Si Fedecámaras decide y se lo ordena, la CTV lanzará la aventura del
paro. No preguntemos lo que dirán los mártires de Chicago que con su
sacrificio dieron origen al Día Internacional del Trabajador.
Olvidemos la proclama del viejo Marx a los proletarios de todos los
países. Dejemos en su sitial histórico a los fundadores del
sindicalismo venezolano. Ni siquiera el realismo mágico, aquella
matanza real de braceros en huelga ordenada por las bananeras
transnacionales y narrada por García Márquez en Cien años de soledad,
sirve para explicar la postración e inversión de valores y principios
de la central de Carlos Ortega.
La declinación cetevista comenzó cuando sus dirigentes devinieron
banqueros y algunos pararon en la cárcel. Luego, esos
mismos "líderes" entregaron a los patronos las prestaciones sociales
de los trabajadores. Pero nadie imaginó que la decadencia llegara al
extremo de que su agenda y pasos se los dictara la cúpula
empresarial. En ese punto aciago yace sumisa, postrada. La CTV
fracasaría en su acción sin la muleta de Fedecámaras. Es ésta la que
conduce sus luchas "obreras", por obra y gracia (o desgracia) de la
actual dirigencia sindical. Luego, no se trata de paro sino de
cierre. Los empresarios cierran sus empresas, pagan el día a los
trabajadores y la propaganda se encarga de decirle al país que hubo
un paro. ¿Cuál paro? El cierre o paro remunerado del 10 de diciembre
costó a los pequeños y medianos empresarios, industriales y
comerciantes 250 millones de dólares. Siguió el de abril y se anuncia
otro, por un costo parecido. Carmona y Fernández les están saliendo
caros a sus afiliados; pasarán a la historia como los líderes
empresariales que quebraron a más empresarios (medianos y pequeños).
¿Vale la pena esa "inversión", con quiebras incluidas, sólo para
controlar una central deslegitimada y devaluada como la CTV? En
cuanto a los trabajadores, estos paros no son reivindicativos, sino
con un fin loco: tumbar al Presidente constitucional. La lección de
abril está allí, fresca, reciente: sin pueblo, ningún cierre patronal
ni paro remunerado tienen vida.
La relación CTV-Fedecámaras, un fenómeno contranatura, evidencia esas
uniones perversas y aberradas de un dominador y un dominado. La
patronal lleva la batuta o el fuete, según sea el caso. El último
regaño estalló cuando al señor Cova, secretario general cetevista, se
le ocurrió fanfarronear que exigirían un aumento general de salario
de 40%. El propio Carlos Fernández, firmante del decreto fascista de
Carmona, rechazó esa propuesta y la suya fue, para la
dirigencia "obrera", santa palabra. La CTV enmudeció y, entre
pucheros, no volvió a nombrar ese porcentaje. Semejante sumisión no
tiene parangón en la historia, con regaño incluido. Después, aclarado
quién manda a quién, salen para Chuao a marchar juntos, en una
especie de matrimonio feliz e igualitario para las galerías y "el qué
dirán".
Es triste lo que está ocurriendo con la parte del movimiento obrero
bajo el ala de esta CTV. Las caras nuevas que llegaron a su cúpula,
guardan un vergonzoso silencio. Dentro de una semana marcharán
juntos, a lo mejor vuelven a hacer un paro-cierre sin sentido y sin
futuro. A la final, quedarán muchos pequeños y medianos empresarios
quebrados por sus dirigentes y una central sindical desnaturalizada
al vender su alma al diablo por bastardos intereses. El puntapié de
la patronal, cuando ya no les sirvan, será la recompensa por los
favores recibidos o los servicios prestados. La historia está llena
de ejemplos que ilustran el destino y desenlace de esas relaciones
perversas de dominación y sumisión. La CTV, desde la corrupción de
ayer hasta el entreguismo de hoy, así labró el suyo. Paro abajo.