Para Mao Tse-Tung, “la ausencia de un firme núcleo dentro de las fuerzas revolucionarias lleva la revolución al fracaso”. Esto es tan cierto como el que sin objetivos concretos no puede haber dirección política. Ambas situaciones están imbricadas. Una determina la otra.
Ningún proceso que se precie de ser revolucionario puede mantenerse indefinidamente dependiendo del azar. Son los revolucionarios, forjados en el crisol de las luchas populares y la formación ideológica probada, quienes caracterizan el proceso revolucionario. Por ello es vital profundizar respecto a cuáles son las bases de sustentación ideológica de cualquier proceso revolucionario, a fin de darle la direccionalidad que éste requiere para su consolidación y su desarrollo.
En el caso específico de la revolución bolivariana es harto notorio que el liderazgo descansa, fundamentalmente, en los hombros de Hugo Chávez, el cual trata de orientar este proceso, sin ser su ideólogo. Esta es una deficiencia, más que una fortaleza. Cosa contraria sería si cada uno de los millones de sus seguidores se convierte, a su vez, en un generador de políticas revolucionarias, estén o no estén ellas enmarcadas o esbozadas en la Constitución, o sean permitidas por la dirigencia partidista y las estructuras del Estado.
Mucho de esto podría concretarse si revolucionarios auténticos se abocaran a plasmar en la realidad mucho del bagaje teórico que dominan y que pudiera servir para confrontar, por lo menos, lo que se ha hecho con lo que se deja de hacer. Sin necesidad de contar con el apoyo del gobierno y, de ser posible, al márgen del mismo porque, en tanto pervivan en su seno los resabios del pasado, éste sería más un obstáculo que una ayuda efectiva.
Además, es cuestión imperiosa e ineludible establecer espacios en los cuales las masas populares impulsen, vigoricen y protagonicen el ejercicio cotidiano de la democracia directa. Esto supone el trabajo duro de una vanguardia revolucionaria, compenetrada en cuerpo y alma con los postulados libertarios que enarbola, que esté integrada por luchadores “perspicaces en lo político, competentes en el trabajo, impregnados de espíritu de sacrificio, capaces de resolver independientemente los problemas, indoblegables ante las dificultades y fieles en su servicio a la nación”, como bien lo apuntara, también, Mao Tse-Tung.
No podemos, por ende, contentarnos con éxitos ocasionales y fragmentos de la verdad. El proyecto de la revolución bolivariana –aun con sus errores e indefiniciones- es temido por lo que entraña y representa para los pueblos del mundo. Para captarlo, será indispensable comulgar diariamente con este pueblo esperanzado, en combate constante contra todo lo que atente su vigencia y principios. Esto implica ampliar nuestra visión de lo que es, en verdad, una revolución popular.
Hace falta entender que este proceso persigue, en última instancia, la humanización de los oprimidos, la cual es, en resumidas cuentas, una subversión del orden establecido.
Aquí ajustaría perfectamente lo dicho por el Comandante Ernesto “Che” Guevara, en cuanto a que “la Revolución se lleva en el corazón para morir por ella y no en los labios para vivir de ella”.
Juzgue cada cual, según su conciencia.-
Homar Garcés
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