En estos tiempos de paranoia antiterrorista perder un detonador de bombas nucleares es algo inaceptable en cualquier país miembro del Club Atómico. Pero, perder cuatro al mismo tiempo supone en el campo político-militar un registro sísmico del tipo Krakatoa. Ya en 2007 habían saltado las agujas del sismógrafo político en Washington D.C. cuando se supo que un bombardero estratégico B-52 había cruzado Estados Unidos con seis misiles ACM de tipo crucero avanzado, armados con sendas cabezas nucleares y en condición de combate. Despegó el 30 de agosto de la Base Minot en Dakota del Norte y durante casi cuatro horas voló hacia el sur hasta la Base Barksdale en Louisiana cerca de la frontera con Texas. El B-52 fue armado "por error" pero al mejor estilo de la Guerra Fría. Como en los sueños apocalípticos del desaparecido Gral. Curtis LeMay cuando intentaba borrar del mapa a la URSS y además sobrevivir en el intento.
La diferencia es que ahora llevaba el poder destructivo de muchos más kilotones, y en los controles del B-52 no iba el Mayor Kong, como en el filme "Dr. Strangelove".
Los veteranos del Comando Aéreo Estratégico (SAC) que aún viven, seguramente recordaron el escalofrío que recorrió el mundo el 17 de enero de 1966. Eran las 10 y 22 minutos de la mañana. A 30.000 pies sobre el Mediterráneo otro B-52 cargado con cuatro bombas B28 termonucleares (algunos aún dicen que cinco) retornaba de su patrullaje cerca de la U.R.S.S. y se reabastecía, para volver a Estados Unidos, enchufado en un tanquero KC-135 con 110.000 litros de combustible. De pronto, en una maniobra casi rutinaria, ambos aviones chocan, se incendian y caen sobre la costa española. Siete tripulantes muertos y cuatro salvados en paracaídas. Cuando se dice 1,5 Megatones cada una no se entiende bien. Cuando se dice "75 veces más potentes que las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki" tampoco se entiende demasiado; pero la percepción del problema cambia drásticamente. Para la época fue un impacto periodístico mundial al estilo del de las Torres Gemelas.
Menos, precisamente, para los españoles. Estaban sometidos al férreo control de los medios por parte del Generalísimo Francisco Franco. Para ellos fue casi como la llegada del hombre a la luna para los chinos, pese a que el KC-135 había despegado de la Base de Morón de la Frontera en Sevilla. Eran los tiempos de la incipiente televisión española y de los noticieros de cine NO-DO. Tampoco se había desarrollado el turismo a gran escala y esa responsabilidad, al igual que la del Ministerio de Información, estaban en las manos del "joven Ministro" Manuel Fraga Irribarne quien no permitiría que su brillante plan de desarrollo turístico se viera afectado porque le cayeran del cielo, sin su autorización, cuatro o cinco bombas termonucleares. Precisamente se trataba de promocionar "sol, playa y precios baratos" y no de admitir contaminación radioactiva. Eran los años de las remesas en moneda fuerte de la España de emigrantes que se recuperaba del hambre sin eufemismos y a los turistas suramericanos que llevaban sus dólares no se les trataba despectivamente como "sudacas". Francisco Franco, sabiendo el valor estratégico de su territorio se hacía perdonar sus escaramuzas con el Eje (del Mal) y promovía su reinserción atlantista entregando sus bases a Washington.
¿Y las bombas? Cayeron en sus paracaídas de emergencia. Dos fueron recuperadas casi intactas. Una en tierra y otra en el mar. Al parecer otras dos al haberse quemado sus paracaídas como consecuencia del choque e incendio aéreo, impactaron cerca de unas casas y se produjo el estallido de sus detonadores iniciales esparciendo en una gran área nada menos que unos veinte kilos de Plutonio. El episodio se conoció como el "Incidente de Palomares". Los tripulantes sobrevivientes esperaban caer en paracaídas en un infierno nuclear ya que los detonadores sí habían estallado. Nadie entendió por qué no había ocurrido el desastre. Muchos lo consideran un acto de Dios. Algunas fuentes hablan de un último recurso ultrasecreto para estos casos. Lo cierto es que el Ministro Fraga Iribarne comprometió de inmediato en un gesto espectacular al Embajador estadounidense Angier Biddle Duke, un fino y educadísimo personaje, influyente, mujeriego y multimillonario, quien apareció "en traje de baño" al igual que Fraga Iribarni en la helada playa de Palomares. Algo absolutamente inusual en un ministro franquista; pero una respuesta efectista al justificado rumor de contaminación por radioactividad.
De inmediato fuerzas estadounidenses con trajes especiales peinaron 25.000 metros cuadrados de la zona y se llevaron en bidones sellados 1.400 toneladas de tierra de cultivo, incluyendo los tomates "para limpiar la radioactividad". Dicen que todo fue a parar al Centro Nuclear de Savannah River en Carolina del Sur. Pero la Sexta Flota con toda su tecnología de punta a la que se agregó el minisubmarino Alvin, sudó frío durante 80 angustiosos días buscando la otra bomba en el Mediterráneo. Fue un simple pescador, quien se hizo famoso como "Paco el de la Bomba", a quien al fin le hicieron caso los almirantes, quien les dijo donde buscar y, finalmente, la recuperaron. En plena Guerra Fría no eran los únicos interesados en ponerle la mano a un artefacto nuclear estadounidense.
Hoy, cuarenta y un años después, cumplidos exitosamente los planes turísticos de Fraga Iribarni, no falta quien insinúe en la prensa española el disparate de urbanizar aquella paisajística zona del Mediterráneo. Unas miles de casitas de veraneo, alguno que otro hotel, y el infaltable campo de golf. Por supuesto, todo con gran ahorro de energía; brillando con su propia luz verde en la noche ya que el Plutonio, altamente radioactivo, estará allí para siempre. Se sabe que varios kilos de este peligroso elemento quedaron esparcidos e irrecuperables. Como el uranio empobrecido que hoy se usa en los proyectiles disparados en Irak y Afganistán.
Pues ocurre que hoy, junio de 2008, vuelven a saltar las agujas del sismógrafo político-militar en Washington D.C. El Secretario de Defensa Robert Gates, el mismo que despidió a un general de dos estrellas por el mal servicio a los veteranos de guerra en el Hospital Walter Reed, defenestró, en un solo gesto, al Secretario de la Fuerza Aérea Michael Wynne y al General USAF de cuatro estrellas T. Michael Moseley, con una envidiable hoja de servicio; y queda en revisión "un substancial número de generales y coroneles" de la misma fuerza.
¿Motivo? Cuatro detonadores nucleares de última generación fueron a parar a Taiwán en las propias narices de la República Popular China. Como se sabe, ésta es hipersensible ante todo lo que signifique armamento para la "provincia irredenta" que Beijing, tarde o temprano, recuperará como lo hizo con Hong Kong, si fuese necesario por la fuerza. Para sumar la sospecha al ridículo, lo detonadores llegaron, luego de volar por medio planeta, identificados como "baterías para helicópteros". El hecho, sin embargo, ocurrió en Agosto de 2006. Nadie se dio cuenta hasta Marzo de 2007 cuando los conos de nariz que contienen los fusibles disparadores de las más modernas bombas nucleares fueron finalmente recuperados. Pero las réplicas de aquel terremoto se registran ahora, cuando el resultado de las investigaciones se hace público.
Y vienen más. Una "Fuerza de Tarea" encabezada por el ex-Secretario de Defensa James Schlesinger, recomendará cambios profundos en la Fuerza Aérea. Por supuesto fue necesario pasar por la nada grata situación de tener que dar una creíble aclaratoria a Beijing. China ya demostró como es capaz de reaccionar cuando el caso del cuatrimotor espía electrónico EP-3 de la Armada Estadounidense que con 24 especialistas a bordo se vio obligado a aterrizar en la isla de Hainan. Fue el primer día de abril de 2001 cuando uno de los interceptores chinos fue chocado y se estrelló al pegársele al EP-3 como una goma de mascar, defendiendo su espacio aéreo. Luego de enormes esfuerzos diplomáticos fue liberada la tripulación. El avión fue desmontado, entregado en pedazos, y absolutamente registrado con toda la "ingeniería en reversa" de que son capaces los chinos quienes hasta se han copiado aviones de combate rusos. Todo esto pese a que los tripulantes aseguraron haber destruido toda la información sensible acumulada.
Como dice un viejo tango: "La historia vuelve a repetirse..." Computadoras destruidas que se salvan. Aviones navales espías violando espacios aéreos. Flotas numeradas que son reactivadas. Bombas que caen donde no deben pero ahora matan guerrilleros. Gobiernos que entregan bases y soberanías. Mientras tanto, Palomares sigue siendo la comarca más radioactiva de España y nadie se acuerda del otro Francisco. Francisco Simó Orts es decir "Paco el de la Bomba". El que le dio una lección histórica a la Sexta Flota.
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