La ayuda petrolera o de otra naturaleza a países necesitados puede obedecer a dos tipos de intereses: bien a razones humanitarias o bien a razones políticas, o a ambas.
Un político puede, por amor a los pueblos, consagrarse a mejorarlos o gobernarlos y hasta ser su benefactor, sólo por cálculo o por ambos estímulos. Puede practicar una política impulsada por la bondad o puede ser un calculador y frío gestor, como generalmente lo es. Características reflejadas, a veces, en su propia fisonomía, en su rostro. Obsérvese a Felipe Calderón, presidente de México, o, por contrastarlo, a Evo Morales, quien lleva en sus expresiones faciales el sufrimiento, la angustia, la hidalguía y la tristeza inca. La probidad rútila en su faz.
Si miramos al ser humano a lo largo de la historia, podemos percibir que su odio, su insensibilidad, su crueldad, su racismo, buscan acomodo –como ocurre con los cangrejos ermitaños al guarecerse en concha ajena– en caparazones que protegen y cultivan esas lacras, anidadas al rescoldo de la extrema derecha, sotana con que se reviste la oligarquía. Esos vicios son punto de distinción entre izquierda y derecha, por lo cual esta no puede entender una ayuda humanitaria.
No existe en la vida de un ser humano o de una sociedad cristianos un gesto que produzca mas satisfacciones que la de hacer el bien, independientemente de las compensaciones que origina. La política del actual gobierno venezolano en el campo de la ayuda petrolera, al facilitar los pagos, es quizás la más inteligente que lleva a cabo internacionalmente y la que más fortalece la proyección del país. Lo comprueba la reciente reunión de Petrocaribe, institución que se aglutina en torno a Venezuela y no de los Estados Unidos, que ha aprovechado siempre el desamparo de los países pobres.
Tan beneficiosa es para el país que la oposición política no la soporta y repudia, y cuya abyección logró su cota más alta hace poco, cuando un historiador de sus filas, además miembro de la Academia de la Historia, solazándose, sin esconder su impudicia, acaba de decir que Bolívar no liberó a nadie, sino simplemente "compró" al Congreso de Lima el título de Libertador.
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