Recorre con la vista sus ilusiones. Cuatro paredes, una mesa y un escritorio, dos afiches del Comandante y los implementos para mutar en palabras sus inquietudes. A veces la miel, otras la hiel, muchas veces la revolución, en todas la esperanza y así danza con el tiempo para recuperar la cordura de una larga, muy larga, idea acariciada desde carajito…
Samuel, nombre bíblico puesto a juro, porque le salió del forro al viejo mientras la madre ubicaba otro que cuadrara con su destino… Pero, nada de nombres de reyes ni destinos paralelos que influyeran. El carajito salió marxista y para remate reacio a convertirse en millonario.
Cortejaba a sus pretendidas con explicaciones extendidas, hasta aburridas, sobre la explotación del hombre por el hombre y anidaba sueños de una patria que nace en la pata de un cerro, en el conuco de un campesino o en la fábrica de un obrero. Ellas le escucharon con atención. Al principio arrobadas por tanto espíritu revolucionario; después porque el carajo en la cama se olvidaba del marxismo y al final porque no quedaba más remedio… Generalmente todo terminaba en una discusión culinaria y la arrechera de aquel que no entendía porque coño las hamburguesas de Mc Donalds eran mejor que las empanadas de la viejita Inés. Y eso que tuvo la gentil paciencia de probar un “güoper” doble con papitas fritas y una Coca Cola en vasito – “¡Saben a plástico, coño!” -. El acabose, caballero. Otra jeva más que no soportaba tanta ordinariez.
Hubo alguna que se prometió subversivamente cambiarle los esquemas. Pero, Samuel, es terco y defiende su trinchera con la rebeldía de los guerrilleros que pasan cuarenta y ocho horas con una latica de leche condensada en el estómago. Si regalaba a un limpiabotas la última Chemisse que le regalaron en su cumpleaños; no era de extrañarse la soberbia arrechera que embargaba a la que se hizo promesas subversivas y terminó en un altar - “con este güevón que se cree San Nicolás” -.
El colmo que pondría a Samuel de patitas en la calle y dibujando su firma en un papel sellado que marcaba la separación, fue gritar – “¡Feliz Chavidad!” – el año pasado frente a la suegra, el suegro y los cuñados, todos adecos y sin arbolito de pino, bolas y lucecitas estridentes, quienes atendían estrictamente el llamado a no celebrarla. Ese fue uno de los días más felices de su existencia y con la cabeza repleta de palos diversos, estuvo cagado de la risa toda la noche contándole la vaina a todo él que se acercaba a brindarle otro palo.
Este año, Samuel encontró un nacimiento discreto. Apenas un San José, con la Virgen y el Niño, rodeados de poquitos animales y unas lucecitas que solo rodean de luz el espacio necesario para celebrar esa vaina que llaman Navidad y que él no está muy convencido de perpetuar más allá de treinta días. Pero, hizo apología interna de la humildad reflejada en ese tributo a la cristiandad. Se enamoró de las miniaturas y esperaba una respuesta de su constructora – “Nunca lo recojo. Se queda así todo el año…” -. Samuel la descubrió en un segundo y se vio impulsado hacia esos ojitos tristes. Tiró su primera frase revolucionaria y esos ojos le prestaron la atención debida, hasta curiosa, como prometiendo no aburrirse en cien años de sus desvaríos marxistas – “Me gustaban más los troncos con jabón Las Llaves… y las bolas… y las luces grandes…” – Ella le sonrió como una diosa, comprensiva y divertida. Samuel se encontró perturbado concretando acciones, pasiones y la paz que proporciona un Lexotanil se apoderó del Capital y la contradicción principal; esa lucha de clases, el obrero en contradicción con los intereses del patrón… esa boca que hace pucheros, la nariz que tiene agujeros perfectos y un Jazz suavecito se cuela en catalán, en francés, en inglés – “¡Políglota la mujer!” – y le estremece años de angustia; porque llegó a creerse un fenómeno, un orate con ideas rígidas y más incomprensiones que aciertos – “¿Y donde estabas tú, mi vida?” – Ella que ríe nerviosa; Samuel que no sale de su asombro. Ella que mueve las manos buscando algo que no encuentra; Samuel que sabe lo que ha encontrado – “¡Coño, es Navidad!... ¿Sabes hacer café?” – Pues supo y lo hizo y le dio el tazón más grande que encontró y eso que ella no toma, ni fuma, ni bebe, pero baila y canta del carajo y en la patica de la oreja como un susurro y entró ese escalofrío sabroso que te invade y te para los pelitos de la nuca y – “Encontré una rosa que merece tener tu nombre…” – Samuel flota, levita, no siente los pies. Ni el Maharaj-Ji lograría flotar como él lo hace ahora. Pasaron por su cabeza tantas melodías; “Cuando un hombre ciego llora”, “No es una carga, es mi hermano”; “Un cambio tiene que venir”, “Escuché la voz de Jesús”, “Comencé un juego”, “Jet ‘aime moi non plus”, “La Burriquita”, “Los deditos de tus manos, los deditos de tus pies”, hasta el “O bella ciao” y “La Marcha del Guerrillero” que le acunaba desde la vieja caja con bulbos que transmitía Radio Habana Cuba.
Samuel sigue viendo las cuatro paredes y se arrebata en versos, mezcla la revolución con el amor y la Navidad – “¡Hasta me caen bien las hallacas, nojoda! Y eso que me antoje de comer una con almendras y canela ¡Qué bolas! A quien se le ocurre…” -. Ella sigue sonriendo y le preguntan que porque sonríe, que si hay algo que está ocultando, que si la vida le cambió en un fin de semana – “No pasa nada, solo me llenaron de flores…”.
Samuel escuchó de sus letras, por que ¡créanlo!, suenan – “Soy revolucionaria por vivencia… Nunca me afilié a ningún partido de izquierda, ni me leí el Manifiesto Comunista” -. Y el sonido de esas letras no podía ser más dulce.
“Esta revolución si es arrecha, mi vida”
mario
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