“Phelps 5, Venezuela”, rezaba la mancheta gris (de color y de contenido) de un conocido diario merideño en cuyo texto se reflejaba el éxtasis que debió haber alcanzado su autor mientras la redactaba, y la gran miseria humana de quienes confunden su condición de oposicionista irracional a Chávez, hasta el extremo de asumir que es el propio Comandante en persona quien nos representa en Beijing; razón que ellos consideran suficiente como para desear que no se obtenga ningún triunfo y de esta manera “demostrar” que las políticas deportivas de este gobierno son “otra estafa”.
Este comportamiento enfermizo que haría levantar a Freud y Jung de sus tumbas para crear una ciencia destinada exclusivamente al estudio de la paranoia-política-venezolana pareciera estar escrito como un manual de instrucciones que en un número sorprendentemente alto están utilizando los comentaristas deportivos de muchos medios nacionales; pero de ninguno patriótico. Son los mismos que emiten una opinión al iniciarse un partido y al terminar éste con resultados contrarios a sus predicciones, afirman haberlo dicho al comienzo de éste.
El deporte como ciencia –nivel alcanzado en las últimas décadas–, va indefectiblemente asociada al desarrollo tecnológico, razón por la cual no basta el espíritu de superación para alcanzar las ansiadas medallas y éstas en su mayoría sólo coquetean con aquellos países cuyo avance se corresponde con su propio desarrollo científico. ¿Cómo saber si han desarrollado estimulantes que no puedan ser detectados por los laboratorios olímpicos?
Al igual que el desarrollo tecnológico de esos países puede ser disfrutado por las naciones hasta del “cuarto mundo”, no necesariamente éste es cedido para beneficio real de ellas, tampoco los avances deportivos que permiten batir una marca por centésimas de segundo, o ganar un combate de tae kwon do por una patada cuidadosamente estudiada con tecnología biomecánica son conocidos hasta después de haber alcanzado sus objetivos.
Sólo ganar el derecho a participar en unos Juegos Olímpicos es un mérito plausible del cual deben derivar el respeto y admiración de todos los venezolanos y el orgullo de que seamos representados por ellos. Nunca se ha pretendido establecer una relación directa entre el número de participantes de un país y la cantidad de medallas que se obtengan; lo cierto es que los países desarrollados tratan de mostrarle al mundo que su sistema es más perfecto al producir atletas excepcionales, ¿o es que acaso ya olvidaron las brillantes actuaciones de la extinta Unión Soviética, y de Cuba cuando recibía ayuda de aquella?
Como lo que se trata es de demostrar que un gobierno socialista es incapaz de producir mejoras sociales que redunden en un ciudadano nuevo física, emocional, mental y espiritualmente, y que sólo puede darse en un sistema capitalista; ante la barrida olímpica que el capitalismo estadounidense está siendo objeto por parte de la China comunista, la gran miseria humana de la prensa venezolana –en su mayoría– ya no publica el medallero en las primeras páginas, sino en cualquier rincón de las páginas interiores donde se dificulte establecer la relación numérica que explica el fallido intento de Bush por impedir la realización de los Juegos Olímpicos de Beijing y los comentarios surgidos en torno a la perfección de su inauguración, pues se trata de esconder la contundente realidad que enfrenta la madre del capitalismo, por su imposibilidad de superarlo en Londres 2012.
¿Se imaginan ustedes que estos apátridas lograran acceder al gobierno de este país? ¡Serían capaces de relegar a los atletas que se han venido formando, sólo para demostrar “lo funesto” del gobierno de Chávez, y faltar a Londres 2012 y Cualquiera 2016! Pasarían unas cuantas olimpíadas sin participación resaltante –ni por número, ni por medallas– mientras conforman la “nueva política deportiva de Venezuela” y se señala a este gobierno como el culpable de todo lo ocurrido, destacando con ello lo que mejor representan: ¡La gran miseria humana!
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