusieron a los seres humanos, aunque hoy en día sean las condiciones económicas impuestas por los capitales lo que nos oprima.
Las economías, las culturas, las tecnologías que hoy nos impulsan inevitablemente hacia una interacción y sociedad global, son neta e indiscutiblemente capacidades y hechos inherentes al ser humano. Como nuestro anhelo íntimo, de libertad de creciente elección entre las nuevas alternativas que vamos concibiendo, es sin duda el motor de la historia.
Por lo cual seamos concientes o no, un ciclo agotado se cierra, un nuevo e intenso, acelerado curso de hechos irrumpe en nuestros escenarios públicos, en nuestras vidas, exigiendo que hagamos elecciones. El mundo, el modo de vida que conocimos, en el cual crecimos, está siendo crecientemente alterado y dejado atrás por la fuerza de esos hechos.
Lo comprendamos o no, nos guste o no, vivimos una transición hacia un nuevo momento, y ejerciendo o no nuestra libertad y derecho de elegir, estamos eligiendo de todos modos. Porque participemos o no en la elección de la dirección que les daremos a esos hechos, estamos inmersos en esa transición que nos incluye y afecta.
Si por la fuerza de las tecnologías, medios de producción, comunicación y transporte, estamos interactuando de hecho, entonces nos afectan ya inevitablemente las condiciones tanto de los países y pueblos fronterizos geográficamente, como los del más alejado rincón del mundo.
El espacio y las fronteras geográficas, los tiempos y modos en que nos movíamos y relacionábamos, ya han sido acelerados, reducidos y trascendidos. Por tanto todos nuestros hábitos y creencias construidos sobre los viejos modos y ritmos, van quedando crecientemente obsoletos.
En sencillo, eso quiere decir que seguir pensando, sintiendo y actuando como lo hacíamos ya no es operativo. Repetir lo conocido es como dar palos de ciego, pues no llegan los resultados habituales y esperados. No solo en la economía, sino hasta en las relaciones afectivas íntimas.
Que por mucho que nos sorprenda, son estructurales con todas las demás actividades y por tanto del mismo modo afectadas. Ya que la conectiva común a todo ello son nuestros modos de pensar, sentir y actuar, nuestros modelos mentales organizadores del paisaje y la sociedad. Al reproducir nuestros hábitos y creencias y no llegar los resultados habituales, crece necesariamente la extrañeza, la desorientación e incredulidad. Y es que así como se han alterado los hechos climáticos y afectan estructuralmente a todos los reinos de la vida, sin importar siquiera quien o dónde los produzca, lo mismo sucede con los hechos humanos que trascienden las fronteras físicas y mentales, los determinismos que los condicionaban.
Y si una corriente acelerada de hechos económicos, culturales, tecnológicos, irrumpe en nuestro horizonte o escenario público afectando poderosamente nuestras formas de vida, es imprescindible que conozcamos qué intenciones y tecnologías los producen y direccionan. Porque una vez más se trata de hechos humanos, es decir, de intenciones.
Si no conocemos la fuente de esos hechos, si ni siquiera somos concientes de que todos responden a intenciones y modelos organizadores de la realidad, entonces necesariamente estaremos pasivamente a su merced. Es justamente basados en esa ignorancia o ceguera, que los medios de comunicación masivos pueden estimular nuestras viejas reacciones y dirigirlas contra el sujeto de su preferencia, culpándolo de todo lo que sucede bajo y sobre el cielo.
Cuando la corriente de hechos trasciende nuestra organización social y sus instituciones, que es lo mismo que decir que vuelven obsoletas nuestras respuestas y creencias habituales, no nos queda sino reorganizarnos, decidir qué dirección hemos de darle a la inevitabilidad de esos hechos. Del mismo modo que hemos de decidir que dirección y uso le damos a la corriente eléctrica, a la energía atómica o simplemente a un avión. ¿Lo estrellamos contra las torres gemelas, bombardeamos o transportamos ayuda humanitaria allí donde sea necesaria?
Poco importa entonces si lo medios y los personajes que ellos mismos se encargan de destacar, siguen intentando desviar y confundir nuestra atención de lo fundamental con telenovelas sentimentales. Porque los hechos golpean creciente y concentradamente a cada vez más de nosotros en nuestras necesidades básicas.
No hablamos solamente del desmoronamiento de las instituciones obsoletas, incapaces de dar respuesta a este ritmo y dirección de hechos, sino también del desmoronamiento de nuestras ya inútiles creencias y hábitos operativos. No hablamos entonces solo de creencias, ilusiones o abstracciones intelectuales superficiales y relativas, sino de dolor, hambrunas, enfermedades y muerte.
Y en ese nivel, en esa encrucijada de intensidad vital, ya no hay modo de controlar ni paralizar con información. Supongo que todos habremos visto o escuchado sobre las reacciones de una aparentemente pasiva, tranquila e impotente víctima cuando se la acorrala sin salida, cuando es su más profundo impulso de vida lo que se activa.
Esta dimensión como tantas otras humanas, se nos ha olvidado a fuerza de vivir entre las cercas domésticas de nuestras rutinas sociales. Pero muy pronto despertaremos sobresaltados y recordaremos, como ya sucede en geografías, climas y pueblos, culturas y economías, sometidas a una enorme e inhumana presión.
Este año termina y comienza signado entonces por lo que inevitablemente ha de empezar a decidirse e implementarse. Si los hechos que nos relacionan y afectan son globales e incontenibles, si nuestras soberanías nacionales son impotentes para controlarlos y darles dirección crecientemente útil a la vida, si se intensifica la injerencia internacional de nuestras economías y culturas, entonces las respuestas a esos fenómenos no pueden ser sino acordadas internacionalmente.
Eso es lo realmente significativo, el verdadero germen rudimentario y por supuesto desvirtuado por los que no desean que reconozcamos lo esencial, en este intento de intercambio humanitario. Humanitaria es la chispa que salta sobre los viejos casilleros ya obsoletos, iluminando, transformando, sensibilizando la mirada.
Humano es que pese a los roles que sus circunstancias históricas les hizo jugar, una aspirante política se enamore de uno de sus secuestradores y de su apasionado y culturalmente prohibido abrazo, venga a ser en el mundo una vida en medio de bombardeos y trincheras protectoras, de gritos, terrores y esperanzas, que pese a todo renacen tercamente.
Humano es que siete representantes de diferentes naciones acuerden pese a todos los riesgos, pasar sobre la fría e insensible diplomacia individualista de los intereses propios, para ser garantes presenciales del intercambio unilateral. Humano es también que otros intereses se interpongan y traten de evitarlo a como de lugar, transmitiendo telenovelas para desviar y frustrar la atención y la esperanza colectiva concentrada sobre esos hechos.
Porque el modo de superación histórica de limitaciones es dialéctico. Contra algo ha de chocar nuestra intención para concebir nuevas posibilidades, y alguien ha de representar en los hechos esos intereses retrógrados en vías de superación. Ya que todos hemos vivido y nos hemos formado dentro del ejercicio de esos hábitos y creencias.
Es ahora cuando despierta una nueva sensibilidad, que concibe y comienza a implementar nuevas alternativas. Y es el avance de esas alternativas lo que reacciona y fuerza la entrada en conciencia, lo que hace que sean organizadas y vistas, las fuerzas y condiciones que hasta entonces operaron desapercibidamente, para que puedan ir siendo reconocidas y superadas.
Las viejas fuerzas que sugestionan la conciencia solo pueden operar en la oscuridad, a salvo de la mirada de esa nueva sensibilidad colectiva que despierta. Por eso recurren a las telenovelas para desviar y confundir la atención.
Saben que cuando sean puestas en evidencia, lo cual es inevitable que suceda por la misma fuerza de los hechos, serán acorraladas y extirpadas de la conciencia, los cuerpos y las conductas. ¿O acaso a ti te gusta y eliges soportar dolor y sufrir libre y voluntariamente?
Destaco entonces que se trata de cursos y direcciones de hechos en pleno acontecimiento, correntada de hechos que nos incluye y afecta inevitablemente como funciones y parte del ecosistema que somos. Y no de personalidades a las que ingenuamente nos gusta culpar de todo lo que no entendemos ni sabemos en consecuencia como resolver.
Eso no es más que un nuevo vestido desacralizado que le hemos puesto a dioses y demonios, principales actores y responsables heredados de la edad media. Pero lamentablemente ni las culpas ni las ingenuas esperanzas permiten entender ni resuelven las circunstancias que sufrimos y nos afectan.
Para acercarnos a los eventos de transición que nos toca vivir, tal vez sea útil el comprender y recordar nuestra humanidad apagada y enterrada dentro de los cercos domésticos de nuestros hábitos, rutinas y creencias económicas y culturales. Las relaciones humanas, pese a que situacionalmente puedan aparentarlo, a veces por largos períodos, no son negocios.
Tarde o temprano despierta y salta la chispa sensible e íntima que nos permite llamarnos seres humanos, y nuestras personalidades comienzan a buscar trascender y liberarse de las limitaciones de los casilleros temporales dentro de los cuales nos sentimos atrapados. Puede ser que no sepamos ni podamos explicar qué nos sucede y porque hacemos lo que hacemos.
Pero una vez que ese despertar extrañado entre las condiciones heredadas e interiorizadas sucede, y aunque suceda en un solo ser humano, ya no hay vuelta atrás. A su debido tiempo la masa crítica se habrá contagiado y la sensibilidad colectiva estará buscando a tientas, desde la oscuridad intuitiva, nuevas direcciones y alternativas de vida más satisfactorias.
De nada servirán las opiniones ni presiones de los viejos hábitos, que lógicamente no pueden comprenderla reduciendo tal sensibilidad a negocio conveniente, ya que ni siquiera ella lo comprende ni puede explicar racionalmente. Pero reconocido o no, es un acontecer íntima y plenamente humano que motoriza con fuerza creciente el despertar y la transición entre modelos mentales.
Hablamos de la revolución sicológica que completa la económica y cultural. Yo diría que su hecho más significativo, es que ha de aprender a reconocer y cortar la dependencia de los estímulos que retroalimentaron la organización de su conciencia, personalidad, hábitos y creencias. Muchos de los cuales, como la electricidad y sus aparatos por ejemplo, son nuestra propia creación.
Supongo que a nadie le pasa desapercibido que la gran mayoría de nosotros lo primero que hace al entrar a su casa es prender la TV o la radio. Y si se va la electricidad comenzamos a dar vueltas y más vueltas como leones enjaulados, sintiendo que algo nos falta y muchas veces alterándonos, poniéndonos de mal humor que descargamos con los que convivimos.
Pero no solo de estímulos radioeléctricos somos adictos y dependientes. Si alguna vez hemos vivido o estado de visita en alguna agrupación social, en la que todos realizan las funciones para satisfacer conjuntamente sus necesidades, seguramente habremos notado que no participan del modo hipertenso en que nosotros nos relacionamos con nuestros objetos.
Los bienes son comunes y los niños crecen dentro de la comunidad, sin la pertenencia ni dependencia exagerada que nosotros experimentamos en nuestras relaciones de familia atomizada. Tampoco las relaciones entre sexos son tan sobrecargadas de expectativas felicitarias, ni de las disciplinas y obligaciones que su supuesto logro conlleva.
Y si ese espacio y funciones de gran movilidad son colectivos, ha de ser porque la conciencia que los siente, organiza y percibe, aún no se ha despedazado entre sujetos y objetos, ni experimenta por tanto la exagerada, la tensa y expectante necesidad de poseer, pertenecer, identificarse, acumular, ni su infaltable contracara, el temor a perder o no conseguir.
En otras palabras sufren menor nivel de tensiones, tienen mayor movilidad emocional, no necesitan traducir la fijeza o difusa vitalidad a ensueños compensatorios ni se sienten compelidos, lanzados a perseguir zanahorias en el tiempo. No proyectan ilusorias cualidades sobre personas ni objetos, para luego sentirse frustrados cuando se les escapan de las manos al intentar atraparlas, poseerlas. Cuando enjaulas un ave, matas también la sensación de volar.
Cuando la sensibilidad humana despierta de su hipnosis temporal dentro de corrales domésticos, cuando la vitalidad se intensifica y acelera, todo un viejo modelo de hábitos y creencias comienza a desmoronarse inevitablemente dentro y fuera de nosotros. Un nuevo ser viviente está siendo parido, viniendo a ser en las conciencias y el mundo.
Es tiempo de conciencia y hechos liberadores, de osar romper cadenas, soltar amarras. Termino como comencé, con una viejita pero electrizante canción, “Nacidos para ser salvajes”.
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