Era noche cerrada en el Caribe. Estábamos a diez millas de la costa y en una zona de profundidad más que cómoda para los submarinos. Suena diferente cuando el plural se aplica al mínimo número de personas que en total silencio subíamos y bajábamos al capricho del oleaje en un pequeño bote inflable de comandos. La única prueba visual de nuestra existencia era una diminuta luz estroboscópica que tratábamos de mantener orientada en una dirección prefijada. A la hora y minutos exactos, a menos de diez metros de nuestra banda de estribor, emergió un periscopio. Su silueta sólo era perceptible, aun a esa distancia, porque una lejana línea de luces en lo que se adivinaba era un segmento de costa, era interrumpida verticalmente. Los hombres-rana, que acababan de saltar en paracaídas a gran altura, ya habían compensado las temperaturas de congelación en las cálidas aguas del Caribe, antes de subir a nuestro bote. Nos dieron una palmada como despedida y abandonaron el Zodiak. Lo hicieron simétrica y simultáneamente por las dos bandas para no desbalancearnos. Luego de un eterno minuto, emergieron formando una figura geométrica junto al periscopio. Mientras les envidiaba su estado físico y entrenamiento, una extraña luz verdosa proveniente de las profundidades me trajo de vuelta a la realidad y me alejó de mis primeras lecturas sobre el Capitán Nemo. Cuando pasé la lengua sobre mis labios para volver a disfrutar del salitre, la luz, que parecía un concierto de noctilucas, ya había desaparecido, igual que el periscopio. Los comandos ya estaban en la cámara de descompresión en la vela del submarino, que los acercaría al “enemigo” hasta donde fuera posible. Poco después lo abandonarían, igualmente a profundidad de periscopio y, rumbo a tierra, colocarían explosivos de acción retardada en los cascos de sus buques fondeados a profundidades no navegables para el submarino. Sus equipos de buceo, que no generan burbujas delatoras, les permitieron llegar a la playa, elegir la zona adecuada y, entonces, ser ellos, con otra luz estroboscópica, quienes nos indicaron el lugar para el desembarco.
CIELO, MAR, MONTAÑA Y SELVA
La misma impresión y el mismo orgullo, el mismo toque adrenalínico, lo viví volando entre cerros bajo un techo de nubes impracticable, en la Sierra de Perijá o en las maravillosas regiones selváticas del sur de nuestro país. En Perijá, sólo el conocimiento palmo a palmo del territorio por parte de nuestros pilotos nos permitió llegar, cuando la tecnología ya no sirve de ayuda, a un campamento ubicado a una altura tal que en la madrugada, cuando los comandos que no han estado de guardia van a afeitarse, encuentran el agua congelada en los recipientes descubiertos que dejaron la noche anterior. Difícil de imaginar en el trópico; pero así de compleja y sorprendente es nuestra Venezuela. Fue tan difícil entrarle a ese pequeño cañón entre dos cerros tan pegados, y con un techo tan bajo, que los pilotos de los Broncos OV-10 que nos venían escoltando a cada lado con las turbinas al mínimo y los flaps abajo tuvieron que abandonarnos porque no había espacio suficiente para la escuadrilla. Se quedaron sobrevolando luego de perforar el techo en lo que parecía una película sobre Vietnam. La ladera era tan empinada que el helicóptero no pudo posarse. Con sus artilleros en atención, tuvimos que saltar sobre una improvisada plataforma hecha con troncos. Sólo había espacio para el rotor principal y algo más. Nuestros comandos de montaña nos recibieron sin signos de identificación en sus uniformes y con las máscaras protectoras contra, que no por nada se llaman “pasamontañas”. El cultivo de la amapola requiere muchísima agua. Donde se juntaban los planos inclinados de ambos cerros corría un riachuelo y allí, a ambos lados, había un largo y estrecho sembradío de la opiácea en plena floración. Justo en una zona a la que es peligroso llegar volando y a una altura en que el promedio de nubosidad haría suicida la aproximación aérea la mayor parte del año, habían venido a sembrarla invadiendo nuestro territorio los cultivadores colombianos. Por todas partes había implementos, envases, tuberías de goma, ropas, botas y hasta alimentos enlatados, todos de procedencia colombiana. El desorden evidenciaba la premura en la huida, y los senderos de montaña que utilizaron claramente marcados en el terreno indicaban su uso frecuente. Tengo dos impresiones bien grabadas. La primera: haber arrancado con mis propias manos algunas de esas plantas de amapola. La segunda: la frase casi casual, pero que aún me emociona, de uno de esos jóvenes comandos de cara cubierta, y que yo mismo elegí aleatoriamente entre quienes menos dispuestos parecían a acercarse a la cámara y el micrófono: “Aquí la vida es muy dura. Aquí se pone a prueba todo nuestro entrenamiento; pero yo sé que cada vez que destruyo uno de estos campamentos, cada vez que arranco una de estas matas de amapola, a lo mejor, estoy salvando la vida a algún muchachito venezolano allá en nuestras ciudades. Por eso estoy aquí.” Podría contarles experiencias similares con los comandos de selva en las fronteras sur y este de Venezuela que indican el costoso esfuerzo permanente en la protección de nuestras fronteras. El tema se ha puesto sospechosamente de moda. Varios diplomáticos con pretendido conocimiento del tema, se han referido a la seguridad de nuestras fronteras.
EL DISCURSO DE LA GUERRA FRÍA
En los años de la Guerra Fría, cuando me tocó ser enviado especial en Nicaragua y El Salvador, entre otras zonas de Centro-América, el hoy Embajador estadounidense en la ONU, John Negroponte, lo era en San Salvador. El depuesto Sub-Secretario de Estado Otto Reich (Dossier, “El Paracaidista de la Casa Blanca, Ultimas Noticias, Jun 16, 2002), producía y firmaba artículos de prensa con nombres ajenos y se dedicaba a la propaganda de guerra. Algunos conocidos colegas le hacían el juego. Existía la Unión Soviética y Centro-América era el Teatro de Operaciones de una guerra de baja intensidad, donde los latinoamericanos poníamos los muertos. La idea era crear un casus belli contra la rebelde Nicaragua. Honduras sería el portaviones y, quizá, la muy respetada Costa Rica, iba a ser la virgen violada. Los paramilitares de moda eran los “Contras”. Pululaban en América Central los “civiles” que en realidad cumplían funciones militares muy específicas. ¿Alguien recuerda “Air America” y los “civiles” que actuaban en Laos y Camboya? Ahora, una nueva generación de ellos puede ser vista en las compañías que aparecieron como amapolas después de la lluvia en torno al Aeropuerto El Dorado de Bogotá, o tripulando los aviones fumigadores. En Vietnam era el “Agente Naranja”. En Colombia es el Glifosato. ¿Alguien recuerda a “Eugene Hassenfus? Fue el sobreviviente del C-123 derribado por los Sandinistas cuando llevaba armas a los Paramilitares entonces llamados Contras y, a la vuelta traían cocaína para financiarlos y financiarse ilegalmente. Con ellos andaba un tal Félix Rodríguez, miembro de un equipo especial de asesinato de la CIA; el mismo que estuvo en la Casa Blanca en la fiesta de navidad de Bush padre en 1985, y que en Junio de 1986 fue llamado a Washington para ponerlo frente a Oliver North y dar una explicación al Congreso sobre las llamadas telefónicas a Tony Abrigan y Martha Money, periodistas estadounidenses en Costa Rica, llamadas que North había grabado. Rodríguez era co-Director de Giro Aviation, una compaña co-propiedad de la CIA. En Octubre de 1984, su socio, Gerald Latchinian, fue arrestado por contrabandear 10.3 millones de dólares en cocaína para financiar el asesinato del presidente hondureño Roberto Suazo Córdova. Lactinian mantiene que era una operación de la CIA. Recuperado el cadáver de Buzz Sawyer, el piloto del C-123, tenía en un bolsillo el que resultó ser el número privado de George Bush padre en la Casa Blanca. Hassenfus testimonió que trabajaba para la CIA bajo órdenes de Max Gómez (alias Félix Rodríguez) y Ramón Medina (alias Luis Posada Carriles) con el conocimiento y aprobación de George Bush. La Compañía Telefónica de El Salvador confirmó llamadas de la tripulación desde “casas seguras” a los números de la Oficina del Tte. Cnel. Oliver North en la Casa Blanca (Acres USA, Agosto 1990, citado por David P. Beiter). ¿Debería preocuparme hoy día porque Linda Robinson, de US News and World Report afirma: “He estado en Venezuela; y aunque no puedo afirmar que vi con mis propios ojos este campamento, (se refiere a las FARC en nuestro territorio) tengo información precisa y testimonios de primera mano que prueban su existencia”? Cuando quieras, Linda, te llevo a la frontera.