El incómodo muerto de quinta “La Unidad”

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Quinta “La Unidad” es el nombre que la oposición estampó a la casa desde donde disimula su desunión. Es un nombre irónico. Cada vez que lo mientan, evocan la soga en casa del ahorcado. Tiene la carga supersticiosa de quienes, con el verbo, pretenden conjurar los obstinados fantasmas de la realidad.

Luego del decepcionante reafirmazo, la casa permaneció cerrada y muda toda la noche del primer lunes de diciembre, para morbosa curiosidad de la parroquia. Abrió sus rejas, sobrepuesta de la indigerible sorpresa cuantitativa, al siguiente día, con un “ratón” numérico de espanto, brinco y súmate. De los cinco dueños de la posada –el famoso G5-, sólo uno asomó su descompuesto rostro ante los vecinos. Tartamudeó unos guarismos metafísicos, entonó el himno nacional y volvió a cerrar.

Aun en el supuesto negado de que el número de firmas anunciadas fuese cierto, el opositor de a pie debe preguntarse cómo no pudieron hacer en cuatro días lo que “Súmate” superó y multiplicó con creces en apenas mediodía y sin itinerantes, esto es, casi cinco millones de firmantes y 27 millones de rúbricas. Alguien miente por los corredores.

La ironía nominal de la quinta se recargó cuando ante un hecho que denominaron “histórico”, “definitivo” y “sublime”, con himno y todo, varios de los “Júpiter tronante” de la epopeya no estaban allí para recoger los lauros y bañarse en la gloria del triunfo. Por primera vez en la historia planetaria, una “victoria” resultaba huérfana. Nadie quería disputarse su paternidad, sobre todo entre tantos gladiadores que hasta la víspera se mataban por un micrófono, una tarima y una pantalla. ¡Oh, indómitos guerreros del pescueceo!

La noche anterior, aparte de Antonio Ledezma, quien padece de ubicuidad perniciosa, y de un Juan Fernández todavía impresionado por el olor de Carapita, ningún dirigente se apareció por el distribuidor Altamira. Asimismo los medios, que de ese lugar habían hecho una mezcla de campos de Carabobo y Ayacucho, fueron mezquinos y demasiado intermitentes. Todo era muy raro.
¿Cómo es que de tantos héroes homéricos que le dieron “preaviso” y juraron derrocarlo, ahora frente al cadáver electoral, según sus cifras, de Hugo Rafael Chávez Frías, ninguno se atrevía a reclamar el codiciado trofeo de su cabeza? ¿A qué tanto amoquillamiento y modestia?

En la quinta “La Unidad”, el martes de la sui generis “victoria”, la unidad brillaba por su ausencia. Ni siquiera estaba el autodenominado “gallo” del G5, Henrique Salas Römer, quien optó por distanciarse del ridículo que pronto el CNE develará. Mucho menos andaban por allí los inefables dueños de los medios, autores desde hace tres años del epitafio del indócil “difunto”. Sólo aparecía un despeinado Mendoza y unos cuantos asomados adictos sin terapia posible a los micrófonos y flashes.

La cosa era curiosa incluso para el embajador Shapiro, quien la mañana de ese día definitivo prefirió irse de visita… ¡al canal 8! Los arrojados caballeros de esa tabla cuadrada que es la coordinadora, luego de liquidar “firma a firma” a su odiado enemigo, entraron en un estado catatónico que duró 12 horas. No se sabía si lo que los espantaba de pánico era el cadáver todavía fresco de su odiado adversario o la desoladora evidencia de sus propios números. Los teóricos más objetivos se inclinan por esta última hipótesis.

La quinta “La Unidad, el día de su esperada “victoria”, lucía más muerta que la quinta “Punto Fijo”, su ancestro directo del siglo pasado. Vea usted.




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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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