Las verdaderas razones e indicios para un magnicidio en Venezuela en la actualidad no son exactamente las encontradas y mostradas a la opinión pública: conversaciones grabadas entre conspiradores; armas de guerra, entre ellas cañones, confiscadas; el odio enfermizo de enajenados en que ha degenerado el enfrentamiento político de la oposición contra Chávez; la ausencia de una ideología que ha logrado confundir, en su actuación política, a un fanático extremista de izquierda, como lo fue Bandera Roja, con otros de derecha, entre ellos intelectuales y curas; en fin, las razones comunes para un asesinato.
Hay motivos personales que explican la realización de un magnicidio, crimen horrendo, sobre todo cuando está llamado a convertirse en una mortandad incalculable, como lo sería en nuestro caso, por lo que para realizarlo se necesita de una gran dosis de locura.
Esos motivos forjados al calor de las bajas pasiones del espíritu, de las frustraciones, de los desaciertos y la envidia que genera el fracaso político reiterado, crean un odio enceguecedor que obstaculiza el discernimiento, sobre todo en aquellos donde el poder político forma parte de la existencia misma y son inseparables.
El haber disfrutado en el pasado, directa o indirectamente, del goce del poder con la ilimitada facultad de obtener bienes materiales y espirituales superficiales de la vida, entre ellos, la riqueza y el halago, hace que no se pueda renunciar fácilmente a aquellos privilegios, o, en todo caso, a la lucha por reconquistarlos a cualquier precio. Por eso hemos visto tantos tránsfugas en la reciente historia venezolana.
El magnicidio es un delito monstruoso, entre otras cosas, por sus consecuencias, aunque quede impune, como es práctica en Estados Unidos, lo que no podría ocurrir en Venezuela, donde el odio inocultable, desenfrenado, ha desenmascarado a sus posibles autores.
Lo único que puede limitar las posibilidades de tan horrible crimen es que para cometerlo se requiere de una carga de locura, con la que se cuenta, pero también de mucho coraje, hasta ahora no demostrado.