La lucha campesina latinoamericana arranca, prácticamente, desde el momento mismo en que los conquistadores europeos usurparon la soberanía aborigen. Desde entonces, el campesino latinoamericano siempre enarbolará las banderas de la justicia social. Así ocurrió durante la gesta independentista y las sucesivas guerras civiles ocurridas en el Continente. Su historia será una más en la marginación que padecen aún millones de personas en nuestros países dependientes.
Adentrado el siglo XXI, tales luchas siguen siendo las mismas, sólo que con matices y objetivos nuevos. Los campesinos se han convertido en el detonante de posibles transformaciones radicales y profundas de las estructuras sociales, políticas y económicas tradicionales. Y es harto significativo que esto suceda en momentos cuando la globalización neoliberal amenaza sus patrones de vida, la biodiversidad y la soberanía de los pueblos del mundo.
Con pocas diferencias, en la América nuestra destacan tres grandes escenarios de luchas campesinas: México, Brasil y Venezuela.
México, con una tradición revolucionaria en las luchas campesinas, tiene en la insurgencia armada de los indígenas y campesinos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) su mejor paradigma. Luego de experimentar los cambios introducidos por el Tratado de Libre Comercio con Canadá y Estados Unidos, los campesinos mexicanos libran una tenaz batalla para que se renegocie la convención agropecuaria contemplada en dicho documento. En ésta perciben y entienden un serio peligro a su propia supervivencia.
En Brasil sobresale la lucha protagonizada, desde hace mucho tiempo, el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierras (MST), el cual –sin tener conexiones partidistas, ni objetivos políticos- ha influido en la escena política nacional. A la par que ocupa las tierras ociosas en manos de los latifundistas, fomenta entre sus miembros la organización en cooperativas y la alfabetización, lo que amplía sus horizontes. Sin embargo, una secuela de represiones, cárceles, exilios y asesinatos marcan su pelea. Según un reportaje de Luis Esnal, publicado por el diario “El Nacional” en 1997, “desde 1985 a hoy, 1.100 campesinos fueron asesinados en su lucha por conquistar un pedazo de suelo. Desde seis niños que fallecieron intoxicados cuando un avión pulverizó a propósito agrotóxicos en un campamento, hasta fusilamientos comunes y masacramiento de tribus indígenas aliadas a los Sin Tierras. Por los 1.100 asesinatos hubo apenas 56 procesos.”
En el caso de Venezuela, la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario sella un hito muy importante en la historia de las luchas campesinas venezolanas. Por primera vez, se palpa la intención sincera de dotar al campesino organizado en cooperativas de tierras y todo lo necesario para la producción agropecuaria. Pero, al igual que en el resto de América Latina, este proceso ha contado con la resistencia de los latifundistas, la inescrupulosidad de algunos funcionarios y el asesinato todavía impune de más de 70 campesinos. A pesar de ello, la combatividad y la toma de conciencia de los campesinos no desmayan, lo que pudiera incidir significativamente en la caracterización y radicalización del proyecto revolucionario bolivariano que ondea el Presidente Hugo Chávez Frías en la transformación del país.
Todas estas luchas integran una sola lucha. No solo confrontan las viejas estructuras de injusticia aún presentes en nuestras naciones. Cuestionan, también, el modelo globalizador neoliberal que pretende subyugar el planeta entero. Esto representa un cambio altamente positivo en la visión y en las metas trazadas de las luchas campesinas, además de abrirle mejores perspectivas y opciones a la emancipación integral de la humanidad oprimida. Lo cual es ya un gran logro para todos.
Homar Garcés, taita60@hotmail.com
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