Negar que la Revolución Bolivariana navega por aguas procelosas, peligrosas y definitorias equivaldría a asumir como estrategia de análisis la atribuida a la avestruz. El híbrido adelantado en el ámbito tanto de la infrestructura económica así como en todos los bloques de la superestructura conducen a la Revolución a su fracaso. El proyecto acariciado por los sectores pequeño-burgueses de convivencia entre formas de producción y consumo de bienes económicos capitalistas con sectores de propiedad social directa o indirecta de los medios de producción conduce al agotamiento del proyecto revolucionario con las naturales consecuencias. Un funcionariado por lo general con la misma mentalidad adeco-copeyana del cargo como privilegio y oportunidad para poner a funcionar la máquina de hacer dinero mediante el tráfico de influencias, el cobro de comisiones y un estilo de vida abiertamente pequeño-burguesa, llena de carros de lujo, cañita 18 años, viajes, guardaespaldas mimetizados entre franelas, gorras, afiches de los heroes de la Revolución y consignas tan vacías como los rezos y preceptos de los fariseos terminan por cuadrar el círculo desalentando al pueblo. ¡Tremenda combinación para alcanzar el fracaso!
El Estado como mero administrador y distribuidor de la renta petrolera sin tocar los resortes propios de una economía capitalista convierte al sistema -capitalista- en el principal beneficiario y, por tanto, al fortalecimiento de su voracidad como lo demuestran las ganancias gigantescas de bancos, grandes industrias y el sector comercio. Suponer que puede crearse un capitalismo humanista es -de nuevo- poco menos que una ingenuidad suicida. El capitalismo no puede ser humanista porque no puede serlo un sistema que para existir deba confiscar la riqueza generada por el trabajo de las inmensas mayorías y someterlas a la explotación, la alienación y la exclusión. A lo sumo -y como parte de un mimetismo cínico-, del capitalismo pueden esperarse algunos gestos de caridad filantrópica pero jamás la transformación de las causas de la injusticia porque eso exigiría su desaparición, y tontos no son.
De igual manera -como es natural, además- el capitalismo requiere, exige e impone que las superestructuras (educación, religión, familia, cultura, medios de comunicación, etc.), funcionen armónicamente en la formación del invididuo que necesita para su permanencia y desarrollo. El consumismo, el individualismo, la competencia, el darwinismo social, propios del sistema capitalista refuerzan y garantizan la existencia del sistema. Desaparecen y cambian los bloques superestructurales o desaparece el sistema. Resulta entonces impensable una Conferencia Episcopal condenando la explotación capitalista -como debería hacerlo- en nombre de Cristo, como lo es una educación en liceos y universidades que forme al hombre para el socialismo y que el sistema capitalista lo permita. Así, la "fábrica" de producir proletarios, clases medias y, en general, personas desprovistas de conciencia de clase sigue produciendo a toda máquina pervirtiendo y destrozando la mayoría de los esfuerzos que en el sentido de la formación de comunidades con conciencia social se hagan. Al final, la fuerza instintiva y primaria de la persona tendiente al egoísmo junto con el estímulo permanente de medios, educación, religión, cultura y hasta la propia familia ganada por antivalores capitalistas impedirá la construcción, no ya del hombre nuevo sin el cual no habrá socialismo, sino ni siquiera del hombre medianamente solidario. El resultado obtenido en miles de cooperativas así lo evidencian, no obstante que no se ha hecho ni el esfuerzo sostenido ni se ha dado el ejemplo de coherencia como para atribuir la ausencia de conciencia sólo a las acciones del capitalismo. En estas condiciones las comunas socialistas, alentadas desde el Estado más la difusión y contagio de la conciencia naufragarrán en las aguas de la fragmentación y el aislamiento.
Por su propia naturaleza, el capitalismo es un sistema absolutamente rebelde a cualquier forma de control estatal que lo obligue a tener responsabilidad social. Un empresario capitalista es alguien cuya vocación fundamental es generar plusvalía y aumentar su capital. Retorno y rendimiento de la inversión son las dos erres del capitalismo. Su inversión se desplazará hacia la actividad donde el rendimiento sea mayor así tenga que matar de hambre a la gente, destrozar selvas, contaminar ríos o acabar con el planeta. El capitalismo es una maldición y punto. En Venezuela se están viendo las consecuencias de esa maldición. En esa maldición se inscribe la escasez de alimentos, el acaparamiento, la especulación, la violencia y la campaña de terror que se abate sobre la inerme población venezolana.
El capitalismo no sólo impone su ley en cuanto a la explotación del hombre por el hombre sino que en su inmoralidad dispone qué producir bajo criterios divorciados de las necesidades básicas del ser humano sólo orientado a la ganancia, lo mismo da si es leche, maiz, senos postizos o pornografía. No bastándole esta aberración, activa todas sus fuerzas destructivas contra cualquier iniciativa social que sepa enemiga de su sistema. El capitalismo sabe muy bien que el socialismo es su enemigo mortal. Jamás se planteará convivencia con el socialismo salvo para destruirlo. Ojalá y los pueblos, los proletarios, las clases medias (proletarios con trabajo-mercancia más valorados en el mercado por su escasez, pero explotados igual) tuviesen la conciencia de clase que tiene la burguesía. Esta jamás se acercará al proletario en sus formas organizadas sino para destruirlo.
He dicho, escrito y proclamado en muchas oportunidades que soy consciente de la característica que envuelve el proyecto socialista que se construye en Venezuela. Comprendo que la Revolución Bolivariana transita por caminos harto difíciles puesto que debe hacerlo jugando con las reglas de juego de la democracia burguesa representativa, con una sociedad infestada de valores burgueses, un aparato productivo capitalista y un Estado construido a su servicio que se resiste a cambiar de dueño. Comprendo entonces los movimientos tácticos que pueda considerar oportunos el timonel de la Revolución. Los comprendo pero estoy persuadido de que sólo pueden ser eso...en el mejor de los casos: movimientos tácticos pero jamás pactos con la burguesía.
La historia es una incansable maestra. La rebeldía revolucionaria que removió el alma del pueblo venezolano el 23 de enero de 1958 se perdió, se vendió, se entregó prácticamente ese mismo día cuando, mientras el pueblo en la calle pedía la salida de la Junta de Gobierno de los coroneles perezjimenistas Roberto (el turco) Casanova y Abel (el gato) Romero Villate, la burguesía se coló en Miraflores de la mano de Eugenio Mendoza y Blas Lamberti. Sólo eso fue suficiente...sólo eso...todo el horror, la exclusión y la persecución de los siguientes 40 años se materializó ese día. Lo demás fue añadidura. El pueblo de hoy, este pueblo armado de conciencia tiene que impedir un nuevo zarpazo de la burguesía. Conciencia revolucionaria, conciencia de clase, talento estratégico o el más grande de los sueños y la esperanza de los pueblos del mundo podría...¡otra vez!...perderse.