Como todos los gobernantes auspiciados, bendecidos o tolerados por el Tío Sam, Gonzalo Sánchez de Lozada visitó la Casa Blanca para reunirse con su homólogo estadounidense, George W. Bush. Cumplido el protocolo de rigor, puertas adentro del salón Oval, a resguardo de los micrófonos de la prensa, que no de otros más pequeñitos, Goni se tomó la libertad de hablarle con dramática franqueza al hombre más poderoso de la Tierra, posiblemente aburrido por tener que distraerse con tipos y asuntos del patio trasero. “Perdóneme por usar esta visita para pedirle 150 millones de dólares, que es el faltante que tenemos en nuestro presupuesto, por la inestabilidad del proceso electoral”, imploró en impecable inglés. Bush escuchó y entendió perfectamente, pues el político boliviano habla mucho mejor su idioma que el español (criado en EEUU, los cholos lo llaman “El Gringo”, por su acento), así que Mr. President no pudo hacerse el loco y responderle “mi no comprende”. Vaya usted a saber cuál sería el argumento, tal vez le hizo ver lo costosa que va saliendo al Tesoro norteamericano la aventura en Irak, pero, cualquiera haya sido, terminó en un “no” por respuesta definitiva. Y eso que el franco e ingenuo de Goni se lo predijo con pelos y señales, cual gitana con bola de cristal: “Le dije que me atrevía a hacerle esa petición porque (en caso contrario) cuando volviera pidiendo asilo político un año después, él me preguntaría qué ocurrió". Fue el propio Sánchez de Lozada quien confío al The Miami Herald los detalles de este infructuoso “martillo” al pichirre de Bush. El hombre concedió la entrevista en Florida, adonde llegó luego de renunciar a la presidencia de Bolivia, no sin antes echarse al pico a 80 bolivianos sólo en su última semana de mandato, cuando ordenó reprimir, de verdad-verdad, con balas de plomo, una gigantesca rebelión popular, fundamentalmente campesina e indígena, que terminó derrocándolo. El detonante: un proyecto de venta de gas a EEUU, vía Chile. A lo mejor no era franqueza, sino una metáfora, lo que hubiera convencido a Bush junior de ayudar al hombre en apuros. “Mr. President, los pieles rojas están a punto de abandonar sus reservaciones para invadir el fuerte y coleccionar nuestros cueros cabelludos. Y una vez desmelenados, ¿cómo hacemos para mandarle el gas a California?”. De pronto, explicado así, el hombre se hubiese ablandado. En cambio, se mantuvo duro y ahora tiene que buscar en otra parte el gas necesario para el mercado energético estadounidense, que en un año consume el total de las reservas probadas bolivianas. “Mi no comprende”, debe haberle dicho a sus latin boys Otto y Roger. En Miami, refugio seguro de tanto político latinoamericano prófugo, Goni sólo estuvo un rato, pues de allí saltó a Washington. Quién sabe si George tuvo el tiempo (o el interés) de recibirlo para preguntarle qué pasó.
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