¿Hasta cuando Santos?

Mientras los gobiernos de Venezuela y Colombia hacen un esfuerzo titánico para enrumbar indisolublemente su trato y acuerdan este viernes iniciar una nueva etapa, pasar la página, relanzar las relaciones diplomáticas, humanas, políticas, sociales y económicas, y presentan ante el mundo los logros alcanzados con la mejor disposición de trabajar en proyectos comunes de desarrollo, aparece nuevamente la manzana de la discordia engendrada en el Ministro de Defensa de Colombia, Juan Manuel Santos, para darle una patada a la mesa, expresando en acto público "Que esas palabras que Chávez pronunció en contra de las FARC se traduzcan en hechos, y que no solamente colabore sino que no tolere la presencia de las FARC allá, y con eso contribuye a la paz en Colombia". Además tildó de "feria de barajitas" los acuerdos de cooperación del Alba y Petrocaribe.

Ante esas temerarias y altisonantes declaraciones, el presidente Hugo Chávez solicitó a su homólogo colombiano Álvaro Uribe, contener las agresiones de su ministro, lo cual generó un comunicado de la Presidencia de la República colombiana pidiendo a los miembros de su gobierno "total prudencia" para no poner en riesgo los avances diplomáticos.

Es importante acotar que esta inadecuada conducta del ministro Santos no constituye un hecho aislado, pues sigue al pie de la letra las recetas del Pentágono para torpedear cualquier acto que esté encaminado al logro de cordiales relaciones con los países vecinos.

En octubre pasado, Santos declaró desde Washington que el gobierno colombiano había pedido al presidente Chávez, que disminuyera la propaganda política en su rol de mediador para buscar un acuerdo humanitario con las FARC. Eso generó dos comunicados: uno de la Presidencia de Uribe y otro de la Cancillería Colombiana desautorizándolo para dar ésas declaraciones. En la operación militar en la que fue ajusticiado Raúl Reyes y otro grupo de guerrilleros Farianos, lejos de reconocer la flagrante violación a la soberanía ecuatoriana, Santos justificó la acción alegando que eran actos legítimos de guerra y actos legítimos de defensa de la democracia. Estas palabras fueron calificadas por la canciller ecuatoriana María Isabel Salvador, como "prepotentes y guerreristas", lo cual constituyó la piedra de tranca para el rápido reestablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Colombia y Ecuador. Lo mismo ha hecho con Nicaragua y Bolivia.

Como observamos el ministro Santos en su afán desmedido por lograr la bendición del imperio estadounidense para alcanzar la Presidencia de Colombia no sólo se ha convertido en el más acérrimo saboteador de la integración latinoamericana, sino que también es un problema para la buena marcha de las relaciones de Colombia con sus vecinos.

Es importante evaluar la excesiva tolerancia del presidente Uribe que raya en la solidaridad, y para justificar los razonables reclamos de los jefes de gobierno ante la intemperancia de Santos se limita a emitir comunicados. Vale la pena preguntarse, como bien lo hizo el presidente Chávez, ¿por qué el ministro de Defensa colombiana cada vez que habla pone en riesgo los avances diplomáticos de Colombia, pasando por encima de su presidente? y ¿cómo de manera cómplice, avalando esas conductas, Uribe no lo remueve del cargo? Nos quedan serias dudas de quién lo manda, y para la reflexión queda concluir con un sabio adagio popular que reza: "La culpa no es del ciego, sino de quien le da el garrote."



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Pedro Carreño


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