“El escritor, debe llevar al artista a expresar el desgarro de millones de
hombres y mujeres cuyas vidas han sido reducidas al silencio a través de las
armas, el hambre y la exclusión.”
Ernesto Sábato
Jorge Luis Borges, en alguna oportunidad hizo clara referencia al olvido por
su estrecha y dialéctica relación con el recuerdo: estamos condenados al
olvido y por ende al recuerdo permanente, señaló el escritor argentino.
Acto vandálico en sentido figurado, facilísimo, banalidad, acción de perder
el recuerdo, dejar voluntariamente, o sencillamente falta de memoria,
pareciera ser el “mérito” y “destino” de la autodenominada Gente de la
Cultura, secta íntimamente vinculada a la aristocracia petrolera,
presuntamente acusados de petro-espías, ese grupo societal lo definiremos de
ahora en adelante como oligarquía cultural.
Las hoy transitadas autopistas de la información, recogen la
presencia de un documento, ideas, o segmentos de ellas, cuya autoria
corresponde a estos personajes, de la Gente de la Cultura, que sé
autocalifican, desde el punto de vista occidental, como artistas,
intelectuales y trabajadores de la llamada “área” o “sector” de la cultura.
Notemos la jerga, excluyente y neo-liberal, de sus calificativos.
No podremos pasar por alto, lo que aún subyace en el pasado reciente, y que
sagazmente hace referencia, en una entrevista en El Nacional, de este Lunes
20, el dramaturgo Nestor Caballero. Aquel triste recuerdo, cuando
sintonizados con el paro golpista y sabotaje petrolero, la Gente de la
Cultura, tuvo la brillante idea y la osadía - hecho público y notorio - de
convocar, a un acto político, una especie zarzuela barata, en ese sitio, un
personaje era el eje central, la presencia del magnate de la infamia y la
derrota absoluta: Carlos Ortega. Alguien escribió con sátira, que se trataba
de Carlos Ortega y Gasset, gloria de otro tiempo, una España sin Aznar.
A su lado, recuerdo con pena ajena, lo acompañaron, Sofía Imber, Manuel
Caballero, Pedro León Zapata, María Elena Ramos entre otros. Muchos
personeros de la naciente “Gente de la Cultura” se desplazaban como “los
pequeños seres” que una vez describió brillantemente, Salvador Garmendia.
Tomas de Globovisiòn, trasmitían imágenes en vivo, en un Salón del Radisson
Eurobuilding, el director de la Orquesta Sinfónica Municipal de la ALCALDIA
LIBERTADOR, Rodolfo Samglimbeni, o la profesora María Guinand que entonaba
el himno nacional. El performance continuó, se mostraron las figuras
mefistofélicas, como la Simón Alberto Consalvi, actrices de segunda, misses
y perimenopausicas, una entretejída nadería, que disfrazó con una sonrisa,
el mas horrendo homenaje a la exclusión del talento genuino. Una fiesta que
no llegó a festín, como la juramentación de Carmona, pero si emuló una
especie de conjura de necios, por escenas que conformaron aquel lamentable
script- dantesco.
La oligarquía cultural, ha visto mermado su protocolo de transferencia,
como diríamos en informática, en las altas esferas del poder gubernamental,
sin embargo, ha tenido fieles seguidores que no han concretado el Plan
Estratégico 2001-2007 que se plantea “el acceso pleno a la cultura”.
Este cuadro patético de la no articulación entre la esfera jurídico-política
y la cultural, digamos que ha devenido en una historia institucional
caracterizada por la absoluta nulidad de la gestión, caso de Alejandro Armas
–hoy flamante integrante de la Coordinadora Democrática- que se ufanaba con
decretar, lo que él mismo llamó “ la época de defunción de las instituciones
culturales”, pasando por la administración de Manuel Espinoza, un artista
respetable, cargado de postulados y libros de lujo, que se propuso
legitimar los privilegios de las élites, mediante el proyecto de Ley
Orgánica de la Cultura, integrando por un grupo de expertos entre los que
se encuentran H. Meier, actual acusador del presidente Chavez.
La situación actual, sigue siendo el reflejo de la inequidad, injusticia,
deformación estructural, producto histórico de “los buenos oficios” de la
oligarquía cultural, años enquistada en el puntofijismo.
La hipertrofia del aparato cultural, se acentuó con Espinoza, quien desde el
punto de vista de la economía cultural, institucionalizó la inequidad en la
distribución del gasto, re-editó los desequilibrios en la producción,
circulación y consumo, concentró la inversión y el presupuesto en regiones
como Miranda, Zulia, Yaracuy y Carabobo, -según cifras del 2002- este niñito
de pecho, sabía lo que hacía. Además, de sustituir la contundencia de la
palabra revolución, en estratégicas declaraciones de Prensa en abril, en
pleno interinato golpista, habló del “proyecto” y no de “revolución
cultural”.
Con la débil gestión de Farruco Sesto, se acentúa la visibilidad de la
agonía de un modelo cultural, pero no se vislumbra el cambio cualitativo
esperado, ante la inexistencia de un programa estratégico capaz de avanzar
en la re-ingenieria del campo cultural: la resistencia a la profundización
de la democracia participativa, el freno sistemático de las acciones
constituyentes, el poco impulso al ejercicio pleno de la contraloría social,
la lentitud en la formación de los Consejos Locales de Planificación
Pública, la falta de representatividad del Conac, su ostracismo, el escaso
estatus funcional e intelectual, hasta un hecho crucial y aclamado en lo
referente al impulso de la realización de una Constituyente Cultural. Todos
estos factores se convierten en nudos críticos que impiden que se produzca
con la administración de Farruco Sesto, una verdadera revolución cultural.
La oligarquía cultural tiene sus representantes en algunas de las cabezas de
las instituciones, en los sindicatos, proyectos multilaterales, planes
regionales y programas del Estado, aunque el contenido programático de la
acción cultural sea de naturaleza excluyente de las mayorías, sigue siendo
una tarea de la contraloría social, el ejercicio de una soberanía cultural,
aun inexistente en los hechos.
El financiamiento de millares de bolívares, del dinero de los venezolanos a
instituciones, excluyentes, neoliberales, aportes económicos a la Fundación
Bigott, el Ateneo de Caracas, Fundateneo Festival, Ateneo de Carúpano o
Valencia y hasta la Fundación Corp Group, antes Centro Consolidado, asi como
lazos “existenciales” con asesores de periódicos golpistas, es una muestra
fehaciente de que la oligarquía cultural y las elites aún permanecen, y
marcan el rumbo en el aparato cultural venezolano.
En un pasado tuvieron poder decisión, planificación y ejecución, pero de
cambiar estructuralmente el mapa cultural venezolano, esos años de fuertes
desequilibrios en la producción, circulación y consumo de bienes, servicios
y valores, tendría que terminar.
Este gobierno sacó de la oscuridad a los iletrados, miles de venezolanos hoy
asistidos por el plan Robinson, a los bachilleres a una esperanza de cupo en
una universidad. ¿Necesitaremos la Misión Aquiles Nazoa para restaurar los
poderes creadores del pueblo? . Esta historia continuará.
(*) Filosofo y Músico
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