Nuestra opinión de hace quince días, titulada “Corrupción y Comisiones”, -ni única ni exclusiva que pone los puntos sobre las íes-- produjo variados comentarios y reacciones. Como los esperábamos. Unos aplaudieron nuestro “atrevimiento”; otros fruncieron su ceño. Alguno, inclusive, podría utilizarla para regodearse y continuar atacando al Presidente y al Gobierno Nacional. Aquella columna sólo fue una advertencia. No pretendió generalizar. Así como hay muchos realmente decentes, otros dejan mucho qué desear. Reza el refrán popular: quien no debe, no teme. O: a quien le caiga el guante, que se lo plante. Si no estoy incurso en actos que atenten contra la moral y contra el erario público, no tengo porque alarmarme ni sentirme aludido. Y si tampoco he usufructuado del poder -otorgado mediante mecanismos democráticos-, para beneficio personal, no debería inquietarme. Pero, según propias palabras de Chávez, la corrupción todavía causa estragos en la administración pública. Y si lo dice quien ha sido modelo de honestidad y entrega por los excluidos y desheredados del país, mal pudiéramos no tomarlas como si fuesen nuestras. Poderoso Caballero es Don Dinero.
Quien no nos conozca podría considerarnos opuestos al gobierno. Llegar a decir, por ejemplo, que simpatizamos con la fulana Coordinadora Democrática o tildarnos de infiltrados. Falso de toda falsedad, como dicen por ahí. Quienes sí saben cuál ha sido nuestra conducta, no podrán negar cuánto compromiso tenemos con el proceso apenas iniciado, aunque hayan transcurrido ya cinco años. Y si lo fuéramos, Florencio Porras –estratega, analista político y máximo dirigente del MVR en el estado Mérida— no nos tuviera en ninguna dirección de su tren ejecutivo.
Nunca hemos tenido –ni tendremos-- consideraciones para señalar a quienes, en nombre de Bolívar, Rodríguez y Zamora, y con boina roja de ñapa, han asumido actitudes contrarias al ideal bolivariano. Alguien debe señalar el camino a seguir. La palabra escrita siempre ha sido un buen dispositivo. Cuando en cualquier estructura partidista, las cosas comienzan a desviarse, alguien debe alertarnos, por nuestro bien y por el de quienes confían en un destino mejor para la organización a la cual pertenecemos y, en consecuencia, para la Patria donde nacimos o donde hemos echado raíces. La verdad no puede ocultarse indefinidamente. Los llamados partidos tradicionales venezolanos cayeron en desgracia porque pretendieron enterrar una realidad inocultable. Sus líderes volvieron la mentira cuestión cotidiana. Y el pueblo, sabio y paciente, descubrió a tiempo dónde estaba el engaño y reaccionó. Y por esa razón eligió a Chávez y en él ha depositado toda su confianza.
Sin embargo, ese mismo pueblo puede volvernos la espalda si no actuamos distinto a como lo hicieron quienes gobernaron el país en los últimos cuarenta años. Nosotros, no deberíamos parecernos en nada a los otros. Empero, no parece ser como desearíamos. Si las denuncias sobre corrupción en las actuales estructuras de poder son falsas, deberíamos desmentirlas inmediatamente. Si sólo son rumores mal intencionados, demos la cara y enfrentémoslos. Si no lo hacemos, una mentira repetida no sé cuantas veces puede transformarse en verdad. Y ella acaba imponiéndose.
Para acabar de una buena vez con cualquier presunto hecho de corrupción, no le basta solamente a los funcionarios públicos hacer declaración jurada de bienes. También los más allegados a éste, deberían demostrar con pruebas convincentes cuánta riqueza poseían y cuánta tienen. Porque hay mucho testaferro suelto. Y muchas comisiones en juego. Sencilla herencia democrática.
En ese sentido, todos los familiares del cuestionado –padres, hermanos, tíos, primos, compadres y amigos-- deberían presentar balances personales. Esa sería una demostración irrefutable que acallaría inmediatamente cualquier intento hecho para enlodar la imagen pública de un dirigente político, funcionario o gobernante. Moral y Luces son nuestras primeras necesidades, diría El Libertador.
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